Una íntima tristeza reaccionaria
ste iba a ser el nuevo invierno de nuestro descontento. Pero el titular del Ejecutivo, los diputados y senadores del Congreso de la Unión, los partidos políticos y los restos cadavéricos del sindicalismo y sectores agrarios, hacen política. Y hacen política plural. Acuerdan, pactan, debaten iniciativas de ley y las tantas veces proclamadas reformas estructurales. Sean lo que fueren. Por lo pronto, empezaron con lo administrativo, la desaparición de la pantagruélica Secretaría de Seguridad Pública, el retorno de Gobernación como conducto del Ejecutivo, los otros poderes y los estados de la República.
Del registro de las iglesias, ni hablar. Cómo estará el infierno que el nuevo dirigente formal de Morena, Martí Batres, acompañado de otros alfiles, acudió ante el cardenal Rivera para ampararse bajo el manto de la Guadalupana. Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos. Aunque permanezca la obsesión panfletaria y se imponga el valor del aura libertaria en las barricadas, en la memoria presente del 68: ¡Libertad a los presos políticos! Quedan 13
. Esa sombra oscurece la lógica administrativa y la incuestionable eficacia de una dependencia que en un régimen parlamentario sería ministerio del interior. Aquí se había quedado sin dientes desde que disolvieron la Federal de Seguridad. Y luego, sin la inteligencia política, el gran salto al vacío.
Miguel Ángel Osorio Chong se hace presente, ostenta la fuerza de esas facultades que la ley expresamente señala. Los mandos de la policía transferida a Gobernación quedan sujetos a la aprobación del Senado. Temporalmente. Porque la Cámara de Diputados dio curso a lo devuelto por los senadores. Pero Manlio Fabio Beltrones aclaró que presentarían controversia constitucional ante la Suprema Corte. Y se impondrá la lógica parlamentaria: para que el Senado apruebe un nombramiento presidencial hay que reformar la Constitución. Y mientras Osorio Chong pasea en la Alameda con Jesús Zambrano, Emilio Gamboa y Ernesto Cordero, se aprueba la ley en San Lázaro. Cordero del señor, el fugaz aspirante a la candidatura presidencial panista se cubre con piel de lobo, mientras su jefe viste sayo franciscano para acudir al PAN a refrendar su militancia.
De ahí que pese al dinamismo con el que Enrique Peña actúa, decide, acuerda, pacta, hace política y hace políticas, el peregrinar de los sobrevivientes del naufragio panista, la sentencia dictada contra los criminales que incendiaron el casino Royale en Monterrey, la justa insistencia de los padres de los niños víctimas del criminal incendio de la guardería ABC de Hermosillo, el encuentro de los sacristanes de Morena con el cardenal Rivera, tienden un manto oscuro sobre la visión del horizonte; responden a la marcha presurosa de la alternancia con una íntima tristeza reaccionaria.
Del norte, de Newtown, Connecticut, llega la noticia de la bestial matanza de 20 niños de entre cinco y 10 años de edad. Otra vez. Armas automáticas de combate, de alto poder, al alcance de quien llegue a una tienda y disponga de los dólares necesarios para cerrar el trato. Otra vez el clamor, la angustia y el llamado a los gobernantes para que se controle ese comercio criminal. El lobby de la industria de armamentos es enormemente influyente por el dinero que destina a comprar voluntades de legisladores. Y todo al amparo de una turbia lectura de la Segunda Enmienda de su Constitución que les otorga la libertad de tener y portar armas; para integrar una milicia permanente, dice. Suficiente para encender el fuego de una locura alimentada por la ambición, por el libre mercado... de la muerte.
Barack Obama enfrenta, otra vez, el imperativo político y moral de enfrentar ese dilema y modificar las leyes que permiten el libre flujo de armas de combate. En mala hora. Aunque nunca puede ser buena la hora que sigue a una matanza de criaturas inocentes como la de Newtown. Pero esta es la hora de enfrentar el reto de la derecha enloquecida que a partir de Barry Goldwater, de la era Reagan-Thatcher, del capitalismo financiero sin regulación alguna, del Consenso de Washington, el réquiem al Estado en las voces de los neoconservadores y el primitivismo del Tea Party han impuesto en América, en la Unión Europea, en el mundo de la globalidad, el dogma de la austeridad, del cero déficit fiscal en toda crisis. Así sea una crisis política como la que hoy enfrenta Washington.
Crisis de empleo, como la nuestra, como la de la Unión Europea. Basta ver las cifras del empleo informal en nuestro país, los millones de mexicanos condenados a trabajar con bajos salarios y sin seguridad social alguna. Ah, la autonomía del Inegi que tanto exigimos, durante las décadas de ciego desmantelamiento de las instituciones creadas por el poder constituido; durante los años en los que nada pasó en México, según sentencia del inconcebible Vicente Fox. Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia de la República y el 1º de diciembre instruyó a su secretario de Educación, Emilio Chuayffet, procediera de inmediato al levantamiento de un censo del número de escuelas, aulas, estudiantes y profesores.
Todos sabemos que hay escuelas sin luz, sin agua, sin pupitres, sin bancas; que los niños llegan sin desayunar y se duermen en las piedras en las que se sientan. Y que se acabó el apostolado; hay más faltistas en las zonas distantes, aunque allá ganen más que en las urbanas. La ONU, la OCDE, cuanta organización hay en al campo educativo, nos ha dicho y repetido que no es cuánto se gasta en la educación, sino cómo y en qué se gasta. Primero, saber cuántos somos y dónde estamos. A mí no me tiembla la mano para aplaudir la decisión de hacer ese censo. El señor Sojo no podrá ser animador que se pone y quita un gorrito de colores. Emilio Chuayffet ya fijó los plazos y condiciones: es para hoy.
Lo del liderazgo vitalicio de la maestra Elba Ester Gordillo quedó resuelto. Lo sabe ella, como sabe que en 12 años no hubo quién supiera cómo quitarla de ahí. El conflicto, si lo hubiera, será nuevo choque con la coordinadora, la CNTE a la que señalan con índice acusador los espots de televisión del SNTE, de los maestros que sí queremos educar, dicen. Hoy, Oaxaca paga la incuria, la indecisión política de los panistas que optaron por dejar que corriera la sangre para culpar al cacique
priísta de turno; de la mansa ingenuidad de Gabino Cue, criatura de Diódoro Carrasco Altamirano, adoptado por Andrés Manuel López Obrador y apabullado desde el día de su toma de posesión por los activistas que lo mantienen bajo sitio. Pacifista que choca con Francisco Toledo.
Empieza Enrique Peña con un vigor político refrescante; voluntad conciliadora que no esperaban los opositores que lo subestimaron, trazaron un personaje sin cualidades políticas, un títere movido por el mago de Oz de los capos y los dueños del ágora electrónica. Y aseguraron su victoria electoral. De él, de su vocación política y voluntad de poder, depende el buen éxito del cambio emprendido con entusiasmo. Y con rumbo. El que anticipó en su visita a Washington como presidente electo: la guerra contra el crimen no es prioridad de mi gobierno; es el comercio, inversión, creación de empleos.
Vino Janet Napolitano, secretaria de Seguridad de Barack Obama: seguridad en nuestras fronteras. Cierto. Pero Manlio Fabio Beltrones fijó el rumbo: Hay que desnarcotizar
nuestras relaciones. Pero persiste una íntima tristeza reaccionaria: tomó la palabra Claudio X. González para exigir que no suban los impuestos a quienes más ganan. Cangrejos al compás...