Domingo 16 de diciembre de 2012, p. a16
Hay una cárcel mixta en Colombia. Hombres y mujeres viven separados por un muro sin resquicios para mirarse, excepto por un tramo de 12 metros de reja metálica a través de la cual internos e internas intercambian miradas para buscar pareja, le llaman el paso del amor. Si una de ellas se siente atraída le grita su nombre al afortunado, y éste le contesta a través de una carta para, tal vez, programar una cita conyugal. Decenas de historias se entretejen bajo esta dinámica. El periodista colombiano José Alejandro Castaño lo relata con asombro en su crónica La cárcel del amor
.
La dictadura argentina secuestró y ejecutó entre 1976 y 1983 a miles de personas que fueron enterradas en cementerios y tumbas clandestinas. A partir de 1984, un grupo de estudiantes encabezados por un antropólogo forense se propuso hacer lo que nadie había hecho: identificar los restos y entregarlos a los familiares. Cuando se junta el hueso con la historia, todo cobra sentido
, afirma una integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense a Leila Guerriero en El rastro de los huesos
, la experiencia de una docena de personas que ha dedicado su vida a finalizar historias inconclusas.
Alberto Fuguet narra la vida de un vendedor de películas pirata en Chile. La periodista peruana Gabriela Wiener presta
a su novio en un bar swinger para relatar su experiencia. El colombiano Juan José Hoyos revela la casi inverosímil anécdota de un fin de semana que pasó con Pablo Escobar en los años 90.
Auge y marasmo
La crónica siempre ha estado ahí, no ha dejado de escribirse ni publicarse, lo hicieron el siglo pasado Gabriel García Márquez, Carlos Monsiváis, Truman Capote, Günter Wallraff; y los modernistas antes, al final del XIX. El género ha tenido sus años de apogeo y también de marasmo, sin embargo, ante la inmediatez y prisa de la noticia actual, la supuesta y tan socorrida objetividad, la divinidad del dato exacto y la declaración escandalosa, hoy se vuelve más necesario que nunca.
Los diarios y los medios electrónicos se encuentran inmersos en una dinámica donde domina lo oficial, los grandes informes, las encuestas, las previsiones. Los lectores ya no encuentran hoy en los periódicos lo que ocurre en el mundo, dijo hace algunos días a La Jornada el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.
El lector se asoma a las noticias todas las mañanas y se topa con cifras vacías que ya no dicen algo, no lo sorprenden; además, quien suele tener el poder de la palabra en los medios es el famoso, el rico, el poderoso. Y sin el desastre o la tragedia, el ciudadano común no es noticia nunca, agrega el argentino Martín Caparrós.
Antología de crónica latinoamericana actual (Darío Jaramillo Agudelo, Editorial Alfaguara, 2012) y Mejor que ficción (Jorge Carrión, Anagrama, 2012) recogen una abigarrada colección de crónicas y textos de periodismo narrativo latinoamericano, que parece vivir, desde hace al menos 10 años, un resurgimiento discreto, porque en efecto, ha perdido espacio en los periódicos y se ha mudado a revistas del continente como Etiqueta Negra, Soho, El Malpensante, Orsai, Gatopardo.
Contar lo cotidiano
Otros van más lejos y las convierten en libros. Juan Villoro narra en 8.8: el miedo en el espejo (Almadía, 2012), su experiencia en el terremoto que sacudió Chile en 2010. Asimismo, Martín Caparrós comparte decenas de historias gastronómicas que le han dejado sus viajes a la selva amazónica, Bangkok, Moscú, Tokio, México, en Entre dientes: crónicas comilonas (Almadía, 2012).
Se trata de convertir el dato en conocimiento, y, en lo posible, un acontecimiento en una experiencia
, dice Julio Villanueva Chang. Y se trata también de contar lo cotidiano. Parafraseando a Milan Kundera: la noticia está en otra parte.