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Maseualyolistli Mauricio González González y Sofía I. Medellín Urquiaga ENAH/Cedicar
Antes de que el sol claree, don Félix ya se dirige a su milpa, una que heredó de su padre, agrarista que bajo el mando de Tata Osorio recuperó las tierras de Huexotitla, al norte de Veracruz, en “esa, la Revolución”. Viste calzón de manta, la gallardía del blanco casi hace olvidar que va a trabajar. En el morral de zapupe, junto al machete, carga tortilla con chile que Nana Magdalena preparó al ofrecerle café al despertar. Ella había dejado el nixtamal cociendo antes de descansar, lo que permitió preparar la masa en el metate y tener el fogón dispuesto para el kafetl. Tuvieron siete hijos, sólo dos están en la comunidad, el resto trabaja en la Ciudad de México. Casi nunca les ven y, cuando han acompañado a alguno a contraer matrimonio, la urbe los expulsa rápida e invariablemente: “somos de campo, no sabemos andar”, dirá el padre preocupado por sus “matas de maíz”. El maíz junto a las semillas de frijol, chile, calabaza y todo lo que la tierra da, son más que gramíneas, pues entre los nahuas de la Huasteca la vida, maseualyolistli, se expande sobre todo aquello que tiene “sombra” (tonalij) y corazón (yolotl). Esto explica por qué en toda la región hay “enfermedades de doctor” y otras que sólo los curanderos (tlamtikemej) pueden tratar. Esta es la razón de por qué la sociedad nahua o maseualmej (literalmente “campesinos”, como se autonombran) es una que considera a niños, mujeres y hombres, pero también a los cerros (tepemej), los árboles (kauimej) e infinidad de “Dueños” o “Patrones” (Toteekauaj) del agua, el monte, la tierra, el fuego, las semillas y los muertos, entre otros. Hablar de la vida en este pueblo es convocar un mundo en el que altas jerarquías suprahumanas intervienen en todo momento sobre el curso de los hechos. Las regulaciones y normas deben considerar no sólo la convivencia entre pares, sino y sobre todo, la gratitud y negociación con lo más autónomo del universo, los “Señores”, dentro de los que se incluye a Santos católicos. Y si bien los jóvenes cada vez son más reticentes a participar de “los costumbres” (xochitlallia), rituales vernáculos, el destino está signado por el “don” de los “Patrones”, por lo que el trabajo, pero también la enfermedad y la muerte, tienen el sello de los que viven en el Cerro. Flores, xochitsones, danza y ofrendas serán los distintivos que hacen saber de la construcción de un nosotros cosmológico. La historia de la región está sujeta a grandes disputas que van desde la época precolombina, con migraciones de toltecas y mexicas, hasta la conquista y dominación española, cuya prolongación fue el cacicazgo posrevolucionario, subvertido a finales de los años 70’s y 80’s del siglo XX por una recuperación campesina de tierras sin precedente, encabezada por organizaciones y comunidades de cepa maseual. Los asentamientos nahuas en las Huastecas se localizan entre la cuenca del río Tuxpan y la porción sur de la cuenca del Pánuco en el norte de Veracruz, este de Hidalgo y sur de San Luis Potosí. Pero la diferencia llama a la diferencia: entre los maseualmej huastecos pueden identificarse a los más septentrionales de los meridionales, pues los primeros comparten innumerables elementos con los teenek y los del sur casi se confunden con otomíes, tepehuas y algunos totonacos si se considera el sistema productivo-organizativo, la ritualidad o la mitología. Esta distinción incluso se puede localizar en la lengua, expresándose en al menos dos dialectos del náhuatl. Y si la agricultura milpera es su principal actividad productiva y económica, como todos los de abajo, la combinan con ganadería a pequeña escala y el cultivo de caña de azúcar o la producción de café. El bordado y la alfarería son actividades tradicionales que si bien no han desaparecido, han perdido auge. El peonaje, junto a la emigración, toman cada vez más fuerza entre jóvenes, teniendo a ciudades como México, Tampico, Monterrey y Saltillo de principales destinos, donde se emplean principalmente en el servicio doméstico, el comercio informal y la construcción. Las minas de Pachuca, las agroindustrias en San Luis Potosí y ciudades de Estados Unidos tienen también un lugar nada extraño, pues la pobreza acecha, teniendo en la región a municipios catalogados de más alta marginalidad nacional, como Ilamatlán, Texcatepec y Zontecomatlán en el norte de Veracruz. Para inicios del milenio las estadísticas oficiales mostraban que la población hablante de náhuatl en la Huasteca representaba el 72 por ciento de la población indígena regional (el 19 por ciento lo tenían los teenek, 6 por ciento otomí y 3 por ciento los pames, tepehuas y totonacos). La población nahua ascendía a 675 mil hablantes, siendo la concentración más grande de este grupo etnolingüístico en todo el país, representando el 27.6 por ciento del total de hablantes de maseualsanilli en México. Tojuantij tiyolpaki titekiti iniuya maseualmej ipan Huaxtekapan tlalli.
Veracruz Kenankán yu masapijní: Inoscencio Flores Mina Comunidad masapijni de Tierra Colorada
Sentado a un lado del brasero, esperando que salieran las tortillas del comal, me contaba mi abuelita, cuando niño, que gracias a la tierra este año tendríamos qué comer. Y mientras masticaba la tortilla con un poco de sal, la miraba despacio sin poder entender aún lo que me decía. Somos masapijni (tepehuas),me insistía mi abuelita, “nosotros agradecemos a la tierra que es nuestra madre que nos provee de maíz, de frijol, de calabaza, de pipián, de chile, de camotes y de muchas verduras... todo aquello que en diversos momentos sembramos y cosechamos en nuestro terrenito. Pero no sólo es cosecha, también a la madre tierra se le da gracias, le ofrendamos con música, le ponemos sus velas, le damos comida, le platicamos y le decimos malakpuchunc kinakt'un (gracias, madre tierra). Con todo eso, le danzamos y damos gracias por la siembra y por lo que nos devuelve. El agua es la sangre que baña nuestra tierra; le agradecemos con comida, sahumamos con copal, le damos tabaco, le hablamos en masapijni y danzamos. Esto hace que nuestros años reverdezcan y nazcan nuevas hojas para nuestros hijos, el sol que da luz y cobijo a nuestra siembra, a nuestra tierra y el aire se le habla y se le pide, que no se enoje con nosotros para que las milpas, las plantas crezcan y den fruto. Todo ello, hijo, es nuestra creencia, ba kinputusqk'an (nuestra forma de vida), lo que nos hace ser masapijni. Con estas palabras, que años antes me decía mi abuela, entiendo que como pueblo masapijni tenemos lo que denominan cultura. Nosotros como pueblo no tenemos definido un concepto preciso de lo que es cultura sino son formas de vida, de ver y de repensar nuestro mundo y así nos revitalizamos. Los masapijni (tepehuas), tenemos una mirada distinta del concepto de cultura. Nuestra forma de vida, yu kinputsuqkan, es cultura, cuando compartimos lo que tenemos y hacemos, Así vamos construyendo nuestra cultura, nuestra identidad. Cuando entablamos el diálogo con nuestros hermanos ñühü (otomíes), teenek (huastecos), tutunakos y nahuatl de la región Huasteca veracruzana, no sólo son palabras castellanizadas, sino compartimos nuestros saberes, nuestras comidas, nuestros tejidos, nuestros productos. En este intercambio se llevan parte de lo que somos y nos traemos parte de ellos. Nuestra convivencia nos hace entablar una identidad regional, compartimos una cosmovisión, somos y nos identificamos como pueblo ante el otro y nos reconocemos, y el otro nos denomina desde su referente a nosotros. Nos unimos por la costumbre, somos música, humo de copal y hablamos y platicamos con la naturaleza, somos uno que sale de nuestra madre tierra y es aquí donde lo regional y lo idéntico se comparte. Éste es el conocimiento y la sabiduría de nuestros antepasados, que han venido caminando. Son nuestros abuelos y abuelas quienes nos enseñan a no olvidar esta naturaleza, porque es parte de nosotros; sin ello, no estaríamos aquí, no seriamos nada. Nuestra lengua, ha sido fundamental para que estos pensamientos sigan vivos y estén vigentes, porque con nuestra lengua nombramos el mundo, conocemos por su nombre las cosas. Con la lengua tepehua vamos transmitiendo el saber, el conocimiento, la sabiduría... Decimos nosotros, que la lengua masapijni, ñühü, náhuatl, tutunako y teenek hace que nos organicemos; nos permite acercarnos y hacer acuerdos, llevar a cabo las costumbres y las faenas que son los trabajos comunes en la comunidad. La palabra para nosotros los pueblos vale, y no se escribe en un papel para que se respete, para ello existe la memoria, el honor de hablar y la conciencia. Nuestra forma de aprender de los trabajos se rige bajo la práctica, con el apoyo de nuestros padres y la comunidad que nos cobija. Por eso nuestros abuelos nos siguen compartiendo lo que les fue trasmitido. Nos curamos con saberes, nos sanamos con nuestra tierra, nos vestimos con nuestra lengua y caminamos con nuestros hermanos y hermanas. Las formas de vida que se imponen vienen de los occidentales. Entra la religión suya, y en estos tiempos la tecnología, los medios de comunicación. Sin embargo, nosotros los pueblos nos resistimos a identificarnos como tales, nosotros nos identificamos desde lo que hacemos, lo que decimos y pensamos. La globalización que es la acumulación de grandes capitales de dinero que acorralan a la sociedad actual, y la modernización forzada por las tecnologías (computadoras, carros, tractores y máquinas de diversos usos, por mencionar algunas), y los medios de comunicación (internet, teléfono, televisión y otros masivos) repercuten en el proceso educativo y provocan la emigración, la discriminación y el menosprecio contra nuestros pueblos. Todos estos factores han hecho que a la nueva generación no le interese yu ixputsuk ni kinputaulankán (la forma de vida de nuestras comunidades). A pesar de la situación, hay mucho qué revalorar. Afortunadamente también en estos tiempos nuestros pueblos buscan la manera de revitalizar esta forma de vida, lo que otros llaman cultura. Renace por ejemplo la música tradicional con las bandas de viento, y los tríos regionales y los mitos de nuestro pueblo siguen envolviendo nuestra plática en las tardes junto al río Chiquito, como la nube del copal. Nuestros ancianos dicen: no hay que olvidar nuestras creencias, costumbres, rituales, nuestra forma de curarnos, nuestra forma de trabajar. Doña Francisca Ángeles, de la comunidad masapijni de Tierra Colorada, Tlachichilco, Veracruz, dice “no hay que perder nuestra costumbre, porque eso nos heredaron nuestros antepasados”. Nosotros somos maíz que se cosecha, maíz pinto, rojo, blanco, morado, amarillo, maíz de todo los colores; somos la voz y la memoria de nuestros antepasados. Somos quienes vivimos y estamos guardados en los cerros. Somos pueblo que hemos sido mestizados, pero nos revitalizamos y nos revaloramos con nuestra costumbre, nuestro ritual que expresa yu kimputsuqkan, forma de vida y sentimientos, nuestra lengua que dice por sí misma nuestro actuar. Masapijnin, lubanan, tso'onun, turunakosi ne ale teneek yu mukay maqali'i ani ixakpu'u lakinputaulank'an veracruz (Tepehuas, nahuatl, ñühü, totonacos y teenek somos los pueblos que enriquecen la Huasteca Veracruzana). El estar en una región y compartir nuestro pensamiento, nuestras creencias, la sabiduría, los conocimientos, la forma de mirar el mundo, nos hace uno solo; compartimos el trabajo; la lucha y la unión nos hacen fuertes como pueblos.
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