15 de diciembre de 2012     Número 63

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Caminando con los hijos del maíz


FOTO: Iván Hernández

Josefina Matesanz Ibáñez

Está cerca el atardecer. En la entrada a la comunidad náhuatl de Texoloc, bajo un arco de flor de zempoalxóchitl, comienzan a congregarse mujeres, niños, jóvenes, varones, todos están allí: es la fiesta del elote –elotlaixpiyali–, para recibir a los “hijos de Chicomexochitl”, los renuevos del maíz. Allí el curandero hace una primera ofrenda a elotes colocados en cuachiquihuites (cestos), a los que se han vestido como niñas y niños. Tres mujeres los copalean, los florean y danzan a su rededor. Al compás de sones propios de esta fiesta, tocados por la banda de viento, se conducen hasta la xochicali (casa de flores), donde los colocan en un altar, intercambiando a los del año anterior. Con los elotes que no están vestidos se hace una gran mesa circular que se cubre con manteles bordados sobre la que se coloca una ofrenda de pollos, pan, chocolate, café, refrescos y dulces. Toda la noche la gente danza frente al altar. El sudor, el olor de los elotes, los colores de las blusas bordadas, el sonido tintineante de una campanita que tocan repetitivamente, el copal y el humo de las velas, todo ello da un ambiente sagrado en el que se honra al maíz, que renueva la vida con los elotes de la temporada.

A media noche se lleva a cabo la gran Danza del mapache. Mujeres y hombres con matas de maíz adornadas con flores se forman en filas simulando una milpa, que se mueve al compás de la música, aparece un mapache, que va recorriendo la milpa, comiendo de los elotes y tirando algunos al suelo; un indígena revisa la milpa y regresa con perros para perseguirlo, hacerlo subir a un árbol, darle muerte con una carabina. Los niños disfrutan especialmente gritando, riendo y persiguiendo a su vez al mapache. No se termina allí la danza: mientras los elotes de la mesa se hierven y se hacen atole para compartirlos entre los presentes, algunos seguirán bailando frente al altar toda la noche.

Esta fiesta actualmente se realiza, con variantes, en un mayor número de comunidades de los municipios de Xochiatipan y Yahualica. Ante la amenaza del maíz transgénico que puede contaminar al maíz criollo, los indígenas celebran sus ritos con más fuerza y están dispuestos a defender su semilla.

“Nosotros en la zona de Oxeloco hacemos la reunión con los Jueces (delegados municipales) y Comisariados. El gobierno nos da semilla mejorada para sembrar, pero la gente no la recibe. Conocimos del maíz transgénico por las “madres” (Hermanas teresianas) y por Cenami (Centro Nacional de Misiones Indígenas). En 2004 vinieron del Ceccam (Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano) a recoger muestras de milpas de varias comunidades, las estudiaron en el laboratorio y nos dijeron que cuatro habían salido contaminadas con maíz transgénico. De allí dimos a conocer a las nueve comunidades de Yahualica que estamos organizados y tomamos acuerdo de no sembrar otras semillas que no fueran de aquí mismo. También hicimos un acuerdo de que no ocupen “matayerba”. Si alguien la ocupa paga una multa de 500 pesos. Así defendemos nuestra Tierra que es nuestra Madre. Por la radio de Huayacocotla, La Voz de los Campesinos, hemos dado el mensaje de que no reciban otras semillas, que el gobierno no nos puede obligar a sembrarlas, que defendamos nuestro maíz.

“El maíz criollo es de nosotros, ya tiene año, las tortillas son sabrosas, dan fuerza para el trabajo. No sólo comemos nosotros, comen los pollos, los puercos, los caballos, hasta los perros comen tortilla. También los animales del campo, los pájaros, tlacuaches, mapaches. Por eso defendemos nuestro maíz, porque es vida para todos. ¿Cómo vamos a vivir sin nuestro maíz?” (Virgil Hernández Vera. Oxeloco, municipio de Yahualica, Hidalgo.)

No hay maíz sin defensa de la tierra. Los campesinos indígenas de la Huasteca lucharon por ella en los años 70´s incluso con pérdidas de vida. Ahora las hermanas teresianas están apoyando con información sobre el Proyecto Chicontepec de explotación del petróleo, sus implicaciones para la región, la forma de documentar la contaminación y las instancias para hacerlo. Todo ello, sumado a otros proyectos como el apoyo a las cooperativas de apicultores de Xochiatipan, a la comercialización de bordados de las artesanas de Oxeloco, el trabajo con parteras tradicionales para la defensa de la medicina tradicional, vigoriza la vida de las comunidades indígenas.

“Fortalecer la comunidad indígena, la cultura, la unión y la solidaridad, es vivir el evangelio” (Hermana Cata Hernández, indígena náhuatl).


Partería nahua: vocación de servicio

Teresita de Jesús Oñate Ocaña Estudiante de doctorado en Desarrollo Rural, UAM-Xochimilco


Ema, partera nahua del municipio de Xochiatipan, en la Huasteca Hidalguense
FOTO: vTeresita de Jesús Oñate Ocaña

“Yo sueño, una señora me dice cómo voy a hacer”: María

“A los diez años lo levanté de curandera, soñé, se hinchó mi cara y mi cuerpo, mi papá buscó con quién me curara. En Tehuetlan, un señor de ahí, Tepechichi, le dijo a mi papá: tu hija trae un buen tonal, tiene que seguirlo ya de una vez”: Ana María

“Lloré en el vientre de mi madre (…) mi madre también (…) y un hijo también (…) lo traemos de herencia (el ser partera y curandera)”: Francisca

De diferentes maneras se inician como parteras, muchas veces sufrir una enfermedad grave es la que las marca y una vez que reciben el trabajo lo deben realizar, no lo deben dejar, pues pueden volver a enfermar e incluso morir.

La partería nahua implica una constante recreación de su cultura, una forma vital para mantener y desarrollar sus costumbres, su espiritualidad, su identidad.

Cuando las llaman para atender a una mujer, las parteras nahuas empiezan por confirmarles si están embarazadas: sus manos saben, diría Anita, y distinguen cuando el útero está crecido. Después vienen las sobadas y revisiones de las pacientes.

Si tienen paciente ya no salen de su comunidad pues están al pendiente de cualquier eventualidad. Su responsabilidad es estar disponibles para cuando se necesite. Las curanderas y parteras conocen de yerbas que logran detener al bebé cuando hay sangrados durante el embarazo. Con sobadas disminuyen algunas de las molestias que se llegan a sentir durante el embarazo.

También conocen plantas medicinales para infecciones urinarias y vaginales que no dañan al bebé que se está formando. En este tiempo aprovechan para aconsejar al esposo y a la familia de la paciente, pues el maltrato a la futura madre afectará al bebé. Muchos no les harán caso, pero no por eso dejan de dar sus consejos y platicadas a la familia. En el momento del parto, vienen los rezos, las veladoras y las ceras. Piden ayuda de seres superiores, algunas le rezan a las Santas Parteras: Monserrat, Santa Ana, Isabel, Magdalena y Soledante. Como lo relata María Anita, “más antes le rezaban y ofrendaban a las apantenamej (señoras o diosas del agua). La partera hace oración antes del nacimiento del niño. Ora en la casa, en el arroyo (donde lavan la ropa) y en el pozo mismo. Para la oración, la partera lleva consigo tabaco, aguardiente, huevos crudos. Son ofrendas para las apantenamej que harán el favor de auxiliar a la parturienta”.

Cuando ya pasó el parto y el alumbramiento, fajan a la mujer y amarran al niño.

Hasta los siete días será el momento de otro trabajo importante de la partera: levanta al niño, ordena traer su cuna –una camita de madera que colgarán del techo de la casa–, y vuelve a rezar. Ahora le pide permiso a la Tierra para separar al niño y entonces crezca como debe ser “levantamos al niño con aguardiente y lo alzamos (…) rezamos a las santas parteras” (Ana María).

Algunos días después del nacimiento –según que ya haya maíz, frijol y todo lo necesario para hacer tamales–, la familia le pide a la partera que junte las hierbas para bañar al niño y a la madre. Este es el rito del maltiakonetsi o baño del niño. Es aquí donde la partera presenta al bebé ante la comunidad y todos comparten: el alimento: un tamal grande que se multiplica y para todos alcanza; el agua de yerbas de río, donde todos se bañan y sacan el calor; el copal, con su aroma sagrado que penetra el ambiente y los recuerdos de los presentes. La madre Tierra recibe y comparte aromas, alimento, tabaco y aguardiente, y en ella, la reciben y comparten todas y todos los que ya pasaron, los que también nacieron y que ya fueron sembrados. Todos estos ritos y sus significados siguen recreando la comunidad, aseguran la armonía con la madre Tierra y fortalecen la identidad nahua.

Una vez que reciben el don, las parteras nahuas dedican su vida a servir a su comunidad y a quien solicite sus saberes. Muchas, con tantos años de servicio ya no saben cuántos niños han traído al mundo. “¿Noventa, cien?” dice una partera de Xochiatipan mientras sus ojos se entornan intentando dimensionar el trabajo de toda una vida, “axnijmati, no sé, los apuntaba al principio, pero después ya no… muchos”.

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