15 de diciembre de 2012     Número 63

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Delineando la historia

Clemente Cruz Peralta
Posgrado en Historia-UNAM

Cuando hablamos de la Huasteca nos referimos grosso modo a una súper área geográfica de al menos cuatro mil años de antigüedad, la cual a partir de la invasión española también fue conocida como provincia de la Victoria Garayana y provincia de Pánuco. Los colaboradores nahuas de fray Bernardino de Sahagún la denominaron con otros nombres como Cuextlan, Pantlan, Panotlan, Panoayan, Tonacatlalpan y Xochitlalpan, y a sus habitantes como cuextecas, totonaques, toueyome, pantecas o panotecas. Aunque en términos culturales se le ha definido con base en el grupo mayoritario teenek o huasteco, no debemos olvidar la presencia de nahuas, otomíes, totonacos, tepehuas, algunos grupos chichimecas y otros que se han extinguido. Después de la conquista se incorporó población de origen africano y europeo.

Es entonces una región marcada por la diversidad étnica, lingüística, cultural, social, al tiempo que compleja y contrastante. Ello no impide que sus habitantes originarios se reconozcan como parte de una historia compartida, una historia marcada por el tema de la tierra y los recursos naturales, que desde la conquista se imbricó en la cuestión agropecuaria.

El área de influencia de la cultura huasteca fue mucho más amplia de lo que hoy conocemos y casi siempre fue muy disputada. Durante algún tiempo la Huasteca estuvo ligada y subyugada a la Triple Alianza (Tenochtitlan-Teaxcoco-Tlacopan). Luego, en 1521, Francisco de Garay informó sobre algunas expediciones a la región, aunque su conquista le correspondió a Hernán Cortés, quien la gobernó como provincia de Pánuco entre 1522 y 1526, para después ser relegado por Nuño de Guzmán (1527-1533).

Hasta antes del siglo XVI, la vida en la Huasteca giró en torno al comercio, la agricultura, pesca, cría y recolección de animales, elaboración de tejidos y producción de cerámica y artesanías. El despojo de tierras por parte de los españoles provocó la desintegración de los linderos jurisdiccionales prehispánicos, creándose nuevos asentamientos bajo cánones europeos. Desde muy temprano se introdujo el cultivo de la caña de azúcar, cítricos, plátanos y otros frutos y plantas que se consolidaron hacia la segunda mitad del siglo XVI. Se introdujeron igualmente animales, ninguno con el impacto del ganado mayor, que modificó la estructura agraria y fue detonante, en distintos momentos, de rebeliones y levantamientos indígenas.

La evangelización en la región inició con los franciscanos fray Bartolomé de Olmedo en 1522 y fray Andrés de Olmos, en 1532; después se sumaron los frailes agustinos. La empresa católica se extendió en toda la Huasteca, que en su gran mayoría estuvo adscrita al arzobispado de México, aunque partes también a los obispados de Puebla y Michoacán. Ciertamente, los indios asimilaron la nueva religión, pero no desecharon sus antiguas creencias y ritos.

Los indios de la Huasteca participaron con carácter local en la guerra de Independencia. Consumada ésta se encontraron ante la redefinición de nuevas unidades jurisdiccionales políticas y administrativas; se implantó, por ejemplo, el ayuntamiento como órgano de representación local, donde no precisamente tenían cabida. Surgieron rebeliones debido a la imposición de leyes agrarias que planteaban transferir las tierras comunales a particulares. Como estrategia, los indios se valieron del condueñazgo, es decir, la división de propiedades “entre varios dueños”. En su afán por controlar el territorio, las élites regionales, integradas por blancos y mestizos, plantearon desde 1823 la creación de un Estado Huasteco; propuesta que se ha repetido hasta el día de hoy sin que en ello se vean precisamente soluciones a un sinnúmero de problemas.

La Revolución Mexicana produjo una gran movilización campesina, pero no modificó en general la estructura agraria ni mejoró las condiciones de vida de las comunidades, en parte porque fueron los caciques latifundistas quienes la encabezaron como estrategia para posicionarse en la región. El boom petrolero de fines del siglo XIX y principios del XX tampoco mejoró las condiciones existentes. Si bien se abrieron vías de comunicación (carreteras, sistemas ferroviarios y puertos) gracias al descubrimiento de pozos en “la faja de oro” (Naranjos-Cerro Azul-Poza Rica), se reforzó el proceso de concentración de tierras y capital en manos de inversionistas extranjeros, por lo que surgieron movilizaciones campesinas que tomaron nuevos derroteros y dimensiones más dramáticas desde 1970 hasta nuestros días.

Los retos que en la actualidad enfrentan las comunidades indígenas de la Huasteca son muchos: analfabetismo, desempleo, desnutrición, falta de servicios, marginación, migración, discriminación, militarización, violación a los derechos humanos, deterioro ambiental y desde luego la disputa por la tierra. Asuntos de primer orden que con grandes esfuerzos buscan paliar mediante sus organizaciones campesinas.

Cabe decir algo de la expresión musical más escuchada en la Huasteca: el huapango o son. Síntesis de mestizaje cultural que hermana la región en su cosmovisión, identidad, tradición e historia. Vínculo, a fin de cuentas, de identidades y culturas diferenciadas, multiétnicas y pluriculturales. Sonido en que convergen la tradición lírica española y la influencia musical indígena y afrodescendiente.

Patrimonio biocultural


FOTO: Archivo

Tania Escobar

México es un país considerado mega diverso debido a que, se estima, en su territorio existe alrededor del diez por ciento de las especies que se encuentran en todo el planeta. Tiempo, cultura y naturaleza son elementos esenciales en una fructífera relación que ha dado como propiedad emergente la diversidad biocultural (DBC); su expresión más notable la constituyen el conjunto de variedades, especies, sistemas y paisajes intencionalmente creados, mantenidos y utilizados por las culturas.

Veracruz, Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Tamaulipas conforman la unidad biocultural llamada Huasteca, un espacio geográfico con una extensión aproximada de 27 mil 404.85 kilómetros cuadrados, que abarcan la llanura costera del Golfo Norte y la Sierra Madre Oriental. Se caracteriza por una alta diversidad de hábitat como lagos, reservorios, ríos, arroyos, cavernas y ríos subterráneos. Debido a su originalidad ecológica, esta región presenta climas templados húmedos en las zonas altas, que alcanzan hasta los dos mil 400 metros sobre el nivel del mar. El bosque de coníferas es el tipo de vegetación representativo; están los bosques de pino-encino, con gran variedad de especies, el oyamel, cedro y pino colorado. Este ecosistema muestra una alta diversidad, ya que nuestro país tiene la mayor riqueza en el mundo de especies de pinos.

En la Huasteca la diversidad de especies salta a la vista: plantas trepadoras, orquídeas, magnolias, bromelias, árboles de liquidámbar, ciprés, aile y helechos arborescentes son característicos de los espesos bosques de niebla en los climas semicálidos húmedos de la región. Ahí es también el hogar de mariposas, aves, lobito de río, ocelote, tucán y la boa constrictora. Todos conviven en esta invaluable riqueza ecológica que sin embargo día a día se ve amenazada y donde el árbol de magnolia es una especie en peligro de extinción.

En el bosque tropical el escenario no es diferente; un caleidoscopio biológico se hace presente, el clima cálido y húmedo permite la vida de importantes especies representativas por su valor ecológico y cultural para las comunidades indígenas. El “ojite” es un árbol con diversos usos, sus frutos son comestibles y sus hojas sirven de follaje para ganado. Para los tepehuas de Tecomajapa, “el palo de agua” se utiliza en “el costumbre” por los curanderos del pueblo, el “cedro rojo” tiene importancia maderable, y a éstos se suman el árbol de la ceiba y la pahua entre otros. Viajar a Pahuatlán, el límite sur de la Huasteca, es un encuentro con olores y sabores de intenso colorido.

Igual que en lo biológico, hay una gran diversidad cultural. En la Huasteca convergen distintos grupos étnicos: los teenek, totonacos, otomíes, tepehuas y nahuas, quienes conforman las culturas dentro del territorio.

La mayoría de estos pueblos practican la agricultura de temporal, esto ha permitido que la región sea un centro de domesticación de una gran variedad de planta; destacan por ejemplo el maíz, la calabaza, el frijol, el chile, el cacao, la papaya, el aguacate, la jícama y el cacahuate, la mayoría de los cuales tienen particular importancia en la cultura de la Huasteca.

Además de la importancia ecológica, las prácticas culturales sobre el manejo de los recursos brindan un panorama heterogéneo de agroecosistemas tradicionales tales como la milpa, un policultivo cuyo uso principal es el autoconsumo y es una muestra de la biodiversidad generada a lo largo del tiempo.

Entre los sistemas agroforestales destacan los huertos familiares, que producen una gran cantidad de satisfactores para las necesidades humanas a lo largo del año; los pobladores obtienen ganancias económicas en la venta productos como café, pimienta, mamey y zapote negro, además de plantas medicinales, con lo cual conservan la medicina tradicional.

Los cafetales tradicionales albergan más de 300 especies de árboles, arbustos, hierbas y epifitas; además, estos agroecosistemas sirven de hábitat para aves, mamíferos e insectos. Para destacar los sistemas de silvicultura indígena, como el te´lomhuasteco, cuyo sistema de cultivo tradicional es manejado para obtener varios recursos, ya sea para el autoconsumo o para su venta.

Esta riqueza biocultural de la Huasteca actualmente se encuentra amenazada por el desarrollo de la ganadería extensiva, la expansión de monocultivos y la explotación petrolera. La pérdida de varios hábitat y la fragmentación de los mismos se han convertido en uno de los grandes peligros que atentan contra la biodiversidad y arriesgan la viabilidad de las culturas. En este sentido, la conservación cultural y la biológica están estrechamente vinculadas, la una depende en gran medida de la otra.

La cultura del agua ante
el cambio climático


FOTO: Proyecto lengua y cultura nahua de la Huasteca

Anuschka van ´t Hooft [email protected]

Los escenarios del cambio climático en este siglo no son nada buenos. En la Huasteca, sus efectos tendrán que ver con el agua: mientras que las sequías y ondas de calor, cada vez más extremas, provocarán escasez, los ciclones tropicales e inundaciones, cada vez más frecuentes, generarán un exceso dañino de este líquido vital.

Aparentemente, la Huasteca cuenta con altas precipitaciones pluviales, que se convierten en grandes escurrimientos superficiales. Sin embargo, en algunas zonas, sus propias condiciones orográficas dificultan el aprovechamiento de los escurrimientos, provocando problemas de abastecimiento. También debemos considerar la reducción en la cantidad de agua en ríos, arroyos, pozos y manantiales, debido al alarmante proceso de deforestación. Si a esto le sumamos los efectos del cambio climático –eventos hidrometeorológicos más intensos y erráticos–, la situación generará un desequilibrio aún mayor en la cantidad, distribución y disponibilidad del agua. Es muy probable que tal escenario conlleve grandes conflictos sociales.

Las personas más vulnerables (niños, mujeres, ancianos y los más pobres) serán las que más sufran de problemas de escasez y exceso de agua. Asimismo, las personas con gran dependencia de los recursos naturales, como los agricultores de temporal, serán especialmente susceptibles. Es así que podemos afirmar que, en la Huasteca, las condiciones de pobreza, marginación y desigualdad hacen a su población muy vulnerable ante los cambios inminentes.

Para reducir tal vulnerabilidad en la Huasteca, se tiene que promover una cultura preventiva y de respuesta. Para los ciclones funciona la implementación de sistemas de alerta temprana, la elaboración de planes de evacuación y la realización de simulacros para que la gente sepa qué hacer en caso de desastre; para enfrentar las sequías podemos incentivar el cambio de los tipos de cultivo a otros más resistentes, entre otras acciones. El Estado debe ayudar en este proceso de adaptación y mitigación a través de programas de comunicación de riesgo para crear capacidades y fortalecer a la población. Sin embargo, para que estos programas sean efectivos, es necesario tomar en cuenta la forma en que la gente percibe dichos riesgos.

Las personas actuamos conforme percibimos nuestra vulnerabilidad, la cual no necesariamente coincide con la vulnerabilidad medida por los científicos. Esta percepción local se constituye de comprensiones y sensibilidades sobre el ambiente natural, y depende de experiencias, creencias, conocimientos y saberes acerca de la naturaleza que hemos construido como colectivo.

Obviamente, las percepciones pueden ser heterogéneas y variar de acuerdo con el género, identidad étnica, generación, estatus socio-económico, actividades cotidianas, expectativas y deseos. Así, las percepciones son construcciones tanto individuales como sociales.

En la Huasteca, las percepciones sobre el agua son sin duda variopintas, y causarán grandes retos para cualquier institución que quiere trabajar en esta región.

¿Qué pensar cuando nuestros interlocutores indígenas ven en el agua un actor vivo, con capacidad de decisión, y con el que se tiene que mantener una relación de reciprocidad constructiva a través de rituales de petición de lluvia?

¿Qué hacer si la gente no reconoce el deterioro del medio ambiente como factor clave para la situación de vulnerabilidad, sino solamente el daño ocasionado directamente cuando ocurre un desastre?

¿Cómo actuar si los agricultores consideran los deslaves de las laderas como un recurso para fertilizar las tierras en vez de un impacto concatenado por la ocurrencia de lluvias intensas?

Sólo a partir del entendimiento de estas percepciones –y las dinámicas, intereses y modos de hacer que estas conllevan– podremos generar proyectos exitosos de comunicación de riesgo en la Huasteca que embonen adecuadamente con las visiones y normas de las instituciones de diferentes niveles que los impulsen.

Los escenarios del cambio climático prevén una enorme necesidad de investigación sobre el tema de las percepciones para poder atender de la mejor manera a la población vulnerable que vive en zonas de riesgo.

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