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Huapango, bandas y otras músicas
Aideé Balderas Medina Conaculta La música por excelencia, con la cual se identifica a la Huasteca es el huapango o son huasteco. Los sones que gozan de mayor popularidad entre la gente son El Querreque y Las tres Huastecas, por mencionar solamente algunos. Actualmente hay un intenso proceso de revitalización de esta música, ya que desde hace más de 20 años, diversos promotores culturales se han dado a la tarea de organizar encuentros de huapango y crear talleres de enseñanza de violín, jarana y guitarra quinta huapanguera (instrumentos de cuerda que se requieren para la ejecución del huapango). Actualmente hay una gran cantidad de tríos de niños y jóvenes huapangueros. Durante todo el año hay un intenso calendario de Encuentros de Huapango, donde se dan cita investigadores, músicos, bailarines y promotores que disfrutan esta música. Una de las fiestas más conocidas es La Fiesta Anual del Huapango. Encuentro de las Huastecas, que se realiza en Amatlán, Naranjos, Veracruz; la cual el mes pasado llegó a su emisión número 23. El gusto por el son huasteco transgrede fronteras y va más allá de su región. La migración ha jugado un papel fundamental para diseminar la semilla del son. Además de los estados que conforman la Huasteca: Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz; los que cuentan también con la presencia de importantes tríos huapangueros son el Estado de México, Colima, Guanajuato y Distrito Federal. Cuando se piensa en música de la Huasteca, automáticamente se hace referencia al huapango, sin embargo es importante señalar que existe una gran diversidad de músicas, una de ellas, y que también cuenta con un gran auge dentro de la región, es lo que a mí me gusta llamar la música de la “monumental banda de viento”, que, como su nombre lo dice, está formada principalmente por instrumentos de aliento. Una banda está conformada aproximadamente por 13 integrantes y los instrumentos que utiliza son la trompeta, el bajo, el bombardino, el barítono, el trombón, el saxor, la tambora, la tarola y los platillos, y cada vez es más común ver que las bandas usan tuba. Los estados que tienen mayor número de bandas son San Luis Potosí, Hidalgo y Veracruz. Si uno recorre la carretera que va desde Tamazunchale, San Luis Potosí, rumbo a San Felipe Orizatlán, pasando por Huejutla y Atlapexco, Hidalgo, hasta llegar al municipio de Benito Juárez, Veracruz, se dará cuenta de que está plagada de letreros con los nombres de las bandas. Dentro de su repertorio interpretan sones para el ritual de elotes, canarios, música para bodas indígenas, sones de carnaval, sones para difuntos y huapangos. Entre los eventos que más destacan está el Concurso de Bandas de Viento, que se lleva a cabo año con año en Calnali, Hidalgo. Para algunos promotores culturales les resulta polémico este concurso, y por ello que se han dado a la tarea de crear como alternativa los encuentros de bandas. El sentido de pertenencia de la tierra y la relación con el medio ambiente es muy importante para la gente que habita en la Huasteca; el solar, la milpa, el cerro, el pozo, el río, etcétera, son parte fundamental de lo que forma la identidad del huasteco y muchas de sus músicas giran en torno a los rituales agrícolas. Los duetos integrados con violín y guitarra quinta huapanguera, la música de arpa y rabel, las flautas, los tambores, los caparazones de tortuga y las sonajas que usan los danzantes son parte esencial de la gran diversidad de la música que hay en esta hermosa región. Desafortunadamente las prácticas rituales han disminuido, por diversos motivos que ahora no enumeraré, y ello trae como consecuencia que también las practicas musicales vayan en detrimento, ya que la ejecución de esta música cobra sentido solamente dentro de este contexto, son músicas que rompen con los esquemas de la comercialización y cumplen una función dentro de la comunidad. El arpa, mitos y sueños María Eugenia Jurado Barranco* y Camilo Raxá Camacho Jurado** *IPN **ENM-UNAM
Iba cayendo la tarde y con ella la niebla se volvía más densa, por lo que apenas podíamos percibir los movimientos de los danzantes. Patricio, músico nahua, colocó candelas con el fin de que se pudiera apreciar la danza de Moctezuma. Todo ello, junto con la atmósfera sonora que conformaba la música cíclica compuesta por el arpa, la media jarana y las sonajas dejaba aflorar las emociones de las personas de la comunidad. Uno de los cronistas de la conquista de México, Bernal Díaz del Castillo, narra que a bordo de un barco que dirigía Alonso Álvarez de Pineda, venía un músico de origen valenciano llamado maese Pedro el del arpa, quien más tarde, junto con Benito Bejel, pedía al cabildo que le concediera un sitio para abrir una escuela de danza. Quizá esto fue el inicio de la difusión del instrumento, ya que para 1767, Carlos Tapia Zenteno refiere que entre los huastecos se utiliza el término ajab para designar al arpa y otros instrumentos de cuerda. Teenek, nahuas y totonacos siguen utilizando la música de arpa para realizar sus ritos en las milpas, las cuevas, los arroyos, los montes, los altares domésticos y las iglesias, siempre con el fin de pedir o agradecer por una abundante cosecha de maíz, por la salud o para que sus seres queridos encuentren trabajo que les brinde un poco de lo que tanto necesitan. Para estos pueblos indígenas, la música se asocia con el maíz y se considera un aire bondadoso que viene del oriente, por lo que, al iniciar la danza se pide prestada a las deidades mirando hacia ese rumbo. Sus mitos y sueños están ligados con estas creencias. Por ejemplo, para Domingo Santiago Martínez, arpista teenek, Tsacam es el niño maíz, es el arpa pequeña que vive en el oriente. Y narra que “Dhipaak (el alma del maíz) era un niño muy juguetón, listo, y molestaba mucho a la gente con el ruido de sus silbidos y su flauta”. Mientras que Domingo Hernández Azuara, músico nahua, comenta que “el elote es un niño que toca mucho el rabel (…) Ése sí toca, el alma del maíz toca todo bien bonito”. Entre los totonacos se considera que el niño maíz es quien construye los instrumentos musicales y enseña a su madre la forma de hacer el Costumbre. Estos pueblos indígenas también comparten creencias sobre las formas de transmitir los conocimientos musicales, una es a por medio de los sueños. Bernardo Reyes, arpista teenek, decía que: “Yo toco arpa porque muchas veces en los sueños fui hasta donde está el espíritu de la danza, está por acá, por el oriente (…) en el mar”. Mientras que el arpista nahua Hilario Martínez comentaba: “En las noches, cuando uno está dormido, como que sueña y se oye la música (…) Ahora, cuando empecé a tocar el arpa soñé a un señor (…) Me dijo, el arpa no la quiso recibir el señor (…) te la vas a llevar”. Para los totonacos la música es un don sagrado, es un destino que se debe cumplir. En general, teenek, nahuas y totonacos comparten una cosmovisión de la música y de las concepciones del arpa en particular al circunscribir su uso al ámbito ritual relacionado con el cultivo de la gramínea sagrada: el maíz. Por ello, podemos afirmar que el son huasteco da identidad a todos los grupos de la región, pero los sones de Costumbre, en este caso interpretados con arpa, brindan identidad a los pueblos indígenas de la Huasteca.
San Luis Potosí El vinuete: música que acompaña Lizette Alegre González Etnomusicóloga / Escuela Nacional de Música, UNAM
Entre la música que practican los nahuas de la Huasteca Potosina se encuentran los vinuetes, género musical relacionado con el culto a la muerte debido a que se toca durante las ceremonias de Velación de Cruz, Xantolo y Angelitos. La dotación instrumental que este género emplea es el denominado trío huasteco, el cual se integra con violín, jarana y huapanguera. Se dice que esta música es sagrada y que tiene un carácter triste, pues es con la que se da el último adiós a los muertitos. Para una persona ajena a la cultura, el carácter de tristeza que se le atribuye al vinuete puede resultar desconcertante si únicamente atiende a sus características sonoras (la mayoría de las piezas son muy similares a la polka). Sin embargo, Maurilio Hernández, músico nahua de la comunidad de Chilocuil, en el municipio de Tamazunchale, explica: “Son tan tristes que hasta parece que hablan”. Los nahuas de la Huasteca Potosina dicen que las personas al morir se transforman en entidades sagradas que pueden causar bienestar o daño a un individuo, una familia o una comunidad entera. En algunos casos se les concibe como “vientos” que son capaces de destruir las milpas o traer enfermedades, pero también de acarrear las nubes que transportan el agua tan necesaria para los cultivos. En otros casos, los muertos se manifiestan por medio de su “sombra”, a la cual también se le atribuye la capacidad de provocar la bonanza o desgracia ocurrida a los seres humanos. Así, la relación “hombres-difuntos” se constituye como un referente con base en el cual se interpretan la fatalidad o la fortuna. De la conducta de los vivos hacia los muertos depende que éstos les causen daño o actúen como intermediarios para el buen curso de la producción agrícola y de la salud.
Uno de los mecanismos para asegurar y fortalecer la adecuada relación entre los hombres y los difuntos lo constituyen los rituales de Velación de Cruz, Angelitos y Xantolo, y la música de vinuetes es un elemento fundamental en la comunicación con lo sagrado. Dicen que cuando alguien muere su “sombra” permanece entre los vivos sin percatarse de su muerte. Esta presencia puede ser nociva, por lo que el ritual de Velación de Cruz se realiza con la finalidad de hacerle saber al muerto que ya ha perecido e incorporar su sombra al mundo, pero desde una condición de existencia diferente: la de difunto. La ceremonia de Angelitos está conformada básicamente por la velación y el entierro de un niño fallecido. Recibe su nombre a partir de la consideración de que los pequeños que mueren antes de haber aprendido a hablar son “angelitos”, ya que no han cometido pecado alguno por voluntad propia. Como ocurre con las personas mayores, su sombra permanece entre los vivos inconsciente de su muerte y es mediante el ritual que se le da a conocer su fallecimiento; de no llevarlo a cabo rehusará irse. El término Xantolo deriva de la palabra latina Sactorum que significa “Todos Santos”. Los habitantes de Chilocuil afirman que durante la fiesta de Xantolo los muertos regresan al mundo de los vivos, por lo que hay que recibirlos con respeto para evitar que se enojen y provoquen calamidades. Los vinuetes acompañan todos los actos que se realizan en las ceremonias de Velanción de Cruz y Angelitos. En la época de Xantolo, los músicos se organizan para ir a “echar” vinuetes de casa en casa, donde los anfitriones los reciben con agradecimiento. La música genera un estado de tristeza, pues la gente recuerda el día en que despidieron con ella a sus difuntos. En conjunto, los rituales de Angelitos, Velación de Cruz y Xantolo expresan la manera en que la gente de Chilocuil interpreta la muerte. Los primeros representan el acto mediante el cual los seres humanos se despiden de la persona fallecida y, al mismo tiempo, inauguran una relación entre los vivos y el difunto, quien transfigurado en entidad sagrada emprende el camino de la vida a la muerte. Dicha relación se renueva cada año durante la fiesta de Xantolo en la que los muertos regresan a la vida. Detrás de la necesidad de despedir a los difuntos, de asegurar que su sombra se vaya definitivamente, hay una estrategia de asimilación de un evento tan funesto como es el fallecimiento de un ser querido. En este sentido, los rituales de Angelitos y Velación de Cruz cumplen una función de duelo: los actos encaminados a persuadir al muerto para que acepte su nueva condición son también una manera mediante la cual los que le sobreviven aceptan su muerte. La música de los vinuetesintensifica las emociones, coadyuvando así a la producción de estados catárticos que favorecen la restauración del equilibrio psicológico alterado por el dolor que implica la pérdida de un ser querido. Pero, como bien dice el señor Felipe Hernández, curandero de la comunidad de Chilocuil, aunque la pena disminuye nunca desaparece por completo. Por tal razón, cada año durante el Xantolo, época en la que los muertos regresan, hay una nueva oportunidad de liberar el dolor mediante la catarsis generada por los vinuetesque hace a la gente recordar a los familiares y brindarles esta música “como si fuera su cumpleaños”, dicen. Con el transcurso del tiempo, los difuntos sufren otra transformación que les otorga una nueva condición ontológica: se convierten en ancestros, es decir, pasan de muertos particulares a colectivos, seres benefactores de la comunidad, mediante su intervención con los Señores de la tierra, para favorecer las cosechas. De acuerdo con la gente, los vinuetes se han interpretado desde tiempos inmemoriables, “son de las antiguas”, de modo que esta música ha sido testigo de la metamorfosis de los ancestros, acompañando su regreso cíclico e infinito: el camino de los muertos, de Velación de Cruz y Angelitos a Xantolo, y la rememoración anual de éste, se traza musicalmente.
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