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El escritor de la isla se mueve a bastonazos de ciego, afirma el narrador

La novela en Cuba se halla en un estado calamitoso, estima Leonardo Padura
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 10 de diciembre de 2012, p. 9

La Habana, 6 de diciembre. Leonardo Padura tiene este diagnóstico radical: la novela en Cuba se halla en un estado calamitoso y el escritor de la isla, desconectado de la producción mundial reciente y con un precario acceso a Internet, se mueve a bastonazos de ciego por el universo de la literatura de su tiempo, en la cual debe insertarse y con la cual debe compartir el mercado.

Padura (La Habana, 1955) es el autor contemporáneo más popular en Cuba, su obra está traducida a más de 15 idiomas y ha obtenido numerosos premios en la isla y en el extranjero (incluso el Roger Caillois de Francia), pero no tenía ningún reconocimiento oficial en su país.

Ahora lo tiene: fue el primer cubano invitado de la Semana de Autor de la Casa de las Américas, a finales de noviembre.

A la conferencia inaugural asistió el presidente de la Casa, Roberto Fernández Retamar. En su momento de mayor presencia internacional, el autor de El hombre que amaba a los perros (2009) contó cómo decidió personal, soberana y concientemente quedarme en Cuba y, a pesar de las carencias e incertidumbres que nos tocaban las puertas a casi todos, y hasta de mis propios miedos, escribir en Cuba y sobre Cuba.

Creador de la saga del detective Mario Conde, Padura ya había lanzado el año pasado un alerta sobre el desconocimiento literario que agobia a los escritores cubanos.

Hizo una lista de 10 obras indispensables, que aún estaban fuera del alcance de los lectores en la isla. La relación –que circuló a gran velocidad– incluyó nombres como Paul Auster, Roberto Bolaño, Vasili Grossman, Jonathan Littell, Cormac McCarthy, Don Winslow, John Updike, Milan Kundera, Hennng Mankell y Philip Roth.

Al estrujante escenario que describió en la Casa de las Américas, Padura añadió la muy deficiente política promocional de las editoriales cubanas, entre otras razones por la falta de un mercado interno; el ruinoso estado de la crítica literaria doméstica y la sobrevivencia en parte de los preceptos de la ortodoxia que dominaron el dogmatismo y la represión en la cultura en los años 70.

“La suma de estos elementos ha creado, en contra de la propia validación de la literatura que se hace en el país, la sensación de que por dos generaciones la isla apenas ha dado –o simplemente no ha dado– escritores de importancia, provocando una falsa imagen de vacío”, dijo el autor de La novela de mi vida (2001).

En el relato de su trayectoria, Padura narró cómo se enfrentó a la pervivencia de la política surgida en los 70: lo que en Cuba se llama quinquenio gris y que el escritor recordó como decenio negro. Años después, esas reglas seguían funcionando, hasta el punto de que dejaban al creador encerrado en estos límites: Alguien capaz de manejar con tino el arte castrante de la autocensura para evitar el agravio de la censura.

Literatura de indagación social

Con una industria editorial paralizada en los años 90 –por la crisis postsoviética–, los escritores cubanos buscaron premios y editores extranjeros, explicó Padura. Esto les permitió trabajar con menos exposición al prejuicio oficial y, en cambio, narrar el desencanto, el cansancio histórico.

El resultado, agregó el novelista, fue una literatura de indagación social, de fuerte vocación crítica, que marcó el rumbo de las letras cubanas de las décadas recientes, dentro y fuera de la isla. Sin embargo, anotó que el mayor error de esa producción fue su falta (o la incapacidad de algunos de sus creadores) de una perspectiva más universal, es decir, menos localista.

Pese a todo, Padura consideró que el horizonte está abierto: El escritor cubano que vive en Cuba, y día con día enfrenta la realidad del país, con sus cambios, evoluciones, reacciones sociales y sueños personales realizados o frustrados, se ha convertido en uno de los más importantes recolectores de la memoria del presente que tendrá el futuro. Esta responsabilidad añadida a la propia responsabilidad literaria confiere al escritor un compromiso civil que le da una dimensión más trascendente a su trabajo.