El romance y la culpa
rímenes de pasión. El romance y la culpa (Guilty of romance), del realizador japonés de culto Shion Sono, es el capítulo final de una llamada Trilogía del odio que dio inicio con Love exposure (cinta aún inédita en México) y continuó con Pez mortal (vista en el Foro de la Cineteca, 2011), esa exploración fantástica, con tintes de cine gore, de un suceso de nota roja que mostraba a una pareja de asesinos, adiestradores de perros y destazadores de sus víctimas, entretenidos en inocular el placer sádico en un pusilánime viudo. Asesinatos que son actos gratuitos, erotismo exacerbado y la combinación surrealista de sexualidad y violencia son algunos elementos característicos en la obra del también director de El club del suicidio (2001).
El romance y la culpa es, de nueva cuenta, una incursión en un thriller de corte fantástico ubicado en un barrio de Tokio plagado de antros, burdeles y hoteles de paso, el Maruyama-cho Shibuya, donde se ha descubierto un cuerpo femenino descuartizado, con la cabeza de un maniquí sobre el torso de la víctima decapitada y una prótesis en el lugar de una de sus extremidades. Un crimen en apariencia pasional con toda una macabra elaboración artística. La persona encargada de investigar el caso es una detective, Kasuko (Miki Mizuno), y su pesquisa la conduce hasta otras dos mujeres que por su parte llevan una vida doble. La cinta está dividida en cinco capítulos y su duración original de casi dos horas y media se ha reducido para su distribución comercial a poco menos de dos horas.
Tomando como pretexto y punto de partida la misteriosa trama policiaca, lo que en realidad parece interesar al director es el tránsito de la inocencia a la corrupción de su protagonista central, la joven Izumi (Megumi Kagurazaka), una ama de casa extremadamente dócil, casada con un maniático escritor que es celoso guardián del orden doméstico, y su aprendizaje liberador al lado de Mitsuko (Makoto Togashi), la enigmática profesora de literatura que gusta de prostituirse por placer todas las noches. Izumi acepta combinar su empleo de vendedora en un supermercado con su participación, primero reticente, luego entusiasta, en una agencia de modelos donde abandonará por completo su timidez y sus reservas. A partir de esta propuesta, el director explora con pinceladas de humor y un gran barroquismo visual (colores muy vivos, estética de neón chillante) el mundo de la prostitución y el contraste entre dos modos de vida sólo aparentemente opuestos. El esposo novelista, narcisista irredento que cautiva a sus seguidoras en lecturas públicas con relatos de sensualidad retorcida, busca, en efecto, su inspiración en los burdeles, y su obsesión por el orden tiene su expresión más completa en una sexualidad basada en formas extremas de dominación y sometimiento consentido.
Queda abierto el planteamiento de si al cineasta provocador le interesa mostrar una suerte de afirmación o rebeldía feminista en la conducta de sus protagonistas o si sólo intenta explorar el carácter complejo de una sexualidad basada en relaciones de poder muy tensas. Lo que sí satiriza en esta historia es una doble moral y la rigidez de las convenciones sociales, oponiendo el mundo higiénico y muy ordenado de la sociedad japonesa moderna al caos y los desarreglos de un espacio urbano prostibulario marcado por el delito, el crimen y un erotismo siempre transgresor. Con esta visión pesimista concluye una vitriólica y excesiva trilogía del odio, en la que hay sin embargo espacios suficientes para el humor y la ironía, y para que personajes femeninos, seductores y complejos, muy vitales y con una inocencia no del todo corrompida, tengan por fin una presencia vigorosa.
Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.