anolo Mejía, vestido principescamente de azul y oro, partió plaza con los ojos contraídos y deslumbrados, por última vez en su vida. El sol invernizo crudo y alegre, le debe haber recordado sus faenas en las ganaderías. El torero lentamente se dejó ganar por el ansia de gloria a cambio de una experiencia que le confirió una dulce serenidad y un caminar por los redondeles desmadejándose. Dejó el ruedo moreno y rugoso con las marcas que le fueron dejando su vida de torero.
Manolo Mejía fue síntesis del toreo en las ganaderías. Una figura en las plazas de tientas, tentando vaquillas. Para muchos ganaderos el mejor de todos. Se fue al compás de las golondrinas en el inicio de las fiestas decembrinas en que seremos pasto de moles, enchiladas y pozoles; romeritos y bacalao que tanto le deben haber gustado al diestro de Tacuba.
Manolo Mejía a partir de su faena a Costurero, de Xajay, en una corrida nocturna se subió al pedestal de los consentidos del coso de Insurgentes y nunca se bajó. En el recuerdo quedaron faenas célebres a toros como Desvelado, Zalamero y esa triunfal temporada de novilladas en que a lado de Ernesto Belmont y al desaparecido recientemente Valente Arellano, enloquecían a los aficionados una tarde sí y otra también.
Identificada buena parte de la afición del tendido cálido con el torero nacido en el barrio de Tacuba, no ocultaba su origen y forma de ser, expresados en el esquema corporal; circular su rostro y cuerpo al igual que derechazos y naturales, en las que internalizó todas las tortillas nopaleras con las que toreaba y le fueron creciendo como tapetes hechos a mano en miles de nudos. Seguramente no faltaron en su dieta los tequilas y mezcales y menos lo tacos de buche, nana, riñón, criadillas, machitos y ojos del famoso Charro
que a su vez, hace años dejó de asistir a la plaza de Mixcoac.
Manolito fue enamorado del toreo en el campo bravo. Qué manera de torear a las vaquillas a una mano, suavemente, enseñándoselas al ganadero, enlazadas a las comidas en las ganaderías bañadas de chile picoso y llegador, placentero y doloroso.
Toreo auténtico el de Manolo, que se refugiaba en las placitas de las ganaderías y daba lances a la luz de la luna para regusto interior. Acompañadas de intuición y toque único. Arte excelso, callado, de aroma definido y efímero. De hecho su torear no toleraba el toreo comercializado al ser su torear música destinada a la intimidad, a la vida interior, al recrear la embestida de los bureles hacia adentro. Todo lo opuesto a lo que sucede actualmente en los redondeles. La tarde de su despedida no fue la excepción.
¡Adiós, torero!