Evaluación económico-social del sexenio (2/2)
n el ámbito internacional, México continuó desvaneciéndose en el sexenio que termina, y peor aun, convertido en un país de nota roja al que se aconseja no viajar por su violencia e inseguridad.
Verlo convertido en nulidad, sin voz atendible, sin dignidad que obligue al respeto, y sin más presencia que la de ser el barrio pobre y convulso de Norteamérica, es no sólo vergonzoso sino ofensivo. A esta ignominiosa degradación han colaborado las cinco administraciones recientes y destacadamente la última.
Economía externa
No obstante la exportación de petróleo, las transferencias de los migrantes y el potencial turístico - tres fuentes privilegiadas de divisas para el país - México sigue siendo deficitario con el exterior y crecientemente endeudado.
Tras la megacrisis de 1994-95 la deuda externa pública se redujo del 24.6% del PIB (1994) al 12.1 en el año 2000, y al 5.5% en 2006. Este último "gobierno" volvió a disparar la deuda pública: casi duplicó la externa al 10.2% del PIB, y elevó la interna del 16.2 en 2006 al 24.5% del PIB en 2012; la deuda total reconocida (sin incluir los pasivos por pensiones) llega por lo tanto al 34.7% del PIB cuando en 2006 había logrado reducirse al 21.7 (Gráfico 7). Cabe recordar además que una buena parte de la deuda interna es en realidad externa pues está en manos de inversionistas extranjeros.
Al respecto, es procedente destacar que la inversión extranjera de cartera (en valores públicos principalmente) siguió creciendo aceleradamente en la última administración, de 342 mil millones de dólares en 2006 a 448 mil millones en 2011 (Gráfico 8). El "gobierno" siguió haciendo oídos sordos y desmemoria a las advertencias sobre la peligrosidad de estas inversiones - en gran parte especulativas y a corto plazo - pues su fuga (como sabemos) al superar a las reservas internacionales (que escasamente cubren un tercio de estas inversiones) acaban derrumbando la economía.
En cuanto al petróleo, el gobierno que termina virtualmente dilapidó unos 276 mil millones de dólares, más del doble que el valor actual de la deuda externa pública (124 mil millones). La mayor parte de esas divisas regresó al exterior de inmediato para pagar las importaciones de combustibles y otros petrolíferos que el Pemex actual - deliberadamente mermado y descapitalizado - no pudo procesar internamente. Si bien este deterioro viene de años atrás (Gráfico 9), aun en 2005 de cada dólar recibido por exportación de crudo Pemex gastaba 51 centavos en importaciones de derivados, y en 2012 ya son 72 centavos. Este gobierno incumplió el construir al menos una refinería, de la cual no logró poner ni la primera piedra.
Muchas más pifias y fallas se podrían documentar en el frente externo: mayor dependencia, desnacionalización económica (Pemex, CFE, agro, pérdida de industrias incluso emblemáticas como las cerveceras y tequileras, infraestructura, servicios,...), desequilibrios, la migración, asentamientos monopolistas externos, política antidrogas,... pero aquí lo dejamos.
Precariedad fiscal
Algunos de estos factores mencionados - como el reendeudamiento público, exprimir a Pemex, la baja inversión, o la aceptación de capitales indeseables - tienen parcialmente su origen en una falla atávica del gobierno mexicano: su precariedad fiscal, incluyendo en ello una pobre recaudación, y un uso en mucho falaz y abusivo de los recursos.
En cifras gruesas, México capta fiscalmente la mitad de lo que debería: sólo el 18% del PIB, en comparación al 30% que en promedio captan los países medios de la OCDE, y al 43% de los avanzados (Gráfico 10).
El problema es ampliamente conocido; llevamos años, lustros, hablando de una reforma fiscal para captar más recursos y poder afrontar un mayor gasto (y más racional) en educación, salud, infraestructura y otras prioridades, pero no hay acuerdo. La razón es que hay dos enfoques contrapuestos sobre tal reforma: a) el del capital y sus gobiernos neoliberales que insisten en aumentar gravámenes al consumo (IVA y otros) y mantener las ventajas y privilegios fiscales que tienen; y b) el enfoque social que incide en que lo primero es que empresas y quienes concentran el ingreso paguen lo justo vía impuestos sobre la renta (ISR) y eventualmente patrimoniales, y no eludan o evadan sus obligaciones.
Y tiene razón el enfoque social. Regresando a nuestro comparativo internacional (Gráfico 10), se observa que la baja captación no está en los impuestos sobre bienes y servicios, donde vía IVA y los derechos al petróleo captamos 9.8% del PIB, razonablemente en línea con los estándares internacionales. El problema está principalmente en la baja captación del ISR que sólo es del 5.2%, ni la mitad de lo deseable, por la elusión sobre todo de corporativos y grupos privilegiados; y también en las bajas contribuciones a la seguridad social (sólo 2.9% del PIB), consecuencia lógica de la falta de empleo formal y el incumplimiento patronal.
Esta disparidad fundamental de enfoques e intereses redundó en un empantanamiento fiscal en el último sexenio que, sin incluír la seguridad social, acabó captando en 2012 por vía impositiva sólo el 15.1% del PIB, prácticamente lo mismo que en 2006 (15.0%) (Gráfico 11).
En síntesis, termina ahora para México uno más de los gobiernos fallidos de las últimas tres décadas perdidas. Sin contar el desastre en que dejan al país la inseguridad, contaminación, desconfianza, transgénicos, alimentos, una banca tan voraz como disfuncional, la pérdida del patrimonio productivo... cabe reflexionar que hoy tendríamos una economía el doble de grande si en estos 30 años el país hubiera crecido a un modesto 5.0% en vez del mediocre 2.5% alcanzado; que México sería más nuestro sin tanto entreguismo y corrupción; y que viviríamos sin tanto encono social si hubiera empleo y una equitativa y racional distribución del ingreso y la riqueza. ¿Qué sigue?
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