os nuevos secretarios de Hacienda y de Economía tienen por delante una faena ardua. Para ello tienen que tomar una opción decisiva, y eso definirá su trabajo y, en buena medida, la del gobierno entrante en su conjunto.
Pueden mantener los criterios que han marcado las políticas públicas en materia monetaria y fiscal, la gestión de los programas sociales y las pautas de fomento del desarrollo de los últimos 12 años. O bien pueden provocar alguna sacudida que altere la forma de funcionamiento de la producción, el empleo, la generación de ingresos y el financiamiento.
Dada la continuidad básica que hubo en estos campos durante la alternancia en el poder con Acción Nacional, la cuestión parecería estar de alguna manera predeterminada. No obstante, ante la persistencia de esos criterios no puede eludirse el hecho clave de que la sociedad cambió de muchas maneras, que su signo constante es el de la gran desigualdad y el mantenimiento de una muy extendida pobreza. También cambiaron aspectos relevantes de la actividad productiva y financiera, y, por supuesto, se alteraron de modo significativo las condiciones económicas globales.
La estabilidad ya rindió sus réditos principales, pero no estimula el crecimiento necesario ni más condiciones distributivas positivas. Debe amarrarse con otras acciones que hagan más dinámica la interrelación de lo que pasa en el mercado y su expresión más extendida.
Esta economía tiene muchos dobleces, como las telas que se marcan precisamente donde han sido dobladas y no hay plancha que las borre. Los cambios sociales, sin embargo, se han topado con estructuras sumamente rígidas en los mercados y en la política, cuestiones que tienden a ir a la par, y ello genera fuertes fricciones.
La energía social se contiene por una parte, y por otra se desborda. De estas dos caras tenemos muestras cada día por todo el país. Los límites de forma y tiempo de esta relación son desconocidos. Los equilibrios son muy precarios. Es un juego enmarañado y su resolución no es lineal. Al contrario, es eminentemente compleja.
Este asunto no es sólo competencia de buenos técnicos, sino requiere igualmente y de modo decisivo de un fino trabajo político. No entendido como usualmente se hace en México, alrededor de componendas. Los cambios legales del gabinete y la redefinición de las competencias son indicativos de la visión política con la que se emprende este gobierno. Lo mismo pasa con las reformas que se proponen, la laboral, ya realizada, y la energética y fiscal, que están en proceso y que, según declaran los actores involucrados, deben conseguirse de manera pronta.
La economía mexicana tiene una especie de personalidad dual. Por una parte se ha establecido un entorno, el macroeconómico, en el que prevalece la estabilidad. No obstante, esto no se manifiesta en un mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la gente, sea en su trabajo, ingreso, oportunidades que tiene y las perspectivas que enfrenta.
El otro, el microeconómico, tiene enormes fallas que afectan la operación de las empresas pequeñas y medianas, genera gran concentración de la propiedad, falta de competencia en sectores claves, no crea el empleo que se requiere, sino más informalidad, y, en general, hace que la asignación de los recursos sea sumamente ineficiente tanto en el mercado como en el sector público.
Entre los grandes negocios, muchos de ellos ya vendidos a empresas extranjeras y entre las firmas de inversiones de aquí y de fuera, existe un ánimo muy optimista sobre las posibilidades de expansión de la economía, y no sólo eso, sino hasta de su transformación en potencia. En un reciente número de la revista The Economist se expresaba claramente esta percepción, que se repite en distintas versiones en varios medios. Ahora sería el momento de México, como en su momento fue el de Chile y Brasil. Hay otros casos que no cuajaron según proponían esos mismos voceros, como ocurrió con India o Rusia.
Así que el ambiente internacional que en materia económica recibe al nuevo gobierno no puede ser más halagüeño. Pero este ánimo tiene que ver con aspectos también muy mundanos.
La inversión extranjera en la bolsa de valores, que se coloca principalmente en deuda emitida por el gobierno, es, sólo este año, superior a 60 mil millones de dólares. Está aquí por el rendimiento más alto que obtiene frente a los Bonos del Tesoro de Estados Unidos, con la garantía del gobierno y, en las condiciones actuales, con poco riesgo. Es imprescindible que esas condiciones se mantengan para que esos recursos sigan aquí.
Un cambio decisivo debe provenir de la articulación interna de la economía, que genere mayor fortaleza en las condiciones sociales. Se deben aprovechar las ventajas exportadoras que están dadas y otras nuevas que crecen marginalmente poco.
En una economía global con claras tendencias recesivas o de plano en medio de una crisis, como ocurre en los países más ricos, los espacios de acumulación que se van creando son sumamente valorados y aprovechados. Ése es el caso de México ahora. No es la primera vez que ello ocurre, y así podemos remitirnos a 1982 o incluso a 1994.