En un rincón, casi apagado, se escuchó el grito eufórico de la afición del cuadro fronterizo
Dolió que los Diablos no pudieran vencer a un equipo con apenas tres torneos en primera
Lunes 3 de diciembre de 2012, p. 3
Toluca, Méx., 2 de diciembre. El verdadero averno es la derrota. Es la crueldad de ilusionarse con algo que nunca llegará, jugar a lo imposible y comprobar que al final espera el fracaso. Ayer Toluca ardió en su propio infierno, el que va de la esperanza a la frustración.
El rojo inundó La Bombonera. Una marea de carne y gritos en sincronía llegó para hacer el otro juego que da vida al futbol, el de la grada enloquecida.
En una cabecera los aficionados de mirada fiera, las barras bravas, ondeaban banderas y cantaban himnos de guerra y amor por una camiseta. En el resto del estadio los seguidores comunes, aquellos que no viven y mueren por el equipo, pero que igual lo quieren con sinceridad. Todos, sin excepción, se estremecían por la misma intención: ver a su equipo conseguir un nuevo campeonato.
En cancha propia eran mayoría e imponían una dictadura emocional. Los gritos del público escarlata hacían inaudible cualquier otro apoyo que no fuera por el Diablo querido.
En un rincón, casi confinados, hinchas tijuanenses apoyaban a los Xolos y soportaban con disciplina espartana los insultos y gritos ensordecedores en su contra.
Se sabían parte de un equipo joven en primera división, pero entusiasta y lo suficientemente fuerte como para estar en una final. Estaban movidos por la insolencia de ser un pez chico que indigesta al grande. En esa asimetría numérica el joven Xolos no se intimidaba ante el viejo Diablo.
Cayó la noche fría de las alturas mexiquenses, pero ese infierno de pasión soñaba con entusiasmo revertir la realidad. Nada era más electrizante que el juego de las emociones en la tribuna. Los aficionados escarlatas pasaban de la tranquilidad de la confianza a los alaridos de terror.
Una pelota que tocaba Sinha y el estadio estallaba en un coral grito técnico: ¡Ahí, por la derecha!
Una jugada de peligro en la portería local y se hacía un silencio de angustia.
Con la misma entrega con la que alentaban al equipo también le reclamaban la torpeza o la falta de sacrificio cuando algún jugador desistía en la carrera por un balón. Aquí en La Bombonera todos hacían su trabajo: los de la cancha perseguían la pelota y en las gradas sufrían con autenticidad.
Si un tiro llegaba débil por el costado del poste del cuadro fronterizo, los aficionados choriceros se levantaban del asiento con las manos en la cabeza, porque para ellos cualquier disparo a la portería rival significaba aire puro para mantener viva la esperanza de revertir el marcador en contra.
Sin conseguirlo llegó el medio tiempo que sirvió para darse un respiro ante el desgaste de nervios, pero a medida que avanzaban los minutos la inquietud empezó a hacerse notoria en los chasquidos de nudillos y las sonrisas nerviosas.
A pesar de que no llegaba el gol de la salvación, los aficionados escarlatas seguían soñando con empatar el encuentro.
Otra copa, queremos otra copa
, cantaban con devoción fanática. Nosotros somos rojos desde la cuna. Que vamos a salir campeones, no tengo duda
, coreaban para afirmar la identidad.
Con las manos en el pecho, Mario Torres, un aficionado de 14 años, gritaba al equipo del que se enamoró hace más de 10, cuando su abuelo lo llevó por primera vez a la cancha a ver al Diablo.
Tengo mucha fe en que ganemos el campeonato, pero si pierden, los perdono
, se anticipaba al peor de los escenarios, y agregaba: Sería muy triste que después de tanto sufrimiento cayéramos en la final, porque estuvimos a punto de ser eliminados por el América.
También le dolía que no pudieran vencer a un equipo con apenas cinco años de haberse construido y con tres torneos en la primera división: Sería vergonzoso perder ante un equipo tan joven
.
Cuando se marcó el gol de los Xolos que alejaba al Toluca del campeonato las caras de los choriceros se hicieron rígidas, pero todavía gritaron para contagiar al equipo. Cuando cayó el segundo ya no hubo nada. No era tristeza, sino algo más doloroso.
Y la vergüenza de la derrota inundó la Bombonera. El frío hizo más terrible el gesto de los aficionados que perdieron una final en casa. En un rincón se escuchaba, casi apagado pero enfurecido, el grito de un puñado de aficionados tijuanenses. Pocos, jóvenes, pero campeones.