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EU: una ficción que amaga agravar la crisis

El precipicio fiscal es un desastre imaginario, publica The New Yorker; no obstante, podría dañar la economía

Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 1º de diciembre de 2012, p. 40

Nueva York, 29 de noviembre. La magna batalla política entre la cúpula sobre impuestos, gasto público y deuda es, como ocurre en tantas batallas bélicas, algo que nunca debería haber estallado porque brota de un engaño, aunque en este caso sí forma parte de una guerra política real librada a lo largo de las últimas décadas sobre el papel social del gobierno, una entre neoliberales y lo poco que queda de los hijos del New Deal.

Inmediatamente después de la elección, el debate político nacional aquí se obsesionó con algo que suena como un desastre natural mundial pero que en efecto es una fabricación imaginaria entre políticos estadunidenses: el precipicio fiscal.

El precipicio fiscal es un desastre imaginario; sólo existe mientras miembros del Congreso y el presidente no logren resolver sus diferencias. En 2011, ambos partidos acordaron que la mejor resolución fue ninguna resolución, escribe Jill Lepore en un amplio reportaje sobre la historia de los impuestos en Estados Unidos en The New Yorker. Afirma que este mes el gobierno federal está intentando prevenir un desastre que él mismo creó.

Este desastre tiene que ver con el acuerdo de no hacer nada el año pasado sobre el asunto básico del papel social del gobierno en la economía –supuestamente uno de los ejes centrales del gran debate electoral entre demócratas y republicanos– y que, en el guión oficial, gira en torno a los impuestos y el gasto federal.

El acuerdo del año pasado estipula que, a menos que el Congreso y el presidente logren un consenso sobre un plan para arreglar el déficit fiscal –que ha superado un billón durante los últimos cuatro años–, en el primer día de 2013 se detonarán de manera automática una serie de recortes en gasto federal e incrementos en impuestos de un total combinado de más de 500 mil millones de dólares.

Lo curioso es que este desastre fabricado podría tener consecuencias muy reales, incluyendo nutrir la crisis económica nacional e internacional, según informes oficiales del gobierno estadunidense y otras entidades.

Obama lanzó una ofensiva política esta semana para generar presión para su propuesta, que esencialmente establece que los impuestos sobre 98 por ciento de los contribuyentes se mantendrán congelados, mientras se incrementará la tasa para el 2 por ciento de más altos ingresos. Sin embargo, ha indicado que, a cambio, está dispuesto a ceder ante argumentos republicanos para reducir algunos rubros del gasto social, incluyendo contemplar una reforma (léase, reducción) de los pilares del sistema de bienestar social, pero que eso se negociaría el año entrante, después de un acuerdo para evitar las consecuencias del precipicio.

El liderazgo republicano, encabezado por el presidente de la Cámara baja, John Boehner, continúa rechazando cualquier incremento de impuestos, con el argumento de que eso debilitará la inversión y la generación de empleo.

Sin embargo, algunos republicanos han empezado a romper filas, pues el costo político de ser acusados de hacer que el país caiga al precipicio, lo cual implicará recortes en todo el presupuesto, incluyendo el gasto militar e incrementos de impuestos, es cada vez más alto.

Esta intensa batalla política es en verdad parte de una guerra que lleva décadas y que tiene como disputa central, para ponerlo en sus términos más básicos, la relación entre los más ricos y todos los demás. En las últimas décadas ha quedado claro que los más ricos han estado ganando esta guerra, logrando reducciones dramáticas a sus contribuciones, mientras se desmantela poco a poco la red de bienestar social, y se asfixia la inversión en infraestructura, educación y salud en el ámbito público, al tiempo que se generó la mayor concentración de riqueza en casi un siglo.

Uno de los hombres más ricos del planeta (el segundo más acaudalado del país) lo confirma. El inversionista Warren Buffett señaló que los que están en la lista de Forbes –él incluido–, de los 400 más ricos, en combinación lograron un nuevo récord de riqueza acumulada de 1.7 billones. En años recientes mi banda ha estado dejando a la clase media en el polvo, afirmó en un artículo publicado en el New York Times esta semana. Agregó que en 1992 los impuestos pagados por los 400 que cuentan con los ingresos más altos del país tenían una tasa promedio de 26.4 por ciento, pero para 2009 ésta era de 19.9 por ciento. Comentó sarcásticamente: Es padre tener amigos en altos lugares.

Buffett escribe que el ingreso promedio anual de los 400 más ricos en 2009 fue de 202 millones, lo cual, si se pone en términos salariales, sería un sueldo de 97 mil dólares por hora en una semana laboral de 40 horas. Añadió que más de una cuarta parte de los súper ricos pagaron menos de 15 por ciento en impuestos, y una mitad menos de 20 por ciento. Por tanto, comentó que elevar las contribuciones tendría impacto negativo sobre las inversiones y llamó a que el Congreso implementara un impuesto mínimo de 30 por ciento sobre ingresos de entre uno y 10 millones, y una tasa de 35 por ciento para ingresos mayores.

La otra cara de la moneda en esta disputa supuestamente sobre el déficit también es clara para algunos. Reducido a su esencia, el precipicio fiscal es un instrumento para forzar un desmantelamiento del Seguro Social, Medicare y Medicaid, como el precio para evitar los incrementos de impuestos y recortes en programas civiles federales y en el ámbito miliar, afirma James Galbraith, profesor de políticas económicas (hijo del famoso economista John Kenneth Galbraith) de la Universidad de Texas. Expresa que la crisis del déficit es una distracción y que el enfoque debería ser sobre nuestros problemas reales: empleo, vivienda incautada, infraestructura y cambio climático.

El economista y premio Nobel Paul Krugman recordó que la gran era de la prosperidad compartida de este país sucedió en las décadas de la posguerra, justo cuando había mayor justicia económica, cuando se duplicó el ingreso medio familiar, entre 1947 y 1973. En ese periodo los ricos pagaban mucho más en impuestos y los trabajadores tenían mayor poder, a través de los sindicatos, para negociar mejores salarios y condiciones.

En los 50, informa, las contribuciones de empresas y por los ingresos de los más ricos eran de aproximadamente el doble de hoy día. Krugman insiste en que en medio de una crisis económica las recetas de austeridad son justo lo opuesto a lo que se necesita, y que la meta tiene que ser el estímulo del crecimiento económico y la generación de empleo, lo cual, a mediano plazo, resuelve el déficit al generar mayor ingreso al gobierno. Lo otro sólo incrementa la concentración del ingreso.

Por el momento la gran disputa es qué tanta austeridad imponer a casi todos, menos a los más ricos, muchos de los cuales han gozado de enormes subsidios del tesoro público.