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Nuevo recuento de poemas de Jaime Sabines
A

lgo deben tener los versos que una generación y otra y otra más los leen con el mismo asombro. Con ese asombro antiguo que nos provoca el fuego y que fue muy similar al que percibieron los primeros hombres. Sólo así entiendo un poco, y solamente un poco, que algunos poemas nos sigan iluminando como la zarza ardiente, que hablen desde quién sabe y que sepamos que nos hablan a cada uno de nosotros.

Los poemas de Jaime Sabines son esa zarza ardiente en mitad del camino que habla por nosotros o nos dice lo que sabiéndolo nunca habíamos escuchado. Como aquel rumor de sílabas que en un poema clásico de Sabines nos dice que El amor se come como un pan,/ se muerde como un labio, se bebe como un manantial.

Verdad irrefutable, certeza personal que compartimos todos, sin duda, pero que sólo el poeta Jaime Sabines la tatuó de manera indeleble. ¿O no es verdad que a partir de Sabines El amor es el silencio más fino,/ el más tembloroso, el más insoportable?

Dice Mario Benedetti en la que es quizá la mejor antología poética del autor de Los amorosos que en un país con una gran tradición de poetas Jaime Sabines aparece casi como una isla. Su poesía coloquial se distingue de la del chileno Nicanor Parra porque a diferencia de éste no busca dejar estupefacto al lector porque Sabines busca a un interlocutor con el que pueda establecer un diálogo. Su poesía es coloquial, conversacional. Tiene las cartas sobre la mesa, es abierta como la de José Emilio Pacheco que se caracteriza, según Benedetti, en bucear con palabras conocidas en lo desconocido.

Benedetti tiene razón. Por eso su sinceridad es casi descarada, sus contradicciones no son fingimientos sino paradojas vitales y el amor no es sólo un sentimiento sino una herramienta para diseccionar el alma del poeta.

Reforzando esta idea, Sabines dijo en varias ocasiones que sus estudios de medicina contradecían poco su quehacer poético como algunos pensaban: la medicina se encarga del cuerpo y la poesía del alma; ambas, se complementan. Pero esta última, la poesía, termina dando testimonio del hombre sobre la tierra. Trasciende su cuerpo y empieza a andar.

Una de las mejores descripciones de la poesía de Jaime Sabines la escribió Octavio Paz: si la prosa de Juan José Arreola semeja al Príncipe Saladino que puede partir en dos un hilo de seda con su sable, los versos de Sabines recuerdan a un Ricardo Corazón de León capaz de derribar a golpe de espada un roble. Sabines, en efecto, escribe con el golpeteo del corazón y más aún, según las palabras de la investigadora Aurora Ocampo: escribe con todas las entrañas.

Sabines siempre canta en do de pecho y el amor del que dan cuenta sus versos son más cercanos a la personalidad de Casanova que de Don Juan. Para este último el cuerpo a cuerpo es sólo eso, los estertores provocados por el sexo mientras que para el primero el sexo es una consecuencia del amor y el amor es lo más importante: enamorar y querer enamorarse y en esta búsqueda imposible su corazón les dice a los amorosos que nunca han de encontrar/, no encuentran, buscan.

Y como uno de los ejes de la poesía de Sabines es el amor, la poesía, con todos sus rigores formales es casi una fatalidad, un destino, el destino de un hombre que se siente desnudo más que todos los hombres.

Sabines vivió alejado de círculos literarios, alejado de promociones y favores como le dijo a Graciela Atencio en estas páginas: A mí nunca me interesó participar en los medios donde se movían los poetas ni formar una corte de aduladores a mi alrededor. Y mi trabajo también siempre estuvo lejos de la poesía. Desde el 59 al 80 pasé la mayor parte de mi tiempo en una fábrica de alimentos para animales, sólo mis ratos libres se los dedicaba a la poesía, pero la poesía nunca me dio de comer.

Poeta más importante que famoso y vaya que lo es, Jaime Sabines al parecer ya forma parte de esa X que los mexicanos llevamos en la frente. Ya es parte de nuestro santo y seña, del ADN de nuestra tradición poética. Por eso me da gusto que en la nueva edición de su Recuento de poemas sus hijos hayan incorporado todas las correcciones que por alguna razón o por otra no tenían sus versos: palabras que cambiaron los duendes de la imprenta o se comieron los moldes cambiantes de la tipografía. Su Recuento de poemas es nuevo, es otro y es el mismo.