ace 15 días publiqué en este periódico un llamado a cambiar nuestra actitud hacia la mariguana que tuvo alguna resonancia (14 de noviembre, ¿Y si nos enorgullecemos de la mariguana?
). Muchos de los comentarios que recibió el artículo fueron positivos y, claro, hubo también algunos críticos. Me importa discutir uno de los puntos que traen los críticos, y es la supuesta falta de seriedad de la propuesta.
No me preocupa demasiado que la gente me vea como poco serio
. Existe la tendencia a confundir la solemnidad con la seriedad, y sabemos que frecuentemente hay mucho más seriedad y profundidad en lo cómico que en lo solemne. Pero, en este caso, quisiera defender la cuestión de la seriedad, no de mi persona, sino mi argumento en favor de la legalización de la mariguana.
A algunos lectores les chocó que celebrara esa droga, imaginando, como hice, una serie de estrategias publicitarias para una industria legal de la mariguana. Sin embargo, importa dar el paso que di, porque si se llegara a legalizar la mariguana –como debiera hacerse– vendrá inevitablemente un proceso de comercialización. Como sucede con cualquier producto. Y esos procesos siempre conllevan campañas publicitarias que bordan sobre los aspectos más atractivos del producto, evitando siempre sus lados negativos. ¿Cuándo se ha visto que un comercial de whiskey enseñe a un enfermo de cirrosis hepática? ¿Cuándo uno de coches que diga que los accidentes automovilísticos son la primera causa de mortalidad juvenil en México? ¿Cuándo un comercial de pegamento industrial que enseñe a una banda de asaltantes chemos? ¿Cuándo un comercial de habanos que muestre una foto de cáncer en la lengua? ¿Cuándo un comercial de Sabritas enseñe una gráfica de la epidemia de obesidad infantil? ¿Cuándo un comercial de refrescos que muestre un diabético agonizante?
No podemos discutir la legalización de la mariguana sin entender que, si se opta por esa ruta, como se debe optar, habrá publicidad positiva sobre la mariguana, y que tendremos que ver y reconocer, probablemente a diario, que la mariguana tiene un lado positivo –como lo tiene también la Coca Cola (aunque me duela reconocerlo– ¡gulp! ¡gulp!).
Admitir e imaginar como sería esa publicidad puede parecer un apoyo incondicional al consumo de la mariguana, pero, de mi parte al menos, no es tal. Si la discusión fuese sobre alcohol, tabaco, azúcar o automóviles, que son todos factores serios de riesgo a la salud, mucho más que la mariguana, estaría también en favor de la legalización, y de la regulación a partir de criterios de salud pública, en lugar de optar por su franca criminalización.
El temor a los riesgos de salud –que es legítimo, porque la mariguana tiene sus riesgos– lleva a algunos a temer que se hable de los lados positivos o atractivos del producto. El miedo se entiende.
Pero el miedo no debe confundirse con la seriedad
. La política pública en el tema de las drogas está hecha toda de miedos, pero carece de seriedad. ¿Qué sabemos de los riesgos de la mariguana, comparados, por ejemplo, con los riesgos que tiene la política de fomentar el uso indiscriminado del automóvil particular? Poca cosa. No tenemos idea exacta de cuáles serían los efectos de salud pública de la mariguana, porque no es legal, pero de ninguna manera arrojaría un saldo de muerte comparable al de los accidentes automovilísticos (que causan 16 mil muertes anuales en México, según informó recientemente el secretario de Salud). Sin embargo, todos los gobiernos y todos los partidos políticos apoyan la proliferación indiscriminada de automóviles particulares, sin una discusión respecto de su impacto en materia de salud pública.
Eso sí es falta de seriedad.
Falta de seriedad es que esté el país de rodillas en una guerra con el narco, sin que haya un estudio de qué sucedería si en lugar de criminalizar la droga, se la tratara como problema de salud pública.
Según la revista Emeequis, el gasto militar se triplicó, de 25 mil millones a 77 mil millones de pesos, bajo el gobierno de Felipe Calderón. Falta de seriedad es que no tengamos a la mano datos de los beneficios a nivel de salud pública que se podrían obtener a cambio de ese dinero si se gastara mejor en hospitales y clínicas de tratamiento.
Falta de seriedad es que no sepamos qué tan graves son los riesgos a la salud causados por las drogas –producto por producto–, y que esos riesgos se comparen con los de otros insumos, por ejemplo, el tabaco, el alcohol, el azúcar, las grasas trans, el pegamento industrial, etcétera.
Falta de seriedad es que no tengamos datos respecto de si el aparato de justicia tiene la capacidad de procesar correctamente a los presos caídos en la guerra contra las drogas.
Los lectores que reclamaron mi supuesta falta de seriedad por atreverme a imaginar una industria legalizada de la mariguana podrían utilizar su propia seriedad de manera más provechosa, exigiendo una discusión pública de los datos de salud –tanto datos de riesgo, como datos de costo– que incluya datos no sólo de las drogas que están proscritas, sino una jerarquía bien ponderada de todos los riesgos a la salud para evaluar cuál es la mejor manera de encarar los problemas que conlleva el consumo de las drogas que hoy son ilícitas.
La guerra contra el narco se ha desarrollado sin una discusión pública bien informada en relación con el tema de la salud pública. Ahí está la falta de seriedad.