a élite financiera apoltronada en las instituciones públicas ha sido, ¡oh lugar trillado! carnal, virulentamente neoliberal. Y de ello se siente orgullosa hasta la médula, exhibiendo, sin pudor, sus posturas, con frecuencia reaccionarias, siempre conservadoras y presumidamente estabilizadoras para decirlo con mayor precisión. Tal claque se ha formado en los silencios y resguardos del Banco de México, la Secretaría de Hacienda y en universidades del extranjero, en especial las de Estados Unidos. Antes, la mayoría de los que ahora ya son viejos, al menos egresaban de la UNAM. En el presente y desde hace ya varios años, el ITAM los ha ido substituyendo como matriz formadora. La influencia que esparcen sobre los grupos políticos no se pone en tela de juicio. Por el contrario y en no pocos casos, se han encaramado sobre el liderazgo político hasta obligarlo a seguir sus dictados. Cuentan, para tal menester, con el apoyo que les brindan los operadores y santones de los centros neurálgicos de las finanzas mundiales. Son, estos últimos personajes, sus guías, avales y los usufructuarios mayoritarios de casi todas sus decisiones.
A los financieros públicos se les ha tratado con deferencias múltiples, exquisitas. Han sido muy bien recompensados en sus ingresos, bastante más que sus correligionarios de la burocracia oficial. Se les ha colmado de honores en su desempeño profesional y dado continuidad a sus carreras tanto dentro del sistema como en organismos internacionales de prestigio. Los medios de comunicación los concita a menudo, sobre todo cuando la opinocracia atisba algún atorón económico de difícil o sutil tratamiento. Los periodistas especializados en negocios o finanzas no dudan en alabarlos y rendirles el crédito suficiente para salvaguardar sus agraciados prestigios. Pero, quizá lo mejor y más apreciado por estos funcionarios de élite es la respetabilidad que alcanzan a menudo en su entorno social. En ese medio se desenvuelven con pasmosa seguridad, tonos pausados y buenos modales. Si, por alguna razón fuera del alcance de los comunes ciudadanos, deciden retirarse del servicio público, encuentran de inmediato acomodos de calidad en el tinglado de las grandes corporaciones del país. Esta colección de gracias bien podría ser catalogada como el irresistible atractivo del ser, por autocalificación, responsable y neoliberal.
Tal descripción de los prohombres que han guiado el aparato económico del país viene a cuento por la presente coyuntura en que, ciertos de ellos, participarán, de nueva cuenta y de manera definitoria para dar continuidad al sistema establecido. El periodo panista toca a su fin y se inaugura con resplandor mediático la entrante administración del priísmo; ese que exuda eficacia, tal como aseguran los acomodaticios exégetas del poder.
Para iniciar la crítica de esos personajes habría que mencionar su mediocre desempeño, si tal aseveración se finca en la evaluación de los resultados obtenidos a lo largo de estos 30 últimos años. Poco han retribuido, tan premiados funcionarios del oficialismo priísta o panista, al crecimiento de la economía. Mucho menos lo han hecho al bienestar general o a la justicia distributiva. Sexenio tras sexenio, desde el inicio de los ochenta al presente, han fracasado en lograr los objetivos que se han fijado. Han dicho, y redicho, que se crecería a 6 por ciento anual promedio de menos, tal como se hizo en el pasado estabilizador. Sólo han conseguido poquiteros indicadores, los peores de América Latina: 2 o 3 por ciento en promedio anual. Han caído una y otra vez en crisis y quiebras de enorme costo social. El impacto de tales números se concreta con furia inaudita en el empleo creado, un promedio que no llega a 300 mil por año para una oferta laboral no menor al millón de personas por año. La contraparte, desempleo e informalidad, se torna, además de alarmante, peligrosa. En cuanto a los ingresos de los trabajadores la situación es cruel, inhumana, pues 70 por ciento de ellos ganan de tres salarios mínimos para abajo. Y la pobreza, claro está, aumenta hasta llegar a grados inmerecidos (60 por ciento del total poblacional) para cualquier medida y las potencialidades de este país.
La tesitura del gobierno que formarán los priístas triunfantes, esos que presumen un nuevo cuño, retraerá, al círculo decisorio, a tecnócratas de conocido y más que probada ineficacia. Se habla, en los círculos íntimos del poder, del padrinazgo del antiguo secretario de hacienda de Carlos Salinas: Pedro Aspe Armella. Ese catalogador de la miseria como mito genial. El padrino de los déficit fiscales mayúsculos (rebasaban 10 por ciento y llegaron al 20). Nada hay que temer, decía orondo el itamita: están integrados con renglones positivos para el desarrollo. Afirmaba, con redundante soberbia, que se importaban bienes de capital e intermedios y ninguneaba la magnitud, cierta y onerosa, de los artículos de consumo. El mismo que se negó a devaluar. Primero su renuncia antes que el desdoro de tan pedestre decisión argumentaba. La severa devaluación, impuesta a sus sucesores, se trabó después en la disputa sobre a quién correspondería el mérito por haber ocasionado tan espectacular tronido llamado error de diciembre.
Ahora el señor Aspe es empresario de altos vuelos. En mucho, es el hacedor de las bursatilizaciones estatales. El endeudamiento desbocado de gobiernos locales ávidos de posteridad, nombre, negocios y herederos, descubre al taumaturgo que hay detrás de esas angustiantes deudas: don Pedro el hábil. Un consejero indispensable para dar confianza a los banqueros prestamistas de que las cosas fueron examinadas y bien planteadas. Indispensable asesor para presentar buena cara ante las calificadoras. Esas entidades trasnacionales que cerrarán ojos y libros para extender evaluaciones adecuadas. Ahora se vuelve a aparecer tan insigne negociante por los pasillos del que se declara priísmo renovado, de cuarta generación. Es, además, un diseñador de reformas pendientes. Esas que, cuando fue funcionario de privilegio, no pudo concretar: la fiscal y la energética. Es, por varios motivos, el inspirador de eso que Peña Nieto apunta como atavismos de los cuales desprenderse para entrar en la modernidad y el futuro. Pemex, CFE y la recaudación mediante el IVA serán los dictados, a tras mano, del entreguista oráculo financierista.