dos partes beligerantes derrotadas
Optimismo
en que se ponga fin a décadas de conflicto armado
Para el sociólogo colombiano, en la negociación que se desarrolla en estos días entre el gobierno de Santos y las FARC está en juego la posibilidad de crear un partido político de real oposición, y no de alternancia
Martes 27 de noviembre de 2012, p. 23
Las fuerzas armadas y la policía nacional de Colombia nunca podrán derrotar militarmente a la guerrilla. Y los guerrilleros nunca entrarán triunfantes a Bogotá a colgar sus hamacas en el palacio presidencial de Nariño, como soñaron en sus inicios. Estas dos certezas son, hoy, el argumento fuerte
que anima el incipiente proceso de negociación entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Así lo ve Alfredo Molano, narrador y explorador de la entraña rural de su país, quien vibra diariamente desde Bogotá con lo que sucede estos días en el Centro de Convenciones de La Habana.
Enemigos desde hace más de cuatro décadas, el gobierno y los insurgentes que hoy se sientan en torno a una mesa son descritos por Molano –en entrevista para La Jornada– como dos partes beligerantes derrotadas
.
Se declara optimista
ante la perspectiva de que, al final del proceso, surgirá un acuerdo de paz en la nación andina que ha padecido el conflicto armado más prolongado de América Latina. Lo que está en juego en esas rondas en la capital cubana es, nada más y nada menos, la posibilidad de crear una democracia real
en su país.
Sociólogo y periodista a quien la guerra llevó a la cárcel y al exilio, valora el cese del fuego decretado por las FARC como una forma de anticipar el futuro y ver si podemos vivir sin dispararnos
. Empujado por el entusiasmo, vislumbra como muy probable
que en ese futuro los jefes militares y comandantes de las FARC algún día vistan de civil y participen en la vida institucional de Colombia. Claro que los veo algún día despachando en oficinas públicas
.
Aquí, la entrevista con el escritor bogotano, capaz de llenar anaqueles enteros con libros de su autoría que transitan por los territorios del reportaje, la literatura y la sociología (entre los más populares: Los años del tropel; Trochas y fusiles; Rebusque mayor, relatos de mulas, traquetos y embarques; Desterrados, crónicas del desarraigo; Ahí les dejo esos fierros.
–¿Qué es lo que está en juego en la ronda de La Habana?
–La posibilidad de crear un partido político de real oposición al establecimiento, representado por los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, que han gobernado siempre. Los intentos de crear un partido de oposición, y no de alternancia, han sido siempre reprimidos a sangre y fuego, como en el caso de la Unión Patriótica, a la que le asesinaron 5 mil militantes y hasta hoy no ha sido condenado un solo asesino. Otros casos, como el Movimiento de Izquierda Liberal (MRL), fueron cooptados por la maquinaria oficial. Está en juego la creación de una democracia real.
–Si se llega a un acuerdo de paz, ¿cómo vislumbra las luchas cívicas?
–Será difícil. Ha corrido mucha sangre. No tenemos una cultura democrática; no militamos en partidos, participamos en justas. Una gran tradición religiosa pesa sobre nosotros. El dogma, la verdad revelada, es más fuerte que el discernimiento sereno. Nos gustan las cruzadas. Los partidos son amalgamados por el sectarismo. No obstante, la gente del pueblo sabe discutir, se divierte polemizando. El hecho de repudiar como se ha repudiado la violencia puede ser el entramado para permitirnos disentir sin matarnos. Sera difícil, pero hay síntomas alentadores.
De los peñascos nórdicos a los tiburones del Caribe
–En un artículo en El Espectador llama a los diálogos anteriores de Tlaxcala (1992) y El Caguán (1998) peñascos nórdicos contra los que se estrelló la negociación
. Lo bueno es que La Habana no está en los mares del norte. ¿Puede esta experiencia ser algo distinto?
–Cuba no tiene peñascos, pero el Caribe está lleno de tiburones. Tanto en Tlaxcala como en El Caguán, jugó en contra de los diálogos el intento de sacarlos adelante sin un cese del fuego. Difícil, es cierto, por la existencia de ejércitos paramilitares amparados por sectores del ejército oficial, por terratenientes y por políticos. Hoy, después de la farsa de la desmovilización hecha por el ex presidente Álvaro Uribe, los paramilitares que no han cedido el control de las zonas donde se fortalecieron están volviendo a la carga, paralizando la restitución de las tierras robadas a los campesinos, ganando elecciones locales, haciendo paros armados y amenazando con volver a las andadas si no les permiten también participar en la mesas de negociación. Mi esperanza está puesta en la conciencia civil, en la participación de la comunidad internacional y en la necesidad de las partes de salir del ensangrentamiento.
–En otro escrito cita el caso del guerrillero raso que antes de entregar su fierro se plantea si el que lo recibe no lo va a matar con él. ¿Hoy hay cohesión en torno al cese del fuego de las FARC?
–Con franqueza, sería desastrosa una división entre sectores guerreristas y pacifistas dentro de las FARC. Me alienta su tradición de poder monolítico y de unidad en el estado mayor. Sin duda en los campamentos ha habido una larga discusión y un concienzudo análisis sobre las perspectivas que se abren y sobre la suerte de la guerra. En las bases de las FARC se discuten problemas políticos y militares cotidianamente. Supongo que hay un consenso sobre lo que los negociadores van a hacer en La Habana.
Vislumbres de un futuro posible
–Sobre el tema de la tierra, ¿qué obstáculos habría que ir removiendo?
–Esta es la bandera histórica de las FARC. Son un movimiento armado campesino y no han dejado de serlo. Pero la nueva generación de comandantes nació y se crió en la Juventud Comunista y en la actividad política de la UP. El tema sigue vigente pero con un nuevo carácter: ya no se trata de una reforma agraria al estilo años 60; ahora se está pensando más en términos de territorio o, para decirlo de otra manera, en un reordenamiento territorial, figura creada por la Constitución de 1991.
–Sobre el cese del fuego de las FARC, ¿cuánto pesa el antecedente de 1984 y el exterminio de la Unión Patriótica?
–Las FARC, por constituir una fuerza irregular, pueden decretar un cese del fuego unilateral como lo han hecho, un repliegue sin sacrificios notables en su estrategia. El ejército argumenta que es una trampa para ganar aire. No creo que sea cierta esta afirmación, por lo que veo y se ve en las zonas rurales que frecuento. El ejército lo que no puede –o no quiere– es controlar a los grupos paramilitares que bautizó bandas criminales
. Para mí el cese del fuego sería una prueba tangible de la voluntad de paz de la fuerza pública, sería una forma de anticipar el futuro y ver si podemos vivir sin dispararnos. El cese del fuego debe ser visto como un proceso de aclimatación del derecho internacional humanitario y no un pronunciamiento como el que se hizo en el 84.
–Lejos de plantear una hoja de ruta complicada, se empieza a trabajar sobre una agenda mínima. ¿Esto es bueno o malo para poner fin al conflicto?
–Creo que el objetivo es una reinserción , no sólo a la vida civil, sino a la lucha política. Muchos comandantes han participado en política y algunos están en el monte justamente por esa participación, como es el caso de Iván Márquez. Lo delicado es la de los crímenes de lesa humanidad, delito del que están acusados varios comandantes. Hay juristas que opinan que el escollo puede ser superado por la vía de la justicia transaccional y de un acuerdo con las cortes internacionales. De todas formas habrá que encontrar la fórmula, porque entrega de armas a cambio de cárcel es una tontería.