n consonancia con los pronósticos recientes sobre la economía mundial, los que se han hecho sobre nuestra economía advierten de una sustancial pérdida de dinamismo. Según los economistas de BBVA Bancomer, por ejemplo, este año creceremos por debajo del 4 por ciento programado y el año entrante todavía menos.
De no lograr el presidente Obama un pronto arreglo con los republicanos, Estados Unidos empezaría a caminar por el desfiladero del llamado precipicio fiscal
, y el mundo entero –nosotros entre los primeros– encararía la ominosa perspectiva de una nueva y tal vez más profunda recesión económica. Europa, incluida la prepotente Alemania, viviría momentos de grave y aguda crisis social que no dejarían intacta la, hasta ahora, robusta democracia capitalista de masas construida con esmero y asiduidad al calor de la segunda posguerra y de la guerra fría que la marcara casi hasta el fin del siglo pasado.
No es en balde, ni exagerada, la emergencia que inunda los círculos de análisis y formulación de políticas de las instituciones financieras internacionales y de los bancos centrales de los países desarrollados. Tanto el señor Bernanke, de la Reserva Federal estadunidense, como la señora Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, lanzan sus llamadas de alerta alrededor del globo y claman al cielo por un pronto y feliz arreglo en Estados Unidos, mientras los trabajadores europeos marchan contra la agudización del ajuste recesivo con el que los gobiernos quieren crear riqueza y auspiciar la recuperación.
Morir en Madrid remite a aquella terrible guerra civil con la que se inauguró el reino del nazifascismo, pero hoy, aquí y ahora, ha dejado de ser remembranza para volverse realidad cruel para muchas familias sin empleo y con seguro a punto de fenecer. Desde ahí, la capital de la transición tranquila a la democracia con que se inaugurara su tercera ola, la presidenta de Brasil puso el dedo en la llaga con claridad y elegancia: la austeridad excesiva, declaró Dilma Rousseff, se autoderrota porque sofoca el crecimiento y, al hacerlo, comprime el empleo y la demanda, y los déficit fiscales se reproducen en vez de reducirse: los desempleados dejan de consumir y pagar impuestos y, mientras pueden, reclaman seguro de desempleo y el gasto público tiende a crecer sin que lo hagan los ingresos del Estado. El dictum brasileño no mereció sino un rebuzno por parte del lamentable presidente de las Cortes españolas, quien reiteró sus creencias en las recetas nefastas de la inefable señora Merkel.
Difícil estreno este, para un gobierno que promete la eficacia y propone una reforma administrativa del Estado de gran calado, pero que tendrá que lidiar de inmediato con una cuestión social marcada por empobrecimiento y el mal empleo. La informalidad ascendente, que ya rebasa a la mitad de la población ocupada y la precariedad consecuente, desembocan en los bajos, muy bajos, salarios medios de los mexicanos, en tanto que el desempleo que puede venir con la reducción del crecimiento a lo largo de los próximos meses no hará sino agravar tal circunstancia.
De confirmarse tan lúgubres pronósticos, no puede esperarse que la recuperación venga presta al rescate. Contrariamente a lo que en estos días se ha puesto en circulación en la televisión y en algunas deslustradas columnas, lo ocurrido en 2009 fue un desastre del que apenas estamos saliendo, mientras que otros países de la misma talla que la nuestra lo hicieron antes y sin registrar caídas tan espectaculares como la que sufrió México ese año. Esta vez, de ocurrir, el golpe puede ser mayor y las magras expectativas despertadas por el cambio de gobierno desplomarse de un momento a otro.
La sociedad y el gobierno no pueden posponer sin fecha de término este momento hostil y adverso que ya llegó a nuestras playas. Podemos sentirnos felices y satisfechos hasta más no poder, como informan las curiosas encuestas de estos días, pero la vulnerabilidad y la pobreza laborales no son realidades virtuales que puedan diluirse al antojo de la demoscopia.
Proteger a débiles y vulnerables y preparar programas emergentes de empleo es indispensable, pero lo es más asumir abiertamente la urgencia de iniciar un giro real y sostenido en la orientación de la política económica y social, hacia un nuevo curso de desarrollo. Como quiera que sea o vaya a ser, parece inevitable que en lo inmediato tengamos que cruzar el desierto y los pantanos de un mal empleo mayúsculo y unas expectativas sometidas por una realidad laboral inclemente.
Protección social universal y reconstrucción de la pauta de crecimiento para hacerla menos vulnerable al ciclo económico internacional, debería ser la consigna de la hora e iluminar los trabajos y los días del Congreso de la Unión, dedicados al paquete económico
y, en particular, al Presupuesto de Egresos de la Federación para 2013. Sin un aliento efectivo a los trabajadores y una oferta real y creciente de bienes públicos para el conjunto de la sociedad, no podrá haber eficacia gubernamental capaz de enfrentar el descontento social y el desencanto ciudadano con la democracia.
La agenda del nuevo gobierno tiene que empatarse con la que surja de las bases de la sociedad, para hacerse cargo y eco de una coyuntura adversa que puede volverse prolongada y corrosiva. Cuando no duradera, bajo la forma de un estancamiento desestabilizador y sin refugio.
Llegó la hora de cambiar y de poner por delante las necesidades y reclamos de los descobijados. Como dijera Gandhi, los últimos vienen primero y en México estos últimos forman ya la mayoría. Sin ella, no hay ni puede haber gobierno democrático y eficaz.