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Toros

En la quinta corrida sigue sin levantar la temporada grande en términos de bravura

Acompasado trasteo de Morante de la Puebla a un manso voluntarioso de San Isidro

Espectacular banderillero, El Zapata corta merecida oreja

José Mauricio, empeñoso

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Faroles y largas cambiadas, revoleras y pinturero recorte a una mano, Uriel Moreno, El Zapata, ejecutó un preciso quite por imposibles, y además cubrió con espectacularidad el tercio de banderillas para cortar una orejaFoto Notimex
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Deslumbrante el toreo de José Antonio Morante de la Puebla, quien cortó dos orejas a un toro de la ganadería de San IsidroFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Martes 20 de noviembre de 2012, p. a39

Una cadenciosa faena por ambos lados acompañando la cansina embestida del débil y claro Chatote, de San Isidro, hondo pero discreto de cuerna, dizque con 586 kilos sobre los lomos, fue la que realizó con el segundo de su lote y quinto de la tarde el diestro sevillano José Antonio Morante de la Puebla, en otra tarde caracterizada por el descastamiento de las reses, que con un puyazo simbólico mostraron una bravura virtual, en una fiesta que con este concepto en poco tiempo será breve.

Descompuesto el toro en los lances iniciales, su matador no se acomodó con el capote y tras de salir suelto del puyazo en dos ocasiones el de San Isidro, como si se tratara de un demonio con cuernos, convirtió el ruedo en un herradero. Cuestión de oficio o falta de éste por parte de las cuadrillas.

Silencio pedían los entendidos cuando el diestro sevillano, pasado de peso, patilludo y con coleta natural pero apoderado ahora por Espectáculos Taurinos de México, de Alberto Bailleres –como quien dice, ETMSA candil de la calle y oscuridad de su casa–, tomó la muleta y tras suaves pases de tanteo comenzó su despliegue de naturales cadenciosos y ensimismados, no encimados como Castella y otros importados, no sólo con la lentitud que permitía la dócil embestida sino con el ritmo interior que imprimía Morante a su trasteo. Era tan mansurrón el pasador de San Isidro que en un momento de la exquisita faena José Antonio, para provocar la embestida, hubo de recurrir a picotear con el ayudado el morrillo del burel, lo que de inmediato le fue censurado desde el tendido.

Sobrado de oficio, intuición y sentimiento, Morante se cambió entonces la muleta a la diestra para ligar ahora muletazos de ensueño en los que la plasticidad del torero hizo olvidar el escaso fondo del toro, seducido por aquel cadencioso trapo hasta que se rajó. José Antonio dejó media estocada que fue suficiente y antes de que el público fuera tomado en cuenta, el flamante juez Jesús Morales soltó las dos orejas cuando una era más que suficiente, dada la pobre emotividad del toro y la modestia del volapié. Como escuchara algunos pitos, Morante entregó las orejas a su banderillero y recorrió el anillo entre aclamaciones. Lo dicho: sentimiento mata todo, y más en estos tiempos globalizonzos de personalidades clonadas, en los toros y en lo demás.

El tlaxcalteca Uriel Moreno, El Zapata, que poco pudo hacer con el sosote que abrió plaza, instrumentó a su segundo, Caudillo, de San Isidro, faroles y largas cambiadas, revoleras y pinturero recorte por delante a una mano. Pasó al toro prácticamente sin picar, ejecutó un preciso quite por imposibles, cubrió espectacularmente el tercio de banderillas templando la embestida al modificar su tranco, logró meritorias tandas por ambos lados, dejó una entera apenas desprendida y cortó meritoria oreja.

Expresivo con el capote y vacilante con la muleta, el capitalino José Mauricio suplió la falta de temple con quietud. Con su primero, en el encuentro de temperamentos prevaleció el del toro y con su segundo volvió a brillar su inspiración con el capote a la espalda y dos caleserinas y media de lujo. Ante otro pasador de San Isidro cortó las tandas sin necesidad, intercaló un espléndido forzado de pecho, no de axila, remató con ajustadas bernadinas y dejó ir la oportunidad de hacerse de una oreja.