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El Pueblo: Escuela del Son Mexicano Mario Guillermo Bernal Maza El son es una manifestación músico-poético-dancística muy rica de la tradición oral, ha logrado sobrevivir hasta nuestros días y se practica a lo largo de gran parte de la geografía mexicana. Su localización no corresponde a las actuales divisiones políticas de los estados, porque sus variantes provienen de la historia cultural de cada región. Así diferenciamos al son calentano (Michoacán y Guerrero); son tixtleco (Guerrero); son de Costa Chica (Guerrero y Oaxaca); son istmeño (Oaxaca); son abajeño (Jalisco y Colima); son arribeño (Guanajuato y San Luis Potosí); son huasteco (Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Veracruz y Tamaulipas), y son jarocho (Veracruz). Aunque estos estilos de son adquieren características muy peculiares y distintivas de instrumentación e interpretación en cada región y ambiente cultural, en general comparten rasgos y elementos, como el proceso enseñanza-aprendizaje con el que se transmite el conocimiento musical, la oralidad, que tiene la capacidad de conservarse y al mismo tiempo de generar variantes, logrando preservar lo elemental de la tradición, además de que abre nuevos caminos a la creatividad personal y colectiva. La manera de enseñar y aprender el son difiere considerablemente a como se enseña en academias de música al modo occidental, auxiliados invariablemente en la notación de una partitura para su estudio. Por esta razón es común escuchar a maestros soneros defendiendo su postura en frases como éstas: “Esta música se aprende líricamente, tratar de hacerlo por nota es sumamente complicado, aparte son difíciles de escribir”. “Encerrarlo en un marco académico le quitaría al son parte de su esencia”. “En un papel no se puede plasmar el recuerdo de un pueblo o un platillo, eso se siente; no tiene caso interpretar una pieza con notas contrarias al estado de ánimo, lo mejor es alejarse de esas cuestiones estrictas y tocar como uno lo siente”. O bien: “El son es como el idioma, antes de saber leer y escribir un niño aprende a hablar. Se requiere de un gusto hereditario, no se trata de música leída o escrita, tienes que escuchar y luego imitar”. El son es una tradición no sólo oral, sino también auditiva que se aprende en la práctica viva compartiendo con los demás; así, el maestro principal del son es la comunidad que convive y se mezcla en la vida misma, porque está alrededor del músico en todo lugar y en todo momento. Es necesario reconocer que aunque la música folklórica en su origen es un arte anónimo, originado por hombres y mujeres quizá sin estudios musicales, alcanza sin embargo la más perfecta expresión musical colectiva de su región. Lo que hace realmente de esto una manifestación artística trascendente es que se basa en la renovación, la búsqueda y la experimentación constante. Desde luego que la música del son es ágrafa, pues no se ha trasmitido en forma escrita. Fuera de los medios académicos, su música se produce y se trasmite oralmente de acuerdo con la tradición particular de cada región. Esta música, que se considera tradicional, nos llega por medio de una cadena de maestros y se difunde sin el recurso de la notación como lo hace la música de Occidente. Sin embargo, mucho se ha discutido y se discutirá sobre la pertinencia de anotar la música de una tradición normalmente oral. La escritura musical como convención es necesaria a los fines del estudio analítico y otra forma de preservación. Siendo de tradición oral la asignación convencional y precisa de la música del son, los esquemas formales y académicos resultan ser otra aproximación al fenómeno. Un registro escrito de esta música, lejos de encerrarla en un frasco para preservarla, la difundiría más allá de su oralidad, su región y su tiempo. Algunos piensan que la tradición oral se acaba, que “la piedra cincelada puede resistir la acción de los siglos, pero el verso y el canto no fijados en el grafólogo se deforman y se olvidan” (Rubén Campos). “Cuando agoniza un anciano analfabeto, parece que se quema una biblioteca” (Carlos Vega). Como vemos, ambos enfoques son efectivos en sus respectivos contextos al transmitir el conocimiento musical. Sin embargo, hace falta un mayor acercamiento entre las dos visiones para poder distinguir las cualidades y aportaciones del otro. Así, los procesos de enseñanza-aprendizaje que tienen los músicos académicos y los músicos de tradición oral, se podrían compartir y complementar entre sí, potenciando sus posibilidades didácticas.
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