Realizado al alimón por Francisco y Natalia, el volumen será presentado en la FILIJ
una historia originalde los Toledo
Las palabras en español y zapoteco de la poeta en El niño que no tuvo cama (Ba’Adu’ qui ñapa luuna) son ilustradas por el artista
Mi padre evoca a su abuelo, hacedor de zapatos, dice la escritora
Jueves 15 de noviembre de 2012, p. 3
Una piel de vaca sobre el suelo, un niño que dormía sobre ella aunque poco a poco se iba quedando sin cama porque su padre era zapatero y recortaba esa piel según la iba necesitando, un sueño con vacas agujeradas.
La anterior es una historia que pertenece a la familia Toledo, al pintor Francisco y su hija Natalia, convertida ahora en libro bilingüe español-zapoteco: El niño que no tuvo cama (Ba’Adu’ qui ñapa luuna) que mañana será presentado en el contexto de la Feria Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (FILIJ), que se desarrolla en el Centro Nacional de las Artes (CNA).
El texto es de Natalia y las ilustraciones que las acompañan son de Francisco Toledo.
El niño que no tuvo cama (Ba’Adu’ qui ñapa luuna), publicado por Alas y Raíces, es una historia original, con la verdad del recuerdo, tocado por la memoria que tiene mi papá de su papá, mi abuelo Ta Chi-co-Min
(tal como está escrito en el libro).
Natalia, poeta y narradora, explica: Ta es señor en zapoteco, Chico es de Francisco y Min de Benjamín, quien tuvo un papá zapatero. Él y sus hermanos durante su infancia durmieron sobre un lienzo de piel con el que mi bisabuelo Benjamín hacía zapatos, pero poco a poco se iban quedando sin cama porque mi bisabuelo iba recortando la piel para hacer el calzado
.
Soñar con vacas
Es una plática vía telefónica, salpicada de carcajadas, Natalia Toledo sigue narrando primero la historia del cuento, después el proceso de trabajar con su padre. “En el cuento está que mi abuelo sueña que las vacas lo persiguen, son las sombras, y un día sueña que se le aparece la vaca diosa o la líder, la mera mera de las vacas, para decirle que sus hermanas están agujeradas por Benjamín el zapatero, y le pide que busque una vieja lezna (aguja usada por los zapateros) para coserlas y así se les quede la comida en la panza.
Algunas están tan agujeradas, y eso se puede ver en las imágenes de Toledo, que hasta se pueden ver los árboles que están en la pradera y el pasto; él tiene que remendar a las vacas para resarcir el daño. Tiene un final que no contaré, y básicamente es la historia de mi abuelo.
La invitación para escribirla “me la hizo mi papá, quien genera 20 mil ideas al mismo tiempo.
Al escribirla sentí gran admiración por mi abuelo, que yo ya sentía de chiquita, porque cuando murió yo estaba chavita. Recordé que había vivido cosas difíciles, como tener que huir de Arriaga, Chiapas, porque fue perseguido político y también fue un hombre que se hizo a sí mismo hasta convertiste en un exitoso comerciante.
Lo vi pocas veces, pero lo recuerdo como un hombre alegre que hablaba y comía con muchas ganas. Me hablaba siempre en zapoteco, me pedía mi mano para pasársela por la barba porque era un hombre con muchos pelos, pero no en la lengua
, dice Natalia Toledo y suelta una hermosa carcajada.
También sentí como cuando escribo poesía, porque es tan cercano a esto que digo que me estoy poniendo ahí también y estoy poniendo un fragmento de la historia de la familia.
Escuchar historias, un privilegio
–¿Cuándo escuchó la historia por primera vez?
–Ya ni recuerdo, pero tiene mucho. Mi padre siempre procura contarnos la historia de los abuelos, toda la cuestión política de Juchitán un poco a través de su familia. Siempre hemos tenido esos espacios entre él y yo –supongo que con mis hermanos también–, pero esta parte juchiteca siempre la ha compartido conmigo, porque de los hermanos soy la única que habla zapoteco y lo escribe; tengo ese privilegio de escuchar este tipo de historias.
En El niño que no tuvo cama el castellano está escrito en verde, el zapoteco en negro. Escribir en dos lenguas es una característica de la obra de Natalia Toledo. “Escribo en zapoteco porque es mi lengua materna. Voy a seguir escribiéndolo y ejerciéndolo. Es el derecho que tenemos los hablantes de una lengua indígena, originaria, que ahora le llaman. Tenemos todo el derecho del mundo de ejercerlo y vivir en él, aunque uno decida estar en otros lugares, como yo en la ciudad de México aunque regreso mucho a Juchitán.
“Para mí es muy especial que sea bilingüe, porque es una invitación para los hablantes del zapoteco y los niños y jóvenes que sólo hablan español, o ambos.
“Es muy importante que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes continúe publicando esta colección; espero que exista una de cuentos de las distintas voces de los pueblos de México, voces que cada vez están más desahuciadas porque sabemos que se hace muy poco para ponerlas en el lugar que merecen.
No sé por qué muchos se empeñan en volvernos monolingües y pobres. Para mí, poder cantar en mi lengua materna me pone muy contenta, ojalá tengamos los lectores, que esa es otra cosa que se busca: esta doble posibilidad de compartir este mundo zapoteco, istmeño.
Onomatopeyas en zapoteco
–¿Cómo es trabajar con su padre?
–Trabajar con Toledo es lo máximo, porque es un observador, es un gran lector y un conocedor del zapoteco. Siempre que me propone algo me ha convenido, porque es exigente; cuando te atoras con la historia, de repente me manda un bonche de imágenes de lo que sueña y sabe.
“Sentarnos juntos o las llamadas para discutir por qué debo quitar algo o por qué puse algo, deberían estar grabadas, porque es muy chistoso. Ese proceso se disfruta mucho, se alimenta cada que nos vemos: yo le muestro palabras, él las imágenes. Es especial la colaboración en este libro, más que nada porque sé que es la historia de su padre, que él siente como un compromiso, una deuda. Y expresa el gusto que tiene por la literatura, siempre está haciendo colaboraciones, proponiendo ideas con los escritores. Tiene muchos libros con poetas, con narradores.
“No recuerdo –prosigue Natalia Toledo– cuánto tiempo nos llevó hacerlo, porque su tiempo y el mío son distintos; pero mi padre es muy rápido: cuando piensa algo es porque ya tiene cosas hechas y en el camino lo va puliendo, perfeccionando, y yo también.
“La maravilla es que está con el chicote, porque me dice: ‘yo pinto, pero veo que no me mandas cosas’ (...) me tengo que apurar, porque Toledo abandona rápido sus proyectos si no le responden, o busca a la competencia. Es una historia que parte de una verdad y después le metimos la mano, algunas cosas, algunos detalles, que mucho me inspiré en las imágenes, pues a decir verdad mi abuelo tuvo una hermana zapatera, la única mujer zapatera en el Istmo; ahí tenemos otra historia que está pendiente.”
Y mientras se escribe esa historia, Natalia tiene otros proyectos como un libro de onomatopeyas en zapoteco y uno de cuentos acerca del circo que se ponía frente a su casa cuando era niña y ella vendía tortillas a los cirqueros.
El libro El niño que no tuvo cama (Ba’Adu’ qui ñapa luuna) será presentado este viernes a las 19 horas en el Aula Magna José Vasconcelos del CNA (Río Churubusco, esquina Tlalpan, estación General Anaya del Metro).