Opinión
Ver día anteriorMartes 13 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Curaduría de artista
D

esde hace lustros la producción de Alberto Castro Leñero está tanto por el lado de la pintura y la estampa, como de la escultura. Hoy día exhibe en la Galería Central una muestra que, por ser combinatoria respecto de su propia producción, y dotada de una museografía altamente arquitecturizada, depara un experimento que vale la pena calibrar.

Se integra básicamente con tres tipos de obras: las que obedecen a una ideación y consecución unitaria, como el tríptico pictórico que abre la exposición, en cuyo centro se advierte un desnudo femenino intervenido por la red de tipo neurona que empieza a desplegarse del lado izquierdo, prolongándose a modo de escritura hacia el derecho, e interviniendo la figura.

La obra es deliberada, concebida para presentarse tal y como fue concebida. Junto hay un políptico alargado que integra paneles disímbolos, realizados en tiempos diferentes, que no ofrecen otra lectura más que la formal y colorística. Este modo de presentar rescata, por decirlo de alguna manera, lienzos o paneles, todos más o menos recientes, que en un principio pudieron ser piezas únicas, ahora integradas a un pattern constructivo que las convierte (son varias), aunque sea de momento, en una sola obra. La tercera opción es en tridimensión.

Resalta una escultura cruciforme, de 2012, cuyo travesaño es más largo que su altura. Guarda efecto tipo espejo en el sentido en que su aspecto frontal es casi idéntico al que presenta la parte trasera, salvo por el hecho de que el frente contiene un añadido proyectado hacia afuera.

Esta escultura, una de las más relevantes que ofrece la totalidad, está efectuada en acero oxidado al que se aplicó pátina. Sus oquedades rememoran formas y signos limitados por los perfiles sólidos que les dan origen. Podría incluso considerarse que –siguiendo una tradición en la que Mathias Goeritz fue artista muy conspicuo–, esta cruz de proporciones que subvierten la idea de la cruz latina o de la griega, resultaría apta para integrarse a un espacio público con connotaciones espirituales, no necesariamente cristológicas, pero sí hermenéuticas debido a los signos que deparan las oquedades, entre los cuales está el de la serpiente prehispánica.

Aunque el artista no fue muy proclive a hablarme del diseño de esta exposición, sí constaté que inicialmente estudió a fondo el espacio de exhibición que contiene 39 piezas, entre las cuales están las pinturas combinatorias, algunas realizadas sobre tela de tapiz (la sección de una fue pintada en un sarape rallado de Saltillo), cuyo diseño ha quedado bien visible e incluso en algún casos retocado con el propósito de ofrecer al ojo algo que está atrás y que al mismo tiempo se revela en la nueva superficie.

La sustitución de las cédulas individuales que identifican cada pieza, pues se colocaron en conjunto, se propuso para no distraer, pero aquí esta opción dificulta su nominación, aunque se entiende que tratándose de obras combinatorias, las cédulas serían demasiado largas como para poder dar cuenta cabal de las fechas y técnicas de cada conjunto.

La exposición termina con tres estelas, una es lumínica y cambia continuamente de color, realizada en el Centro Multimedia. Las tres son paralelogramos y la electrificada tiene un único tema, siempre cambiante, la silueta del continente americano.

La exposición se titula Dominio dominó, término elegido quizá porque cada segmento puede desviar, cancelar o continuar un sentido. La espectacularidad no afecta la apreciación, sea de los polípticos híbridos, que de los paneles que lo integran, pero lo que quizá más se admira es la construcción de espacios delineados en los planos de las mamparas, con los huecos y macizos propios de una insistente intención tectónica.

Depara el autor el desempeño de una habilidad acrecentada a través de un continuo entrenamiento, destinada a vincular ciertas similitudes que no resultan obvias debido a que se distancian de clichés preceptuales habituales, cosa que se refleja perfectamente en el esquema museográfico.

Esta muestra es un ejemplo de moción curatorial y museográfica por uno de los más connotados artistas de la generación que sucedió a la de la llamada Ruptura.

Por cierto que Vicente Rojo ofrece muestra individual en el espacio anexo a la Biblioteca Central, de modo que una visita al Centro Nacional de las Artes ofrece en este momento interesantes posibilidades de análisis.

El profesor Humberto Chávez, autor del texto introductorio, señala que la obra recorre los muros “dominando el espacio, ilustrando asombros y coincidencias (…) Se trata de una ruta gramática de formas que se convierten en símbolos”. Estos símbolos –de acuerdo a quien los ve– van desde el paleolítico, transcurriendo por el cristiano-primitivo hasta la más conspicua desfiguración de las vanguardias del siglo XX. Su sentido es transversal en cuanto a temporalidad.