En la tercera corrida en la Plaza México, nueva mansada, ahora de Bernaldo de Quirós
Perdidos con la espada, dos de ellos recurrieron al torito de regalo para triunfar
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Lunes 12 de noviembre de 2012, p. a42
Uno de los rasgos más interesantes de la llamada crisis de la fiesta de los toros es que la propicia y sostiene la terquedad de sus principales actores: empresarios, ganaderos y matadores, empeñados todos en amabilizar y volver predecible lo que por naturaleza tiene que ser riesgoso azar, emoción y asombro, no el desalmado tedio en que sumen al público con esas corridas carentes de bravura o siquiera de genio.
El duopolio taurino de México no sólo le teme a la competencia sino que, en su respectiva incompetencia, prefiere imitar en sus procedimientos a la otra empresa, trátese de criterios empresariales, toreros nacionales o importados o combinación de toreros. Si en Guadalajara, en la tercera corrida de la temporada, se anunció a Eulalio López Zotoluco, Sebastián Castella y Juan Pablo Sánchez, con un bien servido e interesante encierro de Campo Real, pues en despliegue de imaginación y competitividad la Plaza México anunció para la tercera corrida de su temporada grande la misma combinación, sólo que con toros de probada mansedumbre y reiterado descastamiento del hierro de Bernaldo de Quirós, pero ya se sabe que los responsables de este maternalismo empresarial son los veedores de las figuras que nos visitan y no sus contratantes, los mal acostumbrados matadores de importación que figuran. Con su pan se lo coman, ellos por no querer la materia prima para el verdadero lucimiento, y los metidos a empresarios porque con ese miope concepto de bravura siguen expulsando a la gente de las plazas.
Los muleteadores que alternaron se repartieron a lo largo de la corrida no orejas ni rabos sino una docena de pinchazos, deficientes estocadas, varios descabellos y demorados avisos, por lo que el título de matadores les quedó bastante grande.
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Dice y dice bien el fino matador acapulqueño Antonio Sánchez Porteño en su revelador y emotivo libro Puerta grande, de reciente reimpresión y del que nos ocuparemos próximamente: la incertidumbre es la clave de la emoción
. Y sí, si no hay azar, albur, misterio y riesgo evidente, no sordo, en cada embestida, el rito táurico se vuelve farsa, cachondeo, empeño infructuoso, afán sin sentido, coreografía sanguinolenta y mecánica que deja al público con un palmo de narices.
Bien estuvo El Zotoluco con su primero, sin raza ni fuerza, al que toreó gustándose y gustando. Además lidió sus dos toros de principio a fin sin que interviniera la peonería, y toda la tarde mostró su compañerismo con los alternantes.
Castella, con más de sesenta corridas toreadas este año, se atiene demasiado a su apostura y a las posturas, de manera que con el que regaló, uno alegre y claro de Campo Real, volvió a ahogar en el cite y, lo más censurable, a acortar innecesariamente las tandas, como si se tratara de un pregonado.
Juan Pablo Sánchez volvió a derrochar actitud y a exhibir el privilegiado don que posee, el temple. En cuanto les agarre la muerte a los toros… Por cierto, alguna diferencia tuvieron en el callejón su apoderado y el empresario, pero de eso ya no se enteró el público.
Aviso al lector: por respeto a la mejor tradición taurina, observada en las principales plazas del mundo, La Jornada se abstendrá de reseñar las faenas a toros de regalo, sean en la Plaza México o en una de trancas, de indulto o de rechifla.