Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 11 de noviembre de 2012 Num: 923

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora bifronte
Jair Cortés

Coral III
Kriton Athanasoúlis

El fin del futuro y
la crítica marxista

Carlos Oliva Mendoza

González Morfín, un idealista ejemplar
Sergio A. López Rivera

Clarice Lispector
y la escritura
como razón de ser

Xabier F. Coronado

El corazón salvaje
de Clarice Lispector

Esther Andradi

Gotas de silencio
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Ana Luisa Valdés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Conjuro para vender Pexi Cola

Sueño conjuros desde el vientre de mi madre
Pasakwala Komes

Estremece. Hace girar la cabeza y fruncir el ceño. Inquieta. Manda los ojos al cielo en busca de alguna pista que ayude a la razón. Afecta. Despierta un solidario deseo de ayuda o acercamiento, pues sus voces mantienen la vieja plegaria, la lección, la petición a dioses, enfermos, niños y muertos. Duele, a ratos. Regala algunas gotas de arpas, violines, marimbas, guitarra, maracas, tambor, trompeta y otros instrumentos, pero lejos de la fiesta, pues nunca aparecen todos juntos ni pretenden entretener a quienes buscan rarezas etiquetadas como world music. Reflexivo, intenso, Sueño conjuros desde el vientre de mi madre es un objeto que abre puertas hacia un rincón íntimo del mundo tsotsil chiapaneco, acercando su tradición sin pasar por manos que corrompan en pos de un mal consumo.

Hablamos del nuevo trabajo del prolífico Taller de Leñateros de San Cristóbal de las Casas, un colectivo fundado hace casi cuatro décadas, lenta y naturalmente, gracias a la poeta estadunidense Ámbar Past –avecindada desde entonces en aquellas tierras–, y de un grupo de mujeres tsotsiles que poco a poco aprendió a trabajar el papel artesanal y a reciclar todo tipo de materiales de desecho para publicar tras cuatro siglos los primeros libros mayas. Un disco-libro de factura impresionante que inaugura otro tipo de reflejos, pues lo artístico se halla en su diseño editorial, en el trabajo de forros con alto relieve, en la impresión de múltiples fotografías a lo largo de 200 páginas (algunas plegables), en la belleza de los versos que, traducidos al español, surcan el aire sin pretenderse poemas (y que por ello son mucho más poemas); un trabajo cuyo arte se halla en eso y, de manera irremediable, en los rezos, susurros, curas, celebraciones, peticiones, risas, llantos e historias que hipnóticamente suenan al poner en acción el disco compacto que se incluye.

Y aquí vale una aclaración: no es un producto de vitrina. No hablamos como quienes aspiran a la horrenda pureza que mantiene marginados a los marginados. Celebramos este alumbramiento como un fenómeno que supo crecer e integrarse con originalidad en el mapa sonoro y editorial del sureste mexicano, que ya se presentó en vivo en el ciclo Poesía en Voz Alta de la Casa del Lago del DF y que, incluso, cuenta con experiencias en Francia, adonde fueron dos de sus mujeres para compartir los laberintos de una lengua antigua, ésa que no necesitamos comprender literalmente si su poder se manifiesta en la tímbrica, en los años de la boca que la expele, en la convicción del espíritu que la anima.

Por otro lado, intentar un juicio ortodoxo a propósito de la ejecución instrumental sería no sólo injusto sino estúpido. Desafinaciones y dislocaciones de ritmo son aquí parte del discurso que intenta expresarse sin atender a los tradicionales sistemas temperados. Dicho de otra forma, los esporádicos instrumentos que aparecen –tímidamente– cobijando al discurso de las mujeres son, asimismo, otras voces que comparten pensamiento y afectaciones causadas por el tiempo, el clima, el autodidactismo y las sencillas condiciones de grabación, honestas desde su amoroso afán fotográfico.

Llama la atención que la melodía del “Bolom Chon” (una de sus más conocidas piezas tradicionales), penetre constantemente otras de las composiciones. Incluso hay un bellísimo track en donde una madre lo enseña a su pequeño hijo. Es como si lo que escuchamos, también, se volviera papel prensado y entreverara sus fibras bajo el sol que pacientemente las suelda. Y es que en este precioso objeto no hay prisa. Qué bueno que así lo entendieron sus patrocinadores (Conaculta y Fundación Bancomer), pues pese a lo llamativo de su hechura no se trata del típico producto para presumir sobre las mesas de café. Protegido por una caja de cartón, está disponible en algunas librerías y, claro, en edición limitada. Créanos el lector: se siente bien tenerlo en la mano, en los ojos, en los oídos.

Valga de prueba este llamado a los muertos: “Abuelo, abuela: abran sus tumbas, abran sus ojos. Padre muerto, madre muerta: vengan a descansar sus corazones. Vengan a descansar su sangre. Ya llegamos a su fiesta.” O este para curar a los enfermos:  “Saca la enfermedad, el dolor, los piquetazos, el ardor punzante, el hachazo que regresa y regresa, huella del pie Padre, huella del pie Madre.” Finalmente, valga este “Conjuro para vender Pexi Cola”:  “Que no se vaya a agriar tu rocío, las gotas que caen de tu alero. Que no se vaya a podrir el Fanta, la Pexi. Que me mantenga el refresco como un hijo que trabaja para dar de comer a su madre”.