Teníamos dificultades de pareja, pero fueron muchas más las alegrías: Sandra Ramírez
En las FARC combatimos el machismo y por la igualdad de derechos entre géneros, afirma
Sábado 10 de noviembre de 2012, p. 25
La noto nerviosa. Es la primera vez que concede una entrevista. La encuentro en La Habana. Es una de las 13 mujeres que conforman el grupo de 30 personas que por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, (FARC) negocian con el gobierno colombiano un posible –y anhelado– proceso de paz. Con su gran sencillez, aunque de una elegancia natural, hace parte de ese 40 por ciento de mujeres combatientes. Acompaña sus palabras con el movimiento de las manos y el brillo de sus negros ojos. Se llama Sandra Ramírez, es la viuda del líder histórico de la organización guerrillera, Manuel Marulanda Vélez.
Ante mis dos primeras preguntas, responde como si fuera un discurso. Detengo la grabadora para recordarle que no le hago una entrevista: quiero charlar con ella. Entonces sonríe y pone los ojos en algún lejano lugar, empieza con sus recuerdos y presentes.
“Hacia 1981, por la región campesina donde vivía con mi familia, empezaron a pasar guerrilleros. Mi padre les servía de guía para que conocieran la región. A mí me llamó mucho la atención que fuera una mujer el mando. Debido a las condiciones económicas no pude continuar mis estudios secundarios, y como esa mujer se me había convertido en un referente, decidí ingresar a las FARC.
“Encontré que no había diferencia entre hombres y mujeres para ir al combate. También me llamó la atención que se estuviera en lucha contra el machismo y por la igualdad de derechos y deberes entre hombres y mujeres. Lo que no era fácil, teniendo en cuenta que la mayoría de combatientes son del campo, donde el machismo es más acentuado.
Amor y feminidad
“Una mujer en las FARC cumple misiones y ejerce el mando, porque desde que ingresa se le educa para que tome conciencia de su condición de persona y combatiente. Aquí una mujer puede prepararse en computación, medios de comunicación, para ser médica, enfermera o en cualquiera de las especialidades que tenemos. Aquí la mujer opina y propone, pues las decisiones en las FARC se colectivizan.
“Claro, no nos gusta perder la feminidad. Por eso la organización nos facilita mensualmente, cuando las condiciones de la guerra y las economías lo permiten, crema para el cuerpo, esmalte para uñas, para maquillarnos, además de toallas higiénicas y los anticonceptivos. No es raro ir a la línea de combate perfumadas y con el cabello bien peinado.
“Las relaciones de parejas son tan normales como en Bogotá o Madrid. La propaganda mediática del enemigo dice que las guerrilleras somos obligadas sexualmente a estar con los compañeros. Eso es mentira. Nosotras decidimos libremente estar con un compañero si nos gusta. Aquí uno se enamora, se desamora y tiene decepciones, como en todas partes del mundo.
“Para nosotras el control natal es obligatorio. No se puede ser guerrillera y madre. Cuando ingresamos aceptamos esta condición. No se olvide que nosotras somos parte de un ejército. Cuando se dan los embarazos, la guerrillera puede escoger entre abortar o salir a tener su hijo.
El enemigo nos menosprecia por mujeres, pero también nos teme. Por lo general, cuando capturan a compañeras las violan, la torturan y han llegado hasta cortarle los senos, a mutilarlas. Hemos tenido casos atroces. Nos tratan como a botines de guerra. Nos temen porque los enfrentamos de igual a igual, demostrando que podemos ser muy aguerridas en el combate. Por eso descargan sobre nosotras su miedo, rabia e impotencia al capturar una camarada.
Y llegó el momento de hacerle la última pregunta. Cuando la escuchó la voz le cambió, se le anudó la garganta y miró al piso mientras juntaba las manos. Tomó aire y contestó, sin que le faltaran pícaras sonrisas en varios momentos de su relato.
“En 1983 yo tenía 20 años cuando en el campamento vi a un señor con sombrero, revolver al cinto, una carabina y sin uniforme. Entonces pregunté quién era. Quedé impactada. El camarada Marulanda era la persona más sencilla que usted se puede imaginar. El no dejaba sentir que era el jefe, éramos nosotros quienes veíamos en él la autoridad.
“Para mayo de 1984, me tocó ser parte del grupo de apoyo que recibía a las comisiones, políticos, periodistas y demás personas que venían al campamento de La Uribe para discutir sobre los acuerdos de paz que se estaban llevando con el gobierno. Un día el camarada tuvo un accidente y se fisuró una costilla. Como enfermera me tocaba aplicarle las medicinas y hacerle la terapia. Y haciéndole el tratamiento empezó nuestra relación afectiva.
“Con él viví una relación absolutamente normal. Yo no tenía privilegios por ser su compañera, pero él sí era muy especial conmigo. Teníamos discusiones y dificultades como toda pareja, pero fueron muchas más las alegrías.
“A veces teníamos situaciones muy difíciles de seguridad propias de la guerra, y porque él era el hombre más buscado del país. Muchas veces tuvimos al ejército bien cerquita, pero él con su calma y experiencia siempre supo resguardar a su tropa. Era muy precavido y todo lo planificaba. Nos reíamos cuando escuchábamos que lo habían matado y nosotros tomando café. Porque lo mataron
muchas veces.
“¿Mis últimas horas con él? Aún tengo dificultad para hablar de esta parte de nuestra vida en pareja. Pero bueno… Por los síntomas creíamos que tenía un problema de gastritis. Y ese día (26 de marzo de 2008, NdA) había estado escribiendo un documento, mientras escuchaba cumbias colombianas. Luego lo acompañé para que se duchara, tomó chocolate y creímos que estaba superado el problema. A las cinco de la tarde cenó el poquito que acostumbraba. Una hora después recibió los partes de la guardia y dio orientaciones. Luego me pidió que lo acompañara al sanitario. Yo le tuve el machete y el cinto con la pistola, pertenencias que nunca abandonaba. Entonces me dijo que se sentía mareado. Y vi que se iba a caer. Entonces lo contuve, empezando a llamar a los que estaban de guardia. El camarada se desplomó. Es terrible ver así a quien ha sido tan fuerte. Lo llevamos a la cama y le dimos masajes cardiacos y respiración, pero no volvió. Todo fue tan inesperado. No sufrió: hasta en eso perdió el enemigo. Ni en eso le dio gusto.
Yo me sentí triste, sola y desamparada, aunque toda la organización estaba conmigo.
*Periodista colombiano residente en Francia. Colaborador de Le Monde Diplomatique