unas horas de que Barack Obama obtuvo la victoria en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y aseguró su permanencia en la Casa Blanca por cuatro años más, es claro que el mandatario deberá hacer frente, en los próximos meses, a desafíos y riesgos diversos que pudieran condicionar, para bien o para mal, el rumbo de su segundo mandato.
Acaso el más acuciante de esos retos sea la construcción, antes de que concluya el año en curso, de una coalición legislativa que permita tomar medidas urgentes para reducir el déficit público de Estados Unidos antes de la inminente extinción de las reducciones impositivas adoptadas en los años de George W. Bush –lo que se ha dado en llamar el precipicio fiscal
– y evitar, de esa forma, que el país incurra en recortes automáticos del gasto que pudieran arrastrarlo a un nuevo periodo de recesión. Tal perspectiva afectaría la de por sí precaria recuperación económica del vecino país, se sumaría a las afectaciones causadas por el huracán Sandy, calculadas en más de 50 mil millones de dólares, y agravaría la situación económica del mundo.
En el ámbito político Barack Obama deberá reaccionar con oportunidad y acierto ante los previsibles cambios que sufrirá su gabinete, con la salida de Hillary Clinton y Timothy Geithner, de los Departamentos de Estado y del Tesoro, respectivamente –ambos han expresado en público sus deseos de no continuar en la administración del actual mandatario–, así como el posible retiro del secretario de Defensa, Leon Pannetta, y la eventual renuncia del fiscal general, Eric Holder, quien ha sido cuestionado por su papel en el operativo Rápido y furioso y constituye un lastre político para el actual gobierno. Dichos relevos plantean la oportunidad de viraje en la conducción de ese país en los ámbitos de la diplomacia, la economía, la justicia y la política militar, rubros en los que la administración Obama tuvo un desempeño decepcionante durante el pasado cuatrienio.
Pero acaso el desafío más importante del presidente estadunidense será responder satisfactoriamente a las expectativas generadas durante su campaña y al sentido del mandato popular que se expresó durante la jornada comicial del pasado martes. En primer lugar, el mandatario deberá corresponder al amplio respaldo otorgado a su candidatura por los votantes hispanos y pugnar de una vez por todas por una reforma migratoria que regularice la situación de los indocumentados pertenecientes a ese sector.
Por otra parte, habida cuenta del respaldo mayoritario otorgado en algunas entidades de Estados Unidos a la legalización del consumo de mariguana y de los matrimonios entre homosexuales, la Casa Blanca tendrá que realizar una revisión profunda de sus posturas tradicionales frente a esos temas, particularmente el primero. En referencia a países como México, en un entorno en el que hay un retroceso en el prohibicionismo tradicional de Estados Unidos respecto del consumo de estupefacientes, la elemental congruencia indicaría que Obama debe reconsiderar las políticas en la materia en otras partes del mundo, empezando por la denominada Iniciativa Mérida.
En suma, y habida cuenta del giro progresista, aunque moderado, que pudo observarse en la sociedad estadunidense durante los comicios de ayer, lo menos que cabría esperar es que el mandatario relecto empiece a realizar algunos de los cambios que ofreció desde 2008 y que hasta ahora han sido postergados.