uego de recibir el premio Daniel Cosío Villegas en la sala Alfonso Reyes de El Colegio de México, don Pablo González Casanova planteó en su disertación la necesidad metodológica de considerar los tiempos largos o círculos cronológicos de la historia de una sociedad, para explicarla en todo o en parte, y estar en mejores condiciones científicas para predecir su futuro. E ilustró su propuesta subrayando la actualidad de la teología de la liberación en América Latina y el Caribe, relacionándola en el tiempo con la defensa de la dignidad humana de los habitantes originarios de estas tierras, que llevaron a cabo desde los inicios del siglo XVI Antón de Montesinos y la primera comunidad de frailes dominicos que llegaron al continente, y con la lucha de Fray Bartolomé de las Casas contra la pretendida legitimación divina de la conquista, consignada en su Breve Historia de las Indias. Refirió igualmente a través del tiempo el compromiso que hoy en día llevan a cabo muchas personas, colectivos y movimientos por la defensa y promoción integral de los derechos humanos, con la descalificación religiosa de la colonia, la abolición de la esclavitud y las luchas por la libertad y la justicia que emprendieron don Miguel Hidalgo y Costilla y don José María Morelos y Pavón.
Ya se ha subrayado cómo don Pablo ve también de alguna manera en solución cronológica de continuidad social al movimiento #YoSoy132 con el Movimiento Estudiantil de 1968. Casualmente, del 7 al 11 de octubre tuvo lugar en Sao Leopoldo, en la Universidad de Unisinos, Río Grande do Sul, Brasil, un congreso continental de teología, con ocasión de los 50 años del Concilio Ecuménico Vaticano II de la Iglesia católica (1962-1965) y los 40 años de la publicación en España de la obra Teología de la liberación: perspectivas, del teólogo Gustavo Gutiérrez Merino.
En la colaboración que sobre esta última voz me publicó en 1988 el redactor de la primera edición en español del Suplemento del Diccionario de Política, coordinado por Norberto Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, en Siglo XXI Editores, explico en efecto que en su última etapa –pues de alguna manera sus inicios se remontan a la actuación y los escritos de insignes misioneros objetores de la conquista, como Fray Antón de Montesinos y Fray Bartolomé de las Casas, y de libertadores eclesiásticos como los jesuitas Clavijero y Alegre, el dominico Fray Servando Teresa de Mier y los mencionados padres de la Patria, en los siglos XVII y XVIII– la teología de la liberación surgió en América Latina en 1967 con las reflexiones de ese teólogo peruano, ahora dominico, en Chimbote, Perú, y en Montreal, Canadá, sobre la pobreza y el desafío a una acción liberadora de la Iglesia, porque en este continente se dieron las condiciones objetivas y subjetivas de naturaleza sociocultural y eclesial que propiciaron su nacimiento y desarrollo: por un lado, un continente, en su gran mayoría excluido y creyente, con una larga historia de luchas populares, que padece las dramáticas consecuencias de los modelos capitalistas, subdesarrollados, dependientes y excluyentes, y, por el otro, este mismo continente estimulado por las luchas antiimperialistas y libertarias de sus pueblos, así como por el ambiente de renovación pastoral y creatividad teológica que se dio en la Iglesia católica en torno al Concilio y a la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en agosto de 1968 en Medellín, Colombia.
Ese mismo año, Gustavo Gutiérrez publicaba en efecto en Perú un ensayo titulado La pastoral de la Iglesia en América Latina, en el que recogía una serie de charlas a un grupo de dirigentes de movimientos universitarios latinoamericanos reunidos en enero de 1967 en Montevideo, que quedaron impactados con la novedad de sus planteamientos. Un año después, en una conferencia presentada en la reunión de la memorable Oficina Nacional de Información Social (ONIS), realizada en Chimbote, Perú, Gustavo Gutiérrez presentaba un bosquejo general de su proyecto, utilizando por primera vez el nombre de teología de la liberación. Y en un encuentro teológico convocado en 1969 por el organismo ecuménico Sociedad, Desarrollo y Paz (Sodepax), en Cartigny, Suiza, proponía ya en una ponencia, significativamente titulada De la teología del desarrollo a la teología de la liberación, las primeras líneas de la teología de la liberación. Este último trabajo fue posteriormente desarrollado y publicado inmediatamente después por Indoamerican Press, de Bogotá, con el nombre de Hacia una teología de la liberación. Finalmente, en diciembre de 1971, se publicó el libro Teología de la liberación: perspectivas, por el Centro de Ediciones y Publicaciones de Lima, Perú, el cual, como he dicho, fue editado un año después por la Editorial Sígueme de Salamanca, España.
La teología de la liberación no se limita a ayudar individualmente a los pobres, como hace el simple asistencialismo. Tampoco, como el reformismo, intenta mejorar su situación, dejando incólumes el tipo de relaciones sociales y la estructura básica de una sociedad injusta. Además de conmoverse éticamente ante el hecho de la miseria colectiva, considera a los pobres como sujetos de su propia liberación, valorando en ellos su capacidad de resistencia, de conciencia de sus derechos, de organización y de transformación de su situación. Como afirma don Pablo González Casanova, considera que las luchas populares de liberación, y la participación de los cristianos en ellas, no son de ahora, sino que se remontan por lo menos al siglo XVI, a los mismos inicios de la colonización española y portuguesa.