El Teatro Real de Madrid rinde homenaje a las Pussy Riot encarceladas en Rusia
la pasividad de un pueblo ante su destino
Musorgski quiso hacer de nuevo visible la realidad, afirma el musicólogo Jan Vandenhouwe
Sábado 3 de noviembre de 2012, p. 4
Madrid, 2 de noviembre. Rusia es un país pródigo en regímenes despóticos que salpican de hambre y represión a su pueblo. Boris Godunov, el personaje histórico que inspiró a Modest Musorgski para componer uno de los dramas líricos fundamentales de la ópera rusa, representa la génesis, la eclosión, la caída estrepitosa de un tirano embriagado de poder.
En la puesta en escena que se presentó en el Teatro Real de Madrid, la Rusia zarista de finales del siglo XVI se entremezcla con escenas imaginarias en la Rusia postzarista de Vladimir Putin, y se aprovecha para rendir un homenaje a las nuevas mártires de la libertad en el país caucásico, las Pussy Riot.
El madrileño teatro de ópera volvió a presentar un espectáculo total; con una orquesta dirigida por el mítico director Hartmut Haenchen, quien protagonizó uno de los aplausos más cálidos del año, y la dirección escénica equilibrada, sobria e inquietante, de Johan Simons.
Los dos recuperaron con manos de artesano la versión original de la polémica ópera rusa, que desde su estreno hasta la fecha despierta suspicacias en los centros de poder y los poderosos, a los que retrata con crudeza al tiempo que desnuda su vileza.
Caída de un régimen despótico
Boris Godunov cuenta la historia del zar que se hizo con el poder tras mandar asesinar al heredero natural al cetro, un niño de seis años e hijo de Iván el Terrible.
Esa orden llevó a Boris Godunov al desquiciamiento, a las pesadillas recurrentes con el niño siempre presente y, finalmente, a la locura total. Y, por tanto, a la caída de su propio régimen despótico y violento, en el que las cárceles y las plazas estaban infestadas de hombres y mujeres ávidos de libertad.
Precisamente la fuerza del pueblo
–retratada en la ópera con escenas imponentes y con cánticos corales rotundos– se hace más patente que en otras interpretaciones del Boris Godunov. El pueblo es retratado como una fuerza oscura y pasiva que se resigna ante su triste destino. Al igual que en el drama de Pushkin, que es abiertamente monárquico, el pueblo no asume ningún papel activo en su propia historia
, explicó el musicólogo Jan Vandenhouwe.
Según la interpretación de este experto, al igual que Pushkin, Musorgski rompió con las reglas del clasicismo occidental (unidad de la acción, el lugar y el tiempo). Como representante del realismo quiso hacer de nuevo visible la realidad y atraer la atención sobre las cosas que corrían el riesgo de volverse invisibles, debido a la observación automatizada de la ópera por el público.
De la libertad al autoritarismo
El Boris histórico empezó su carrera como un gobernante liberal y progresista. Apoyaba la libertad de expresión, las ideas ilustradas, quiso fundar universidades con profesorado extranjero, incluso importó la manera occidental de afeitarse... Tras unos años volvió al terror que había caracterizado al régimen de Iván el Terrible
, explicó Vandenhouwe.
Así lo mostró la puesta en escena del Teatro Real, con la pretensión de acabar con las ideas preconcebidas sobre las dos versiones que hizo Musorgsky del drama de Aleksander Pushkin y del libro de Nikolai Karamzin, Historia del imperio ruso.
El reparto encabezado por Günther Groissböck (quien debuta en el papel de Boris Godunov), Dmitry Ulyanov (Pimen) y Anatoli Kotscherga (Varlaam), fue muy celebrado, al igual que el coro, que rinde homenaje al grupo de las Pussy Riot, encarceladas por el régimen de Putin.