a economía y sus métodos convencionales no alcanzan para tratar el complejo asunto de las crisis. Hoy, ésta va mucho más allá de las mediciones agregadas; lo relevante es su esencia social con sus repercusiones inmediatas y de más largo plazo.
Las dimensiones monetaria, financiera, fiscal y contable sirven para administrar la crisis, y eso, con grados muy limitados de eficacia que llevan incluso al borde de la resistencia social, en especial, por la falta de empleo y fuentes de ingreso.
Las medidas de gestión tampoco bastan, como resulta evidente, para prevenir las crisis, aunque sí pueden posponerlas por cierto tiempo, como ocurrió hasta septiembre de 2008. Tal retardo acaba siendo en realidad una manipulación de los mercados que, en efecto, es contraria a las premisas esenciales de la doctrina económica de tipo neoliberal. Ideológicamente hay también un efecto que es cada vez más difícil mantener encubierto.
En el caso de Estados Unidos se ha propuesto que entre mediados de las década de 1980 y principios de los años 2000 se generó un periodo al que llaman la gran moderación
. Esta se caracteriza por la menor volatilidad macroeconómica en términos del crecimiento trimestral de la producción y del aumento de los precios. En el periodo siguiente dicha estabilidad se acabó y se provocó incluso la severa crisis que está todavía en curso. Es notable la manera en que se pierden de vista los efectos de erosión que provoca la misma estabilización forzada.
Los argumentos sobre las bases de la gran moderación se asientan en que se habían dado cambios estructurales que incidían favorablemente en la gestión de las actividades productivas y las decisiones de inversión de las empresas. Además se apuntaba que se sostenía en la amplia desregulación del sistema financiero y en la mayor apertura comercial a escala global.
La confianza que esto generó en el trabajo de los teóricos de la economía y en los responsables de la política económica, sobre todo en los bancos centrales, está hoy abiertamente cuestionada. No obstante, los lineamientos de la gestión macroeconómica siguen siendo básicamente los mismos en materia monetaria y fiscal y con un regreso del péndulo hacia una mayor reglamentación financiera, pero que no logra cuajar, como indican, por ejemplo, los crecientes disensos en torno a los acuerdos de Basilea en su fase tres.
La gran moderación
fue en realidad un periodo transitorio que se extendió en la economía global. En su fase última fue alargada en demasía por la Reserva Federal; la política de bajas tasas de interés, que sostenía la expansión económica, llevaba en su entraña una creciente especulación que reventó hacia el final de la administración Bush II y que se exportó, sobre todo, a la Unión Europea.
Desde hace cuatro años la economía está en un periodo de desenfreno en un marco de severos ajustes y con un enorme impacto social. Lejos de poder gestionar una suavidad en el ciclo económico, como en la etapa de moderación, las caídas del producto y del empleo han sido muy grandes.
En épocas de expansión, la manera como se expresa el efecto social del proceso es menos aparente, aunque existen grandes deformaciones como sucede en el caso de la concentración del ingreso y los niveles de endeudamiento. En la crisis, las deformaciones emergen sin cortapisas, se ponen en evidencia y manifiestan claramente las contradicciones de orden económico y los conflictos sociales que existen.
Debería verse la recurrencia de las crisis y su magnitud creciente como un fenómeno de índole cultural en el que la economía, con el papel preponderante que ha adquirido en el modo de pensamiento y en las formas de gestión representa sólo un aspecto. Poner a la cabeza los criterios eminentemente económicos resulta, sin embargo, conveniente, pues ubica los términos de la discusión en un plano técnico: el control del déficit, la gestión de la deuda pública, el salvamento de los bancos, el equilibrio presupuestal, etc.
Los expertos
aparecen en efecto como los responsables y se resguardan en los criterios que ellos mismos definen y aplican. Se evaden de cualquier control social y de las normas de representatividad que supuestamente caracterizan la libertad en el sistema de mercado a la manera en que se concibe en su vertiente más doctrinaria. Esto se vuelve una expresión más del mismo sistema de mercado y de la relevancia de los precios relativos. De tal manera, se degrada o desvaloriza la estructura social en aras del ajuste de las cuentas públicas y privadas.
De alguna manera es cierto que se crea una mayor fragilidad en cuanto a la cohesión social, siendo ésta una grieta que se ensancha y cuyas repercusiones son, por decir, lo menos, muy inciertas. Pero el asunto va más allá en el plano cultural, de los valores que supuestamente enmarcan a las sociedades modernas y en este caso a las más avanzadas en términos materiales. Los gobernantes, los partidos políticos, los expertos y las burocracias, sean nacionales o supranacionales, y los mismos ciudadanos somos una parte medular de la trama cultural que engloba a la crisis económica.