n nuevo guardián en el centeno. Posiblemente la novela más emblemática y lograda sobre el desasosiego adolescente sea la escrita en 1951 por el estadunidense J.D. Salinger, The catcher in the rye (El guardián entre el centeno), cuyo protagonista de 16 años, Holden Caufield, relata con precocidad melancólica y desde un lecho de hospital, las circunstancias que provocaron su primera gran crisis nerviosa.
En su fantasía Holden se imagina como un gran protector de la inocencia de niños jugando en un vasto campo de centeno situado al borde de un abismo. Su maestro de literatura le convence de la vanidad del esfuerzo altruista y de la necesidad de ocuparse en cambio dignamente de un buen desarrollo personal que redundará en mejores resultados. La novela formativa de Salinger marcó profundamente a la llamada generación de baby-boomers y en particular a escritores y cineastas interesados en indagar las causas de un malestar espiritual y una revuelta juvenil ligada a la contracultura.
En 1985 el escritor Bret Easton Ellis propuso su visión nihilista en Menos que cero (Less than zero), llevada dos años después a la pantalla por Marek Kanievska, con guión del propio autor, y en 1999 el también novelista estadunidense Stephen Chbosky propuso un libro de culto juvenil instantáneo, The perks of being a wallflower (Las ventajas de ser un marginado, Alfaguara, 2012), que 12 años después decidió adaptar para el cine en su primera incursión como director y guionista.
En su estupenda película Las ventajas de ser invisible, Chbosky reconoce y asume la influencia decisiva del relato seminal de Salinger. Vemos en ella a Charlie (Logan Lerman), un taciturno y solitario adolescente preparatoriano en Pittsburgh, de quienes sus compañeros se mofan por su aplicación y su comportamiento reservado, y quien descubrirá en la joven Sam (Emma Watson), su primera pasión amorosa, y en su medio hermano extravagante, el formidable Patrick (Ezra Miller, el adolescente en Tenemos que hablar de Kevin), a un amigo cómplice. Hay también la presencia de un maestro de literatura inglesa, mentor moral del joven devorador de novelas y escritor nato, quien apartándose del discurso sobre la vanidad del altruismo en El guardián entre el centeno, y ante el azoro del joven Charlie de por qué algunas personas suelen relacionarse amorosamente con la persona equivocada, sentenciará que cada individuo termina teniendo la pareja sentimental que cree merecerse. Charlie vive con intensidad la confusión de sus propios sentimientos y de su vocación de escritor, cronista posible del universo juvenil que le rodea.
Stephen Chbosky aborda con perspicacia y oído privilegiado este mundo preparatoriano de los años 90. No hay en su relato la provocación verbal, en ocasiones escatológica, que le valió a Salinger el escándalo y los denuestos de las buenas conciencias en los 50, ni tampoco la amoralidad y el cinismo presentes en la crónica generacional de Easton Ellis. Lo suyo es una novela de formación que explora de modo generoso y sensible las relaciones afectivas, hechas de revelaciones y desencuentros nunca irreparables, de un grupo de adolescentes enfrentados a la primera ilusión sentimental o a un desengaño moral, o a los rigores del hostigamiento escolar, ese bullying que se dobla aquí de acoso homofóbico y al que sobreviven triunfantes un Patrick exultantemente gay y su amigo Charlie, camarada solidario.
Soportando el lastre de una experiencia infantil particularmente difícil, misma que culmina en una severa depresión nerviosa, Charlie logra su pau- latina inserción en un mundo escolar donde el espíritu de competitividad tiene la doble capacidad de estimular y en ocasiones anular las mejores ambiciones intelectuales. Es también el mundo de esa formidable película inglesa, sin estreno comercial en México, aunque conseguible en video, The history boys (Nicholas Hytner, 2006), donde algunos personajes juveniles, particularmente frágiles o en apariencia desorientados, logran triunfar sobre las adversidades y primeros tropiezos de su educación sentimental con las armas de la curiosidad y del ingenio.
En Las ventajas de ser invisible el realizador se muestra vacilante y confuso al trasladar a la pantalla las diversas temporalidades de su novela y la súbita esquizofrenia del adolescente Charlie postrado en su depresión nerviosa, acertando un poco más, y con gran fortuna humorística, en la recreación de su primera experiencia con las drogas alucinantes. Aunque algunos personajes clave, como los padres de Charlie o su propia hermana, parecen un tanto desdibujados, es sobresaliente el manejo de los tres personajes centrales, compañeros de generación emparentados con los héroes juveniles sensualistas y libertarios del cine queer de Gregg Araki (Mysterious skin, 2004), Todd Haynes (Velvet Goldmine, 1998), o del canadiense francés Xavier Dolan (Los amores imaginarios, 2010).
Una pista sonora efectiva con el hit de David Bowie, Heroes, enfatiza, por si fuera todavía necesario, el espíritu finalmente jubiloso de la cinta.