smael era bueno para el tractor, bueno para el caballo. Así era en el campo, en las tractoradas y en las cabalgatas que El Barzón y otras agrupaciones campesinas organizaron desde Ciudad Juárez hasta el Distrito Federal. Era atorón, como se dice en el norte; bragado, no sólo para enfrentar funcionarios prepotentes y policías represores, sino para dirigir las maniobras de subida y bajada de los tractores a las trailas; para organizar la logística de los caballos. Como buen neovillista, su discurso era de acciones, no de palabras. Tres o cuatro veces hizo el camino de la División del Norte, recorriendo tres cuartas partes de la República para demandar el rescate del campo, o la renegociación del TLCAN, o manifestar que en el agro hay también indignados o para denunciar el hambre que sufren con la sequía los hermanos rarámuri.
Por eso nos duele mucho que Ismael Solorio haya sido asesinado el lunes pasado, junto con su esposa Manuela Martha Solís, en la carretera Cuauhtémoc-Colonia Obregón, trayecto que para todos, menos para el gobierno, está controlado por una organización criminal.
Las crónicas de muertes anunciadas son cada vez más lugares comunes literarios o periodísticos, pero también dolorosas y más frecuentes realidades tratándose de líderes sociales como Ismael Solorio Urrutia, uno de los fundadores de El Barzón, en Chihuahua, activista desde sus años estudiantiles en la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar.
Nos indigna el asesinato de Ismael y Manuelita porque ya lo veíamos venir y lo denunciamos. Porque hacía apenas una semana le planteamos al secretario de Gobierno de Chihuahua que El Barzón estaba siendo sometido a una terrible campaña de linchamiento mediático y político. Porque ahí, con su cara escoriada todavía de la golpiza que recibió dos días antes a manos de asalariados de la minera El Cascabel, Ismael dijo con claridad y resequedad campiranas: Si no se arregla el asunto de la mina en nuestro ejido, Benito Juárez, va a haber muertos. De uno de los dos lados, pero va a haberlos
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Nos indigna que el linchamiento político y mediático haya continuado la semana pasada: la CNC y tres diputados acarrearon a varias decenas de asalariados de la minera el miércoles 17 para denostar a los opositores de la mina ante el Congreso del estado. Increparon ahí y amenazaron a Martín Solís, Heraclio Rodríguez e Ismael Solorio. En las videograbaciones del acribillamiento verbal se puede apreciar a varios sicarios que actúan en el ejido Benito Juárez. Todavía el terrible lunes del asesinato en uno de los medios locales se publicaron más infundios contra los dirigentes barzonistas. Estos asesinatos, largamente anunciados y denunciados, sólo son posibles si sus autores se sienten confiados porque se fían de que el Estado se encuentra subyugado o en complicidad.
Nos indigna porque con sus compañeros y compañeras barzonistas, Ismael emprendió una lucha que habrá de marcar el siglo XXI en México y en Chihuahua: la defensa del agua, de la distribución justa y colectiva del vital líquido en un contexto de escasez y cambio climático. Eso ha sido el movimiento de los Defensores del Agua del Desierto Chihuahuense, que reivindica el fin de los aprovechamientos y perforaciones ilegales en la cuenca del agonizante río del Carmen. Una lucha en la que los acaparadores del agua y de los subsidios gubernamentales tachan de violentos a quienes demandan que se respete el estado de derecho hasta las últimas consecuencias.
Autores materiales como los del asesinato de Ismael y Manuelita han sobrado en las calles y carreteras de Chihuahua estos años violentos. Tan sólo en el pueblo de Ismael pueden contarse hasta 300 sicarios que se benefician con la venta de droga y alcohol propiciados por la derrama de la actividad exploratoria minera. Pero los autores intelectuales pueden contarse con los dedos de una mano: los grandes acaparadores de las escasas aguas del desierto chihuahuense y la empresa minera canadiense, Mag Silver, que han visto sus intereses amenazados por la lucha en defensa del agua, del medio ambiente y de los recursos naturales que emprendieron las y los barzonistas, dirigidos por gente como Ismael. Todo esto favorecido por los ataques del priísmo, aliado y beneficiario de la operación de las mineras, amenazado por el poder de convocatoria de organizaciones que desafían su monopolio sobre la organización de los sectores populares. Disputa por recursos naturales, extractivismo minero e hídrico, monopolio autoritario de espacios políticos y sociales por el príismo, serán de ahora en adelante los ejes de las luchas sociales en la época de la transición revertida.
Cerrarán mina y pozos ilegales tras crimen de líder barzonista
, titularon los periódicos el miércoles pasado, reproduciendo la declaración efectista del gobernador Duarte en la funeraria, ante los deudos de Ismael y Manuelita. Declaración que sería relativizada unas horas después: “Anuncia el gobierno el cierre temporal de la mina El Cascabel en Benito Juárez”. Voluntad política que se marchitó más rápido que las flores de las incontables coronas en el funeral de los barzonistas.
Larga e interminable es la fila de autos y tractores que se enrumba hacia el polvoroso cementerio del ejido Benito Juárez. La indignación y la solidaridad de los habitantes vence una vez más el miedo y el pueblo se vuelca a llorar y a reclamar justicia. Mientras descienden a la fosa los cuerpos de las dos primeras víctimas de la guerra por la defensa del agua y de los recursos naturales, uno se pregunta: ¿cuántos muertos más como Ismael y Manuelita es necesario sembrar para que el Estado haga efectivos los derechos de la gente? La respuesta, diría Dylan, está en el viento otoñal que sopla en estas resecas tierras.