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Puntos sobre las íes

Mariano Ramos 1953-2012

¡N

o..!

No era verdad.

No podíamos creerlo.

Eran las ocho de la noche del pasado viernes 5 de octubre cuando recibimos una llamada telefónica de mi muy querido hermano Marcelo Bitar, para informarnos de la muerte de Mariano Ramos Narváez, el Gran Torero Charro de La Viga.

Y, sí, había partido un lidiador de una pieza, profundo conocedor de las condiciones de los astados, que lo tuvo todo para ser el gran continuador de las glorias taurinas de ilustres excelsos dominadores matadores de toros mexicanos de la talla de Ponciano Díaz, Fermín Espinosa y Carlos Arruza, debido a su administración.

¡Qué torero!

Y, a modo de ilustración de lo anterior, valga decir que, hasta donde la memoria nos permite, que Mariano, durante su paso por los redondeles, únicamente sufrió dos percances: un leve puntazo debajo de una axila y la fractura de un pie al ser tropezado por uno de sus enemigos.

Se preguntará entonces el amable lector ¿qué pasó, qué lo detuvo?

Mariano fue, insistimos y a no dudarlo, un soberbio torero que, desgraciadamente, fue pesimamente conducido.

Ay, los ignorantes.

***

1968-1969

A finales o principios de aquellos años, tuvimos que viajar a Guadalajara para asistir al sepelio de un muy querido amigo de mi padre, cuyo funeral tuvo lugar un sábado, y al no haber conseguido lugar en el avión para regresar a México, sino hasta el lunes siguiente, muy resignados nos fuimos a la plaza de toros para presenciar una novillada sin imaginar la impresión que íbamos a recibir.

Fue un impacto.

Un espigado joven, de largas piernas, de tez morena y de sobrada intuición, se apoderó del graderío desde sus iniciales haceres; no los de un novel, sino de todo un matador de toros, y si en su primero perdió los máximos trofeos fue porque pichó sin descanso, y en su segundo volvió a suceder otro tanto, pero la lidia fue tan magistral que se pidió se le concediera una oreja, a lo que, a regañadientes, tuvo que acceder la autoridad.

Más tardamos en regresar a México que ponernos en contacto con el entonces empresario de la plaza México, Javier Garfias de los Santos, quien, cortante, nos dijo: he oído de él y ya veremos.

Y nada más.

La fama de Mariano subía como la espuma y los triunfos su sucedían, hasta que, no hubo más remedio que contratarlo para el embudo de Insurgentes y, de ahí pa’real”.

Nada lo detenía.

Y tan así las cosas que toreó nueve festejos chicos, cortando nueve orejas y llevándose, además, El Estoque de Plata.

Y vino el gran paso.

En Irapuato, el 20 de noviembre de 1971, recibió la borla de matador de toros de manos de Manolo Martínez, siendo el testigo Francisco Rivera Paquirri, con un encierro de Santacilia.

Y con base en sus extraordinarias cualidades toreras, se le confirmó el doctorado en Insurgentes, el 5 de diciembre de ese mismo año, de nueva cuenta con Manolo Martínez de padrino y Antonio Lomelín de testigo, con bureles de Tequisquiapan.

Fue entonces, que comenzó a evidenciarse la gran diferencia entre el estupendo matador de toros y sus administradores, que más exigir a todo decían que no, pensando que de esa manera se hacían eco de los repetidos triunfos del torero, hasta que tanto fue el cántaro al agua, que vino el inevitable rompimiento, y cuando se pensó que sería para bien, resultó ser todo lo contrario.

Y así se le fueron por delante Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Curro Rivera, quienes, obviamente, no veían con muy buenos ojos que digamos al Torero Charro de la Viga, por ser un rival por demás peligroso, sobre todo con los toros hechos y derechos, con los que Mariano podía mucho más que ellos.

Esa es la verdad.

***

Y vino el desastre.

No sabemos si fue Mariano quien designó cómo apoderado a un ingeniero –de cuyo nombre ni acordarme quiero–, sin mayores antecedentes taurinos, o influyeron en ello algunos de sus familiares, pero el caso es que este señor, de buenas a primeras, ¡zas! anunció la construcción de placitas de toros de metal que se montarían con rapidez en pequeñas poblaciones para que todos los mexicanos pudieran apreciar al gran Torero Charro de La Viga, sin considerar, ni por un momento, el inmenso favor que les estaba haciendo a los pomposamente llamados los tres grandes de la fiesta.

Habremos de seguir.

(AAB)