ensibles a los cambios sociales y transformaciones políticas de la Gran Revolución (1789-95), los pensadores socialistas europeos concibieron la noción sociológica de clase con relativa precisión. En cambio, la de ideología resultó más escurridiza que su prima carnal.
Los grandes teóricos del socialismo vivieron de 1789 a 1850, cuando las luchas presentaban actores bien dibujados: burgueses arrepentidos de sus desplantes humanitarios y proletarios que sin ser necesariamente obreros empujaban los ideales de libertad, igualdad, fraternidad.
Como es sabido, términos como izquierda y derecha se vulgarizaron en el siglo pasado, remitiendo al lugar ocupado por los diputados de la Asamblea Legislativa durante la Gran Revolución. A la izquierda de la presidencia, los partidarios del cambio radical. A la derecha, sus enemigos.
En el ínterin surgió el sector social que se convino en llamar clase media. Que a los teóricos de la revolución suscitó migraña crónica y cuya acta de nacimiento fue tramitada por el golpista Napoleón Bonaparte. De ahí en más, las ansiedades de la democracia moderna quedaron supeditadas a los mantras del centro.
Las clases medias de Europa primero, y las de América Latina después, quedaron encantadas con el genio del Gran Corso. ¿Qué más agradecer al que políticamente había aterrizado el idealismo platónico y el justo medio aristotélico? Y en ambas orillas del océano lo demás fue motivo de consenso: partirle la madre al proletariado.
Con una salvedad: las diferencias entre las unas y las otras. Porque en Europa las clases medias forjaron el capitalismo desde adentro y en simultaneidad con el proletariado, y en América Latina descendió de los barcos, hecho y realizado en su forma imperialista y neocolonial.
De ahí el imaginario de nuestras clases medias. Que por no haber conocido el capitalismo de verdad se negaron por izquierda y derecha a pensar con cabeza propia. Nuestros estados nacionales copiaron el Código Napoleónico con pelos y señales y, por consiguiente, sus capas ilustradas amasaron su cultura con ideologías de importación.
Sin embargo (desde adentro
), los pueblos rayaron la cancha: Villa y Zapata en México, las gestas antimperialistas de Sandino y Farabundo Martí en América Central, luchas nacionalistas en América del Sur, y las revoluciones de Cuba y Nicaragua mostraron que no se resignaban a ser calco y copia de la civilización inventada por yanquis y europeos.
¿Qué hacer, entonces, con las clases medias que no iban más allá de ser administradoras y tributarias de aquel capitalismo mundial que hoy ya es un magma de confusión y alienación sin camino de regreso? A diferencia de las luchas referidas, la respuesta no es fácil. Y a veces, hay que pedir auxilio a los poetas.
Clase media/ medio rica/ medio culta
entre lo que cree ser y lo que es
media una distancia medio grande
Desde el medio mira medio mal
a los negritos/ a los ricos/ a los sabios
a los locos/ a los pobres
Si escucha a un Hitler/ medio le gusta
y si habla un Che/ medio también
En el medio de la nada/ medio duda
como todo le atrae (a medias)
analiza hasta la mitad/ todos los hechos
y (medio confundida) sale a la calle con media cacerola
entonces medio llega a importar
a los que mandan (medio en las sombras)
a veces, sólo a veces, se da cuenta (medio tarde)
que la usaron de peón/ en un ajedrez que no comprende
y que nunca la convierte en reina
Así, medio rabiosa/ se lamenta (a medias)
de ser el medio del que comen otros
a quienes no alcanza a entender
ni medio.
Técnicamente, el poema del gran Mario Benedetti es malo. No obstante, opté por transcribirlo pues a más de estandarte ideológico de una generación de izquierdistas conlleva grandes equívocos. ¿O usted, el poeta y el articulista no surgieron de la clase media?
Las clases medias se sienten tolerantes y pluralistas cuando dicen que al pueblo urge cultura y educación. Y ya con esto se cuelgan la chapa de izquierda. Pero es verdad. Sólo restaría auscultar con qué parámetros. ¿Los de la clase media que describe Benedetti?
Para ir cerrando un asunto que da mucho más, me parece que la gran tarea pedagógica consiste en revertir la apuesta. O sea, partir con honestidad de lo mucho que nuestros pueblos saben de sí mismos, denunciar a los seudohistoriadores que so pretexto de la desmitificación enlodan la memoria de nuestros héroes, y buscar las estrategias para desembrutecer a la clase media, que apenas es media clase.
Sería un punto de partida para dejar de vacilar con el nivel cultural o la supuesta excelencia académica de instituciones cuyas premisas ideológicas están al servido de las mafias políticas y los grandes capitales.
En Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil y Ecuador andan en eso. Y si de veras queremos enriquecer una identidad distinta a la proyectada por documentales tan vomitivos como Hecho en México (o sea, en Televisa), no vendría mal sopesar las enseñanzas que aquellos países podrían depararnos.