L
a mezcla severa de recortes en el sector público, congelación salarial y subida de impuestos que el señor Rajoy anunció la semana pasada va a empeorar la situación política y económica de España
. Lo dijo The New York Times en su editorial del primero de octubre de 2012. Milton Friedman no pudo leer el periódico aquel día: había muerto seis años antes. Una auténtica lástima.
El bueno de Milton vivió obsesionado con lo que los economistas denominan incentivos perversos
: políticas de supuesto estímulo que generan el efecto contrario al deseado.
Desde su despacho de la Universidad de Chicago, Friedman pasó décadas sembrando la idea de que las políticas de bienestar social y de reparto de la riqueza eran profundamente perversas. Su doctrina terminó por imponerse a partir de los años ochenta. Años antes había servido para justificar dictaduras sangrientas en el cono sur latinoamericano.
Como se deduce del editorial de The New York Times, España constituye hoy el analizador perfecto de la abismal distancia existente entre la realidad y los postulados de Friedman.
Milton no fue más que un ideólogo. Pese a que Baudrillard y Eco acertaron al situar en Estados Unidos el origen de la hiperrealidad, erraron en la localización de su epicentro: no se encontraba en Las Vegas o Disney World, sino que estaba en la Universidad de Chicago.
Por hiperrealidad se entiende una falsedad auténtica
(Eco) o la simulación de algo que en realidad nunca existió
(Baudrillard). El neoliberalismo ha resultado ser la mayor máquina de producción de hiperrealidad que jamás se haya inventado. Lejos de corregir las fallas del sistema, ha desatado la que va camino de convertirse en la crisis más profunda de su historia.
Friedman no sólo fue un ideólogo, también ha sido el mayor de los incentivos perversos. Las políticas neoliberales de austeridad impuestas en España y en el conjunto de Europa no hacen más que ahondar dramáticamente en la perversidad: producen lo contrario de lo que supuestamente persiguen.
Lo verdaderamente alucinante es que las élites españolas y europeas están imponiendo como medicina exactamente las mismas políticas que han generado la enfermedad. El monstruo en su laberinto y el tonto en su lío
, que decía José Bergamín.
Esta vez el Minotauro se ha construido su propio laberinto. El problema es que todos estamos dentro y Teseo no va a venir a salvarnos. Sólo de las plazas puede nacer la salida. No queremos cambiar el mundo, basta con hacerlo de nuevo
, decían los zapatistas hace unos años.
En España, la gente de a pie ha comenzado a sintetizar la frase en dos palabras: proceso constituyente. No una refundación de lo pasado, sino un movimiento hacia el ser por venir. La necesidad de algo nuevo. El deseo de otra cosa. Todo lo demás es hiperrealidad y laberinto.