on las expectativas de crecimiento económico global a la baja para el año entrante, los países y sus gobiernos parecen no tener otra salida que aguantar. Por cuánto tiempo y con cargo a quién, será objeto de duras batallas políticas internas y de no menos complejas operaciones en el mercado financiero mundial, donde reina de nuevo sin recato la alta finanza, disfrazada de los mercados
que todo lo pueden y a nadie perdonan.
Como lo reporta Roberto González Amador este viernes en La Jornada (p. 29), la economía mundial se mueve a un ritmo menor al previsto, que afecta a regiones que hasta hace unos meses tenían un buen ritmo de crecimiento, mientras que el desempleo global llegó a un punto que es aterrador y no aceptable
, en palabras de madame Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional. De acuerdo con la misma nota de González Amador, también Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, declaró: Todo el mundo es vulnerable en tiempos de incertidumbre, sobre todo los pobres, que viven al día. Para poner fin a la pobreza debemos modificar el arco de la historia y erradicar la pobreza antes de lo que habíamos previsto
.
Mientras, de todo esto y más se delibera en Tokio en vísperas de las asambleas del FMI y del BM, en Europa se vive el rigor de un ajuste inclemente que ha puesto de rodillas a España y en la lona a Grecia y Portugal, mientras Italia deshoja la margarita. Por su parte, en Estados Unidos de América el presidente Obama pugna como evangelista por darle a su pueblo un sentido racional e histórico, que deje a un lado la histeria autodestructiva de la ululante derecha republicana; pero nada está escrito y todo empezará a resolverse a partir de la elección presidencial de noviembre.
En América Latina, en especial en el sur, suenan las alarmas provenientes de la desaceleración de China, sin que el auge exportador conosureño haya implicado realmente una modificación significativa de la desigualdad, ni de la pobreza. La reducción observada en los niveles de extrema carencia, gracias a dicho auge y al aprovechamiento del espacio fiscal generado, no son suficientes para cambiar las expectativas de fondo del conjunto de aquellas sociedades; la necesidad de políticas estructurales para la igualdad propuesta recientemente por la Cepal se hace cada día más evidente.
Este es el panorama nublado del relevo presidencial en México. Más de lo mismo, como parecen quererlo las elites financieras y sus peculiares epígonos, no es la mejor manera de capear un temporal de cuya intensidad y duración nadie está seguro. Tampoco parece estar a la mano el encuentro con una riqueza inesperada, un tesorito en el fondo del mar, con el que ha soñado y vuelto a soñar el gobierno que se va. Lo encontrado por Pemex en las aguas profundas del Golfo de México abre una ventana, pero su materialización va a tardar, y eso, si lo dejan, porque esta semana nos despertamos con la novedad de que, después del hallazgo petrolero, el presidente del PRI descubrió a su vez que la empresa no tiene experiencia ¡para explorar en aguas profundas!
Con todo, y sin menoscabo de esta y otras muestras del ingenio priísta, insistir en que poner a subasta la riqueza petrolera nos sacará de un bache económico, que puede ahondarse con una nueva recaída mundial, no sólo sería un desatino sino un paso más rumbo al precipicio de la discordia social y del estancamiento de la producción y del empleo.
Reconocer este presente desalentador, junto con el ominoso futuro inmediato que nos anuncian las instituciones financieras internacionales, debería ser ejercicio obligado de un gobierno que busca entenderse con sus mandantes y convencerlos de que hay que actuar en concierto y pronto. Hablar desde el corazón de la historia y a partir del reconocimiento sereno de nuestras capacidades instaladas es indispensable para un nuevo gobierno consciente de que, para gobernar, debe asumir con claridad que sabe que no está solo en el gobierno del Estado y de la sociedad; que el electorado no le dio la mayoría absoluta que ansiaba y que, por mal que le pese, un tercio o más del electorado votó en contra de la continuidad panista y por la izquierda.
Si algo le urge a México hoy, es echar a andar una nueva ronda de cooperación social y entendimiento político. A diferencia del pasado, cuando el presidente Cárdenas lo hizo mediante la organización de masas, o el presidente López Mateos con los ex presidentes y sus respectivos grupos políticos, ahora tendría que respetarse la restricción democrática y pluralista. Desde ahí podría partirse para generar genuinas expectativas de aliento económico, sustentadas en convocatorias a la concertación de las fuerzas sociales, los intereses y las voluntades.
Nada de esto se logrará inventando unidades nacionales entendidas como uniformidades resignadas, mucho menos alianzas cimentadas en la agresión de derechos colectivos que, como los del trabajo, son auténticos veredictos de la historia mexicana. Reconocer los derechos sociales, que no pueden sino estar en expansión, para recrear y modernizar los veredictos hechos mandato constitucional, sería una buena manera de empezar a dar el giro que la situación reclama. Antes de volver a tropezarnos con la misma piedra.