osé Joaquín Blanco es el autor de dos libros notables, entre otros, Función de media noche y Un chavo bien helado. Su sátira de los que rich and beautiful es memorable y su denuncia de las oligarquías analfabetas que Daniela Rossell retrató en su libro Ricas y famosas es un compendio de la imbecilidad de la alta burguesía que nos gobierna desde su prepotencia sexenal. Por otro lado también se ocupa de la cultura que corre por las calles y se extasía ante la creatividad de compositores como Pérez Botija y Juan Gabriel que nos brindan canciones de tan difícil comprensión como: “Te quiero mucho-mucho/ Desde hace mucho tiempo,/ Te quiero mucho-mucho/ Desde el primer te quiero
,/ Te quiero mucho, mucho/ Desde que estás conmigo,/ Te quiero mucho, mucho/ Desde que estoy contigo/”. Estas sesudas reflexiones hacían llorar a la española Rocío Dúrcal y para agradecérselo Juan Gabriel creó en exclusiva: Ya lo ves: la vida es así,/ Tú te vas y yo me quedo aquí;/ Lloverá y ya no seré tuya:/ Seré la gata bajo la lluvia/ ¡y maullaré por ti!
La crítica ácida y certera de José Joaquín Blanco no ha cambiado a los poderosos pero sí los ha puesto en evidencia a partir del final de los años 80. Función de media noche que no le pedía nada al mejor Monsiváis y Un chavo bien helado demostraron su maestría de crítico y de escritor. Su conocimiento de la literatura desde la Colonia hasta nuestros días lo han vuelto indispensable para conocer el México que no vivimos como el que estamos viviendo.
Fabrizio Mejía Madrid, el más joven de todos, nos da en su Salida de emergencia crónicas hechas a lo largo de 13 años, en las que destaca a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), porque es el único que se preocupa por saber quién era el joven camarógrafo gringo Brad Will, quien murió con su cámara en la mano cuando le apuntaron dos hombres a menos de 20 metros, el 27 de octubre de 2006 en una batalla en el centro de Oaxaca. Años antes, Brad Will, se había subido al techo de un rascacielos en Nueva York para impedir que lo demolieran y desde allí desafió con sus dos manos en alto al helicóptero, a los bulldozers y a las grúas que esperaban en la calle. En Oaxaca no llegó vivo al hospital. Fabrizio lo rescata como rescata al líder Flavio Sosa, aunque éste no sea tan puro ni tan limpio como Brad Will, quien desde chavito se martirizó por la lucha de los pueblos de América Latina.
Fabrizio también nos entrega a otra luchadora cuyo asesinato a todos nos injurió: Digna Ochoa, sigue a los migrantes al otro lado del río Bravo y comparte su heroísmo y sus humillaciones, le perdona la vida al ángel caído de Gloria Trevi y al igual que José Joaquín Blanco retrata a los ricos en una caminata por la avenida Presidente Masaryk, en Polanco, al que le pone Mazaryk Drive. Sus crónicas son grandes, porque recogen al México bárbaro de los años 80 y porque Fabrizio no tiene miedo de viajar a los sitios de peligro e irse de mojado y compartir la suerte y la ilusión de los mojados y ahora las mojadas. Comparte la pasión urbana que también era la de Carlos Monsiváis y del Carlos Fuentes de La región más transparente, que sin proponérselo inició la crónica de la ciudad que tiene ahora el dudoso privilegio de ser la capital más grande del mundo y lleva el horrible nombre de Distrito Federal.
En México, denunciar se paga con la muerte y ser cronista es poner la propia vida en peligro. Manuel Buendía, por ejemplo, fue el primero en ser abatido por la espalda en la calle como un perro el 30 de mayo de 1984 por saber demasiado de la guerra contra el narcotráfico y sus lazos con los militares y los gobernantes de México.
Sergio González Rodríguez, autor de Huesos en el desierto sobre las más de 400 asesinadas de Ciudad Juárez, ha sido un hombre perseguido durante años. En México, investigar sobre el crimen, las drogas, las fortunas mal habidas es correr riesgo de muerte. Por eso es admirable la constancia con la que la revista Proceso y el gran Jenaro Villamil han denunciado a los miembros del crimen organizado que fueron capaces en el norte de asesinar a María Elizabeth Macías, jefa de información de Primera Hora, de Nuevo Laredo, en 2011 y dejaron su cabeza decapitada sobre su mesa de trabajo al lado de su teclado. También en el sur, en Veracruz, fue asesinada en su casa la corresponsal de Proceso, Regina Martínez, el 28 de abril de 2012. A propósito de las mujeres, quisiera recordar aquí a Lydia Cacho, formidable luchadora contra la pederastia, a Sanjuana Martínez que se para sola en medio de los balazos en Monterrey, a Carmen Aristegui, a Marcela Turati, de Proceso, a Jesusa Cervantes y a otras que caminan al borde del peligro, son perseguidas y se la juegan. (Jon Lee Anderson se enfrentó al gobernador Duarte en Jalapa, Veracruz, le recordó el asesinato de Regina Martínez y declaró que en su estado se mataba a los periodistas y que México es hoy por hoy, el país más peligroso del mundo para nuestro gremio).
Al lado de José Joaquín Blanco, Fabrizio Mejía Madrid, Hermann Bellinghausen, Jaime Avilés y el alto Villoro, todos somos lo que se ha dado en llamar comprometidos
. ¿Por qué lo somos? Porque damos una información que no ofrece la prensa oficial y nos esforzamos en la investigación, pero sobre todo porque al escribir vinculamos nuestra experiencia privada al destino colectivo. Si en México y en América Latina el auge del testimonio es grande, es porque en nuestros países todavía hay grandes zonas por descubrir, todavía es palpable la orfandad de grandes minorías sociales. No creo que pretendamos dar voz a quienes no la tienen (como se ha dicho en varias ocasiones), porque su voz barre con todos nosotros. Al contrario, la voz de Jesusa Palancares es poderosa porque es única y no la han cincelado las convenciones. Es a esa voz que sigo desde hace muchos años.
A esta tarea se ha querido darle una ideología. Pero, ¿cómo abarcar la ideología de una ciudad de 20 millones de habitantes? Fabrizio Mejía consignó una frase en una manta del movimiento #YoSoy132. Si tú no ardes, yo no ardo. Y si no ardemos juntos, ¿quién iluminará esta oscuridad?
Hoy día, los cronistas de la ciudad de México ya no podrían abarcarla. Lo dijo Guillermo Tovar de Teresa al sugerir que cada delegación tuviera el suyo. Ayer fueron Antonio García Cubas, Luis González Obregón, Ángel del Campo, Micrós, hoy son Carlos Monsiváis, Fabrizio Mejía Madrid, Juan Villoro, Jaime Avilés, José Joaquín Blanco, Hermann Bellinghausen, Emiliano Pérez Cruz, que nos regala a Ciudad Neza, y muchos nuevos escritores ambulantes a quienes aún no les salen callos, juanetes, uñeros, ojos de pescado ni pie de atleta. ¿Podrán con esta ciudad tan demandante y diversa?
Mientras duren en los países de América Latina las condiciones de opresión, miseria y marginación, la crónica que se deriva de la historia oral será la única manera que tenga el lector de enterarse de vivencias insospechadas y ajenas. Un lector muchas veces hostil a conocer las verdades de su propia realidad.