Siglos de historia y lucha en Atlapulco:
Encuentro con Juan Dionisio, comunero


foto: Nacho López

Martina Plata*

México es una de las cunas donde los pueblos originarios conocen el valor del territorio y no por nada hablan de la Madre-Tierra: alimenta su cuerpo y su alma. Lo defienden tanto como la comunidad donde comparten una forma de vivir esencial con sus compadres, tías y tíos. ¿Puede ser que intuyamos todas la importancia de esta relación con el territorio? ¿No es el despojo una de las condiciones básicas para el desarrollo del capitalismo? ¿Podemos compartir nuestro territorio?

Estas preguntas que surgen ante la realidad de una comunidad como Atlapulco, Estado de México, son preguntas que vienen del fondo de la historia y de la actualidad. Migraciones, invasiones, búsquedas, guerras, transmisión y olvido. E historias de poder, muchas veces sangrientas.

Atlapulco es un pueblo antiguo de origen ñahñú. Se sitúa en la montaña, entre dos valles urbanos importantes: el de México y el de Toluca. Es de los que no fueron desalojados. Tuvo que defender su territorio y su vida comunal pero no conoció el despojo.

Este territorio es espacial y temporal. Primero lo reconocen sus títulos primordiales. Está asociado con la imagen del mapa, que reproduce la realidad y cuya escritura es una referencia indiscutible. El dedo de Juan Dionisio muestra la línea que lo delimita geográficamente para acreditar lo que dice: “Aquí están los límites, éste es el territorio de Atlapulco, porque colinda con otros pueblos”.

Su otra dimensión es temporal y de allí su legitimidad: “Son los límites que han estado históricamente, éste es el territorio histórico de Atlapulco desde hace siglos. Desde antes de los españoles estaba reconocido, en 1472, cuando llegaron los de Tenochtitlán y Axayácatl.”

Juan Dionisio conoce bien el territorio de su comunidad y lo ha recorrido. Sabe que el volcán indicado en el mapa “está cubierto de árboles” y que una parte incluida en los límites del territorio es área protegida, declarada Parque Nacional. “Una zona de mucho bosque. Unas 500 hectáreas. Pero sigue siendo de nosotros.” Conoce los cambios entre el pasado y el presente: “Ahora las casas están concentradas en la zona urbana pero antes estaban repartidas incluso por el monte”. Y pone énfasis en la riqueza de esta tierra:  “Todo esto es agua. Hay manantiales: el agua surge sola, de unas piedras”.

Juan estuvo en el consejo de vigilancia de su pueblo entre 2006 y 2009.  “Desde antes de 1900 empezaron a llevarse el agua hacia la Ciudad de México. En 1930 inician las obras para captar y entubar los manantiales por parte del Departamento del Distrito Federal. A cambio se hicieron algunas obras en beneficio de la comunidad. lLos comuneros mayores recuerdan los “dos salones de una primaria y los lavaderos”. Pasaron muchos años, más de 70.  El agua de los manantiales del territorio comunal ha fluido día y noche hacia la Ciudad de México. La defensa y cuidado del territorio comunal ha sido permanente ante las invasiones de áreas naturales, en los juicios agrarios y trabajos comunales (faenas de reforestación, prevención de incendios, vigilancia continua). Los gastos económicos y materiales que esto genera los cubre la misma comunidad. La asamblea de comuneros consideró que es necesaria una retribución justa de la Ciudad de México hacia Atlapulco. Durante la administración 2006-2009 de la Autoridad Comunal, después de muchas reuniones y desencuentros, se pudo establecer un acuerdo con el df y se han realizado obras en beneficio de Atlapulco: calles, mejoramiento de la red de agua potable”.

Juan Dionisio habla de la forma de organización de la comunidad y las dificultades que surgen. La responsabilidad más importante la tiene el comisariado de bienes comunales, integrado por tres personas ( presidente, tesorero y secretario). Lo elige la asamblea y representa a la comunidad hacia afuera. “También estamos peleando en el poder comunal, por nuestra forma de organización, el gobierno tradicional. El impacto del modelo económico-político impuesto en México hace muchos años tiene efectos en Atlapulco. Los intereses del interior y del exterior por la tierra, el bosque y el agua, por los bienes comunes, están presentes. Ya antes se intentó vender la tierra; eso nos llevó a la defensa y fuimos a juicios en los tribunales agrarios para la restitución de los terrenos vendidos. Esta defensa de la tierra comunal no ha sido fácil, incluso se han presentado hechos de sangre. En México los gobiernos neoliberales han cambiado las leyes. Muchos territorios de los pueblos, sus recursos naturales y lugares sagrados están en riesgo; muchos otros van desapareciendo”.

Gran parte de la comunidad defiende la tierra como un bien común. Pero no todos lo ven así, porque son muchos sacrificios a corto plazo. Pero a largo plazo lo que se puede perder son los lazos sociales, la capacidad de controlar un territorio, las referencias culturales y la posibilidad de resolver conflictos fortaleciendo el “nosotros”.  También es difícil la integración de los jóvenes en esta dinámica que defienden los mayores para seguir siendo ñahñús, viviendo con territorio e historia. Es necesario que comprendan lo que define a la comunidad y la amenaza que representa el exterior. Y, por supuesto, hay que tener en cuenta que la sociedad estadunidense no es un modelo en el que se puedan desarrollar los valores comunitarios. “Es importante que sepamos que existen otras formas de organizarse”, finaliza Juan Dionisio.

*Periodista y activista de origen belga