La asamblea de Huaut+a a diez años de Barranca del Tule
Pensar el mundo desde el nosotros
Comenzando el siglo veintiuno, los comuneros wixaritari de Huat+a (San Sebastián Teponahuaxtlán, Jalisco), recuperaron junto con sus asesores legales unas 36 mil hectáreas de su territorio a partir de prolongados juicios interpuestos ante los tribunales agrarios. Estos procesos tuvieron un componente muy particular: todo el proceso fue discutido paso a paso con las asambleas de la comunidad, que acompañaron lo jurídico con acciones de presión, movilización y visibilidad en los momentos clave.
Las primeras ejecuciones agrarias (en la Campana, La Tinaja y en las inmediaciones de Batallón) fueron muy difíciles. Uno de los momentos claves del proceso fue ganar la restitución de Barranca del Tule (7 mil 500 hectáreas) en febrero de 2000. Le arrebataban así a los invasores un lunar en el mero centro del territorio, un enclave de invasión donde los mestizos mantenían muchas cabezas de ganado —y que les permitía trasegar de aquí para acá desde el núcleo mismo sebastianero. Apenas a fines de 2002 entró por primera vez el grueso de los comuneros a Barranca y el sentimiento de logro fue tan fuerte que el resto de las ejecuciones planteadas se vino en cascada una tras otra. Los wixaritari revivieron unidad, trabajo compartido y claridad general.
La gente recobró paso a paso la iniciativa propia. Reivindicaron entonces con mucha fuerza que lo que necesitaban era que los dejaran en paz los mediadores del gobierno y las empresas en pleno (además de los invasores recién expulsados). “Nosotros conocemos nuestros territorios, sabemos cómo están y cómo cuidarlos. Tenemos lo necesario para gobernarnos mediante nuestras asambleas, a nuestro propio y respetuoso modo y tiempos. Ya no podemos permitir tantas normas impuestas, pues acabaríamos haciendo solamente lo que otros quieren”, decían desde muchos rincones.
A la asamblea de Barranca del Tule, en el fondo de una cañada boscosa donde los mestizos habían construido un gran lienzo para la caballada y el ganado, llegaron más de 2 mil comuneros y sus familias, unas 3 mil personas, y casi todos llegaron cruzando abismos y quebradas, por los senderos ocultos de la Sierra, para estar presentes, algunos tras dos días de camino. Mientras de un lado de la palizada se reunía la multitud atronadora que celebraba la restitución de la unidad física del territorio y planeaba las acciones y juicios por venir, del otro los kawiteros degollaban a un toro, regaban la tierra con sangre y bailaban tocando el raweri y el kanari para invocar, celebrar y propiciar.
Se abrió un momento de plenitud como conglomerado, y la idea de la autonomía cobró una pertinencia inusitada: fortalecieron la religiosidad, el tequio, el trabajo agrícola y emprendieron proyectos integrales autónomos. Por sobre todo, la asamblea se volvió itinerante (antes sólo se hacía en San Sebastián y en Tuxpan) y durante cinco años tocó de fondo a las comunidades apartadas: Mesa del Tirador, Amoltita, Tierras Amarillas, Bajío del Tule, Ocota de la Sierra. Los wixaritari reivindicaron la asamblea como el corazón del pueblo: el lugar desde donde se recuperaba, localidad a localidad, el territorio. Y fueron bien estrictos. “El que no venga a las asambleas pierde sus derechos”, dijeron.
Nunca antes fue más cierta la consigna del Congreso Nacional Indígena: “Nunca más un México sin nosotros”, porque ese nosotros no es solamente invocación a un colectivo (los pueblos indios) que estuvo y sigue ausente del reconocimiento constitucional; la frase expresa el nosotros más vasto, la idea de la comunidad, la reivindicación y defensa de los ámbitos y bienes comunes, la certeza de que el saber se construye en colectivo. Por supuesto siguieron recuperando tierras y ganando juicios.
La reivindicación de la asamblea no fue cosa gratuita ni inventaban de la nada un espacio, porque siempre ha sido y sigue siendo real entre los wixaritari. Pero desde Barranca del Tule las asambleas wixárika adquirieron una pertinencia que vuelve a notarse ahora, a diez años de la histórica asamblea.
Como para muchos pueblos, para los wixaritari las asambleas comunitarias son espacios de reflexión y aprendizaje sumamente cruciales. Es ahí, y en el trabajo concreto, donde la gente aprende y enseña de un modo natural y pertinente. En la asamblea y la milpa se piensa y trabaja tan juntos que es posible tomar decisiones en directo y frente a frente; la vida se acerca porque ya no obedece a decisiones tomadas fuera, en quién sabe dónde. La gente recupera lo significativo, y se siente útil y digna.
Donde las asambleas son fuertes, los programas de gobierno, los invasores o las empresas con sus tretas no logran mucho, porque la claridad de la asamblea frena o resuelve los problemas. Donde las asambleas son débiles, la comunidad se rompe y pierde —poco a poco o de repente— la fuerza para resistir las invasiones, la corrupción y los programas de gobierno.
Esa tradición parte de un principio libertario crucial: somos iguales porque somos diferentes. Sólo desde el centro de nuestra propia experiencia adquiere su sentido pleno lo que sabemos, lo que compartimos y ejercemos, para transformar la vida. Y eso es lo que somos. Todo rincón es un centro: “nuestra condición, nuestro entorno, nuestra historia y nuestro camino, son sólo nuestros, de quienes vivimos el lugar donde existimos”.
Dicen los pensadores wixárika: “Si reivindicamos con la fuerza de la asamblea de comuneros los saberes y estrategias que armamos entre todos, nos defendemos bien, porque cada quién ve un cachito, que sólo nosotros. Podemos ser un solo corazón”.
Dicen los mayores: “Hay que recordar el origen de nuestra comunidad, de nuestra región, de nuestro pueblo. Recordar la historia de las invasiones, de las imposiciones, del saqueo y la destrucción. Recordar la historia de las luchas de nosotros. Pero también los saberes de siempre, todo lo que la gente sabe y le ha servido para cuidar las siembras, los bosques, el agua, los animales —eso que le llamamos territorio. Nuestro territorio es nuestro entorno completo con los saberes que nos lo hacen visible. La tierra solita no es nada sin lo que sabemos. Tenemos que volver a pensar quiénes éramos y por qué nos quieren desaparecer, y por qué no hay nada más importante que defendernos”.
Por eso verles en Mesa del Tirador, buscando en la asamblea un reconocimiento mutuo que les permita seguir, sabiendo que se les viene el problema de las mineras y que tienen que apelar al encuentro con los demás para resistir y expulsar a quienes quieren apoderarse de su territorio, es volver a mirar lo que siempre hace que los wixaritari caigan de pie en cualquier circunstancia: que nunca se piensan solos, que se reivindican comuneros como máximo honor, por encima de cualquier título universitario o reconocimiento de popularidad externa. Y ser comuneros es saber que van juntos, con dificultades y violencias, desencuentros y certezas, a lo que venga.
Ramón Vera Herrera
“Nos volvimos a organizar como comisariados, como gobernadores tradicionales, como consejos de ancianos, con otra manera de hacer justicia entre nosotros, Fortaleciendo las asambleas y los acuerdos que ahí se toman...”