“Que tu propia gente entienda
que su lengua no es pobre”:
Celerina Sánchez, poeta ñnu savi
foto: Nacho López |
Celerina Patricia Sánchez recuerda su primer acercamiento con la poesía: “Fue en la primaria. No asistí a una escuela bilingüe, estudié en una escuela ‘normal’ y fue allí donde me hice consciente de qué es un poema. Eso fue en cuarto de primaria. Me gustaba aprender poesías; me encantaban los concursos que hacían para ver quién declamaba mejor”.
Dos etapas marcan su producción, que se interrumpe por una larga pausa. “La primera es cuando me hago consciente de la poesía, como a los 12 ó 13 años. Conocía muy pocos autores, los de los libros de texto, pero decía, voy a escribir. Recuerdo que en ese tiempo leíamos poemas de Gabriela Mistral y Pablo Neruda; declamábamos a Carmen Basurto y Amado Nervo. Yo quería ser como ellos y empecé a escribir”.
Pero a los 18 años dejó de hacerlo, y no lo retomó hasta los 28 años. “A los 13 estaba en el descubrir de la poesía, pero en la escuela no me enseñaban mi lengua, el tu’un savi, y esto me produjo un choque cultural. Vino una etapa donde no escribí. Estuve en contacto con la poesía, pero volví a producir algo hasta diez años después, cuando tomé conciencia de mi cultura, de mi lengua y de que quería escribir no tanto porque me gustara Amado Nervo, sino porque mi lengua también se puede escribir. No sabía mucho de la fonética, ni de la fonología, ni de que se estaba trabajando un alfabeto para mi lengua, pero empecé a escribirla ‘como se oía’.
“Para volver a escribir, me tuve que enfrentar a todas las dificultades. Cuando emigramos a la cabecera distrital, me enfrenté a algo que no había padecido antes: el racismo y la discriminación. Estar en un lugar donde no sólo había indígenas, sino también mestizos, me hizo darme cuenta de la exclusión que hay y del menosprecio a las lenguas. Pero yo me volví necia. Pensaba, mi lengua sí se puede escribir, y lo voy a hacer”.
Desde pequeña le inculcaron que su lengua era tu’un nda’vi (lengua pobre) y creció creyendo que pertenecía a un pueblo pobre, ñuu nda’vi. “Uno nunca repara en que eso es discriminatorio hasta que otro te dice que tú eres menos, que tu lengua no vale. Y superar eso es muy difícil. Afortunadamente, encontré gente que me supo encaminar y comprender, pero muchos de nosotros nos quedamos en ese espacio, en ese camino. Nos quebrantan nuestro ser y nuestra existencia, y luego ¿cómo te quitas todo lo que te dicen: india pata rajada, bajada de la montaña, sucia, cochina? ¿Cómo le haces para quitarte todo eso que tanto lastima? Yo soy una persona con suerte porque mucha gente me ayudó a buscar mi historia”.
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Tardó años en asumirse poeta. El primer paso era escribir, y lo hacía, pero el reto seguía siendo mostrar su trabajo, enfrentarse al rechazo. Poco a poco perdió el miedo y entendió que era muy importante escribir para demostrar que, aún con los defectos y carencias que pudiera tener, su lengua también se podía escribir. En el 2001, Celerina publicó su primer poema, “Mercado”, en un periódico llamado El Bisturí, que se editaba en Ciudad Nezahualcóyotl. “Lo hice porque la poesía te deja decir un montón de cosas desde tu propia experiencia; creo que yo no podría dejar de involucrar toda mi situación y mi cotidianidad y para mí es importante hablar de eso, de quién soy y cómo ha sido ese proceso”.
Cuando decidió estudiar lingüística, confiesa que “no sabía nada de nada”. En 2000 se enteró de que habría un curso para traductores e intérpretes de lenguas indígenas. “Quiero estar ahí”, pensó. Confiesa que en su ingenuidad, supuso que allí le dirían cómo se escribía su lengua. Estaba ávida de conocer cómo funcionaba el tu’un savi, pues al escribir reflexionó y se dio cuenta de que no era tan fácil decir la misma cosa en español y en su lengua, o en cualquier otra. Pero, sorpresa, no fue así. El taller no resultó lo que esperaba. Sin embargo, conoció a maestros como Leopoldo Valiñas que cambiaron su vida. “Quedé fascinada. Ahí me di cuenta de qué quería estudiar. Fue un descubrir que me empujó a buscar dónde podía saber más de mi lengua. Eso fue lo que me llevó a la lingüística”.
Para la poeta ñuu savi, la literatura es y ha sido sumamente importante durante la historia de la humanidad. “Pero para los pueblos originarios me parece doblemente importante. No sólo escribir, sino atreverse a enseñar el trabajo, superar la discriminación y demostrar que puedes transmitir diferentes formas de ver el mundo, desde tu propia lengua sin que eso signifique que sea menos. Cuando mi familia supo que yo estaba estudiando lingüística y escribiendo en mi lengua, me reclamaron. Dijeron que ni las locas hacen eso, y me preguntaron si yo quería que fuéramos excluidos. A veces, escribir no solamente es hablar contra un sistema que, en la práctica, sólo reconoce la existencia del español y menosprecia las demás lenguas. Escribir en lengua originaria significa una doble tarea: luchar contra eso y lograr además que tu propia gente entienda que su lengua no es pobre, que tiene siete mil años y que está al mismo nivel que cualquier otra”.
Sigue siendo un reto escribir, apunta, pero a partir de 1994, con el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, hubo un sacudimiento en este país, y por fin los pueblos pudimos decir aquí estamos, ésta es nuestra voz, y ésta nuestra palabra. “De ahí que se vuelva sumamente importante escribir en y desde nuestras lenguas”.
Lamentablemente hace falta mucho trabajo, se duele: “Se han abierto pocos espacios para la literatura y la poesía indígena en nuestro país. El reto es muy grande; la gente de los pueblos no quiere hablar su lengua, sino aprender inglés. Yo no tengo conocimiento de ninguna escuela donde las materias como matemáticas y geografía se impartan en lengua, y el español se enseñe como segunda lengua. Se requiere de una política lingüística que no existe”.
Celerina Sánchez cita como influencias la poesía de Juan Hernández, nahua, y de Irma Pineda, zapoteca; la obra de Miguel Hernández y la de una autora que, sin saberlo, la ayudó mucho, Ofelia Murrieta: “Me impactó su poema Mi cuerpo es mío”. Las experiencias de otros también la han motivado. “Una mujer que marcó mi vida fue la boliviana Domitila Chungara. Su libro Si me permiten hablar me cambió el mundo”.
“Aunque mucho nos han hecho a un lado, aquí estamos, y no podrán borrar jamás nuestra existencia”, dice Celerina.
Por último, comparte uno de sus poemas preferidos, “Guardar”: “Tengo mi palabra desde siempre/ bajo mis alas de mujer mariposa/ resguardo mi historia de colores/ y mis manos las cobijo de largo hilos/ que no terminan/ porque los traigo amarrados a mi existencia”.
Entrevista: Marcela Salas Cassani