Al tiempo que llegaron los conquistadores españoles al territorio de lo que en la actualidad es la California estadunidense, hacia 1729, allí se concentraba la mayor población indígena al norte de México. Si bien no eran muchas más de 300 mil personas, el área, entonces como ahora una de las más ricas y habitables del planeta, llevaba 12 mil años con presencia humana. Al ser alcanzados por el castellano, el ruso y finalmente el inglés, los pueblos originarios hablaban alrededor de 50 idiomas, lo cual es extraordinario en un área relativamente pequeña. Sobre todo porque estas lenguas diferían profundamente.
Malcolm Margolin, especialista en el tema y fundador en 1987 de la revista News From Native California, refiere que mientras unos pueblos hablaban lenguas de origen algoquino (de la costa este de Estados Unidos), otros procedían de la rama atapasca del actual Canadá; otros más eran uto-aztecas o shoshone. También había lenguas hokan del sur del vecino país, o bien penucias, emparentadas con los tsimishian de la Columbia Británica y el maya de Centroamérica. Y al menos dos pueblos yukianos, “cuyo idioma no puede ser asociado a ningún otro en el mundo”.
Un crisol de milenios hizo allí una pequeña Babel. Eso desapareció al paso de leñadores, buscadores de oro, rancheros, constructores, ganaderos, cazadores, enfermedades, odio, violencia, genocidio. A comienzos del siglo xx no quedaban más de 20 mil indígenas originarios. Actualmente el panorama es de doble recuperación, al menos demográfica: por un lado, los pueblos sobrevivientes recuperaron su número (a veces su lengua), y aunque resultan inaparentes en el hipermoderno estado de la costa del Pacífico, siguen siendo los más numerosos en la Unión Americana, donde como quiera existen cerca de cuatro millones de “nativos”. Por otro lado, y fuera de registro, hay actualmente una abundante población de migrantes indígenas de todo México y Guatemala.
Aquella portentosa diversidad originaria fue recopilada, con frecuencia in extremis, por etnólogos, lingüistas y folcloristas. En 1981, Margolin publicó The Way We Lived (Así vivíamos), recogiendo historias, cantos y testimonios de esos pueblos. Él mismo confiesa que le parecían pueblos extintos o casi. Cuando en 1993 realizó una nueva edición, concluyó que se había equivocado. Los indios californianos sobreviven, modernos a su manera. Existe una literatura indígena que acrisola sus tradiciones. Y los navegantes, constructores, cocineros y artistas de milenios atrás tienen herederos que usan sierra eléctrica, computadora, licuadora, motor fuera de borda (y no pocos administran casinos).
Del citado volumen de Malcolm Margolin (Heyday Books, Berkeley, 1993) proceden estos cantos.
Traducción del inglés y nota: Hermann Bellinghausen |