O DULCE AMARGO. No es así como de pronto. Aunque sí. El aroma del chocolate en la leche hirviente, la nube que le brota a la olla a punto de ebullición. Sonidos inquietantes. El techo retumba con el golpe de ¿una rama, una piña? ¿Una pedradota? A lo lejos, una celebración religiosa, muy sonora al alabado, alabado. ¿A estas horas de la noche, como fiesta rumbosa? ¿En martes?
Lo has de estar soñando. Tú, no yo. Apago el fuego y sirvo en el tazón blanco el chocolate, sangre de dioses de tierra, hecha con el lodo de los muertos. De ahí su sabor dulce-amargo. Procedo al cuchillo. Es grande, dentado, corta sucio pero con filo. Un trozo de pan, cercenado con serrucho fervor para untarlo con otra sangre mora, la de la zarzamora, que me mira en racimo preguntándome por qué me comes, preguntándome por mi abuelo, te acuerdas, en el huerto de su jardín, el muro, la zarza y sus coronas de espinas para la baya, casi negra de tan roja en los dedos y los labios de la gula.
El aire también huele. A dulce y a miedo. Entre greñas de cañaveral una figura espantosa se asoma. Sobre la mesilla el chocolate ya se entibió. La noche está cerrada, aúlla pero el chocolate, ah, su fuerza oscura apacigua el vientre, beneficia los latidos del corazón y prende la mecha que me empuja a dormir sonriendo.
TODOS LOS NOMBRES EL NOMBRE. Acostumbrado a ver con extrañeza las acciones destructivas de hombres civilizados que los demás dan por sentadas, planchadas, o sea así y te aguantas, Horacio seguía sin entender cómo gobiernos, empresas, científicos y especuladores quieren robotizar, con código de barras, empacadas como si fueran aspirinas, las fantásticas floraciones de esa planta muy de aquí que recibe el nombre genérico de maíz, pero que para nombres en México se pinta solo, incomparables en su cantidad y precisión. Nada más en castellano la nomenclatura es pobre. En casi cualquier otra lengua mexicana el maíz tiene tantos nombres como sea necesario para designar al ombligo del Universo. Las mazorcas cargan una enciclopedia de nombres.
–Las técnicos y científicos que se esmeran en inventar e inventariar tipos fijos de maíz, como el dólar; que no miran lo que hay adentro de las variedades naturales, siempre son sospechosos de recibir una corta, aceitados y consentidos por las grandes corporaciones que, por necesidad de denominación genérica, hemos dado en llamar Monsanto
, no sin fundamento. ¿Te has puesto a pensar en esa gente? Nacieron y viven en países donde el grano que acá constituye al hombre y la mujer mayas sirve para alimentar los puercos. Cómo no les iba a parecer razonable convertirlo en gasolina y cosas peores.
Procuré sostenerle la mirada a Horacio, para convencerlo de que lo escuchaba. Lo suyo era un ansia. Por lo demás, opino como él, así que no agregué propiamente nada:
–No pos sí.
Con eso tuvo suficiente para seguir. De una manera que yo sería incapaz, enumeró en náhuatl las variedades que le vinieron a la memoria y la selva de nombres que en su ciclo de vida atraviesa su majestad el elote. Una letanía como de chamán en ese idioma que hace vibrar la lengua como el lazo de un arco cuando acaba de disparar la flecha.
Cada quien es maniático en lo suyo. Horacio la trae con el maíz. Ha publicado recetarios y prontuarios. Colecciona mazorcas y las fotografía como quien atesora rodanes o picassos, y sobre todo ha desarrollado un paladar exquisito para detectar en cualquier tortilla verdadera la resonancia local de la masa transfigurada por el comal cotidiano. Para él, los sabores son colores. Bueno, eso dice.
–Esto del maíz viene de un lejos que no abarcamos con la imaginación. Un montón de milenios tomó domar los granos salvajes, multiplicarlos. Esta semilla como pocas está hecha para sobrevivir, prende entre las piedras, cuelga de laderas increíbles, vive donde sea. ¿Quién dijo que el mundo necesita volverlo zombi? ¿Qué sus patentes sean estrictas y coticen en la bolsa de los ladrones?
Horacio se estaba exaltando. Respiró profundo y dijo sus mejores frases:
–El hambre de ganancia de esos señores nada tiene que ver con el hambre. Cómo se ve que no saben qué se siente, ni lo que se siente saciarla con el maravilloso maíz que a tantos pueblos dio origen y se volvieron inseparables de su destino.