ircular en automóvil particular por calles y avenidas de la gran ciudad de México es una verdadera carrera de obstáculos; unos a ras de suelo, como baches viejos y nuevos, coladeras de altura diferente al nivel del pavimento, topes y boyas. Otros, junto a las banquetas, botellas, cubetas, cajas de cartón, macetas, botes rellenos de cemento y otros objetos con los que vecinos y franeleros intentan, y a veces logran, apartar lugares de estacionamiento.
Al rodar por la ciudad sorteando esos obstáculos que lastiman llantas y rines, los conductores aprenden pronto que no son los únicos estorbos en las calles. Hay muchos más derivados de las obras y más obras que abundan por todos lados: camiones, grúas, aplanadoras, trascabos, varillas tiradas, revolvedoras, costales de cemento, de yeso y montones de arena, grava y cascajo.
No es todo, en las esquinas hay jóvenes repartiendo propaganda, güigüis con tarjetas de antros, entregadores de periódicos obsequiados, vendedores de los otros periódicos; docenas, cientos de vendedores de congelados, agua embotellada, cacahuates japoneses, cigarros al menudeo, bolsas de fruta a 10 pesos, alegrías, chicles, máscaras de luchadores, lupas, pañuelos desechables, juguetes, corbatas y paraguas entre los que me ha toca ver personalmente.
Y si eso fuera poco, también aparecen en cada esquina limpiadores de parabrisas, con botella y jalador de agua, limpiadores de carrocerías con trapos y plumeros, magos, lanzafuegos, pirámides de niños que culminan con el más pequeño con máscara de chupacabras, malabaristas, hombres de lata, payasitos y payasitas, pedigüeños sin gracia ni habilidad especial y hasta imitadores de limpiaparabrisas, que no limpian, pero simulan hacerlo, para divertir a quien les dará una moneda.
Ítem más, motociclistas, ciclistas, patinetas que salen de todas partes y cruzan frecuentemente sin ton ni son por donde se les ocurre; camiones de basura, transportes de valores, repartidores de cerveza, de refresco estacionados en las bocacalles o en doble fila, muebles de los valet parking, carros abandonados, bases clandestinas, bicicletas con canastas de tacos de canasta
, coches de cajuelas repletas de ollas y cazuelas, con comidas completas, arroz, sopa aguada, guisado y postre.
Últimamente, esa carrera de obstáculos que hace de los automovilistas chilangos los más hábiles conductores urbanos se ha enriquecido con nuevos estorbos; los genios de la publicidad, a quienes tanto admiro, han urdido nuevas formas de complicarnos la vida.
Son de dos tipos y pienso que contarán con la aprobación burocrática que alguien desde su escritorio dio sin saber lo que pasa en las calles, una de estas novedosas ideas de los creativos
consiste en poner a cinco o seis jóvenes hombres y mujeres, éstas siempre atractivas y con ropa de la conocida como provocativa
, para extender en las bocacalles, mientras dura el alto, mantas anunciando algo. Obvio es que distraen, restan visibilidad y hacen más lento y riesgoso el tránsito citadino.
El otro invento genial, seguro de algún licenciado en mercadotecnia o maestro en ciencias comunicacionales
, consiste en que dos o tres camiones circulan en fila, despacio, por las calles atestadas, de preferencia en horas pico, quemando gasolina, estorbando a todos y también restando visibilidad, con anuncios en mamparas colocadas en sus plataformas. ¿A quién se le ocurre en esta congestionada ciudad esa forma de publicidad? ¿Quién los autoriza? Por lo pronto me prometí jamás comprar nada de lo que se anuncia en forma tan arbitraria.
Si esto fuera poco, todo el día pasan lentamente otros camiones con altavoz que repiten monótonamente: Se compran lavadoras, estufas, refrigeradores, colchones y fierros viejos que vendaaan
, y ya al anochecer triciclos con botes humeantes y un sonido penetrante que repite incansablemente tamales oaxaqueños calientitos
.
Uf, puf, menos mal que el gobierno citadino alienta para disminuir la carrera de obstáculos, y el estrés de los citadinos, el transporte público y las bicicletas.