Opinión
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Isocronías

Del viento entristecido

R

ecibo a mediados de mes una invitación a la presentación de un libro en memoria de Miguel Topete. Miguel (o Nabor, su nombre de batalla), hombre de quien, si así puede decirse, algo a lejos –sabía bien él guardar distancias– me sentí siempre cercano, había fallecido a finales de marzo pasado. Medio año ignorante de su deceso… Hasta en el adiós fue discreto, me dio por pensar.

El libro en cuestión –segunda edición, aumentada, de La rosa nómada, de su autoría– se presentará mañana en Guadalajara (ex convento del Carmen, patio, 20:30 horas) y contará con la intervención literaria de Carlos Prospéro y Jorge Souza, y musical de Celia Torres, notable cantante y quien fuera la esposa de Miguel; el pianista Rafael Buscio Lira, el Tamborazo Antiguo de Ixtacán y el Ensamble Sontla. La música que a él le gustaba mucho, precisa en el e mail Hermenegildo Olguín, editor.

De una colaboración periodística de Souza extraigo, con su autorización, estos fragmentos:

“Conocí a Miguel Topete en los años setenta en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara. “Era parte de un taller de poesía que denominamos ‘Protoestesis’… Se incorporó cuando el grupo ya estaba integrado y más tarde lo abandonó, al igual que la Facultad, para seguir un impulso interior que lo llevaba a buscar una sociedad más igualitaria, a cualquier precio. Su pertenencia a la guerrilla urbana, a la Liga 23 de Septiembre, fue el pago.

“Miguel era inteligente e impetuoso. Fuerte, buen amigo y de trato recio. Escribió, en aquellos ayeres, buenos textos… Luego se fue y la escritura quedó en el fondo de algún desván de la memoria. Su vida se dedicó a luchar por su causa, siempre pendiendo de un hilo.

“De aquellos años de violencia e incertidumbre, quedó en él la suerte de sobrevivir, sí, pero también un dolor acendrado en las profundas cicatrices que su cuerpo y su alma sufrieron en la lucha… Años después, me platicó que se quedó trepado por allá, en los cerros de Chihuahua por años, sin saber que la guerrilla ya había terminado. “Parte de su experiencia quedó retratada en su libro Los ojos de la noche… Dicen que la escritura cura ciertos recuerdos dolorosos. Yo estoy seguro de ello.

“Adiós Miguel, poeta, amigo. Me despido de ti con el pecho oprimido y retomando unos versos tuyos: ‘Pájaro correcaminos/ venadito del breñal/ el viento está entristecido/ llora como el vendaval’.”

P. S.: Ya entregada la columna me entero de que, contra lo que suele ocurrir, por hoy quedaba corto en la extensión. Para cerrar, mencionaré el primer verso que se me quedó grabado de Topete: Yo sé que estoy sentado sobre un barril de pólvora.