s muy importante situar en una dimensión correcta el artículo de Eric Séralini y sus colaboradores, en el que se reporta que la ingestión de una variedad de maíz transgénico provoca muerte prematura y daños orgánicos muy graves en ratas. Creo que es indispensable dimensionarlo, porque el debate que ha provocado desde que apareció publicado el pasado miércoles, comienza a rebasar sus significados estrictos para dar lugar a posturas extremas que van desde el rechazo absoluto al empleo de organismos genéticamente modificados (OGM) hasta la defensa a ultranza, incluyendo posiciones francamente anticientíficas y acusaciones sobre conflictos de interés. Sin desconocer que este debate existe desde hace varios años, es indispensable examinar estrictamente los hechos y extraer de ellos sus posibles significados y consecuencias para nuestro país.
¿Cuáles son los hechos? En primer lugar, la publicación del estudio referido en la revista Food and Chemical Toxicology realizado por un grupo de investigadores calificados. Se trata de una publicación científica prestigiada, cuyos contenidos son evaluados previamente por pares (de no ser así, no se explicaría el revuelo que ha causado). El trabajo de Séralini y sus colegas es importante, porque examina los efectos a largo plazo (dos años) de la ingestión de una variedad de maíz transgénico (MON-00603-6 llamada también NK603), cuando generalmente los estudios para demostrar la inocuidad de un OGM cubren un lapso menor.
El NK603, creado y patentado por la empresa Monsanto, es un maíz al que se le ha introducido un gen que lo hace resistente a herbicidas, los cuales contienen como principio activo una sustancia denominada glifosato. El objetivo del grupo europeo (participan científicos de Francia e Italia) se orienta a estudiar los efectos tanto del maíz transgénico como del herbicida.
Los animales se dividen en tres grupos: Los que se alimentan con el NK603 solo; otro con este maíz transgénico más el herbicida disuelto en agua, y uno más solamente con el herbicida, cuya concentración es equivalente a la que consideran satisfactoria las normas en algunos países para el agua de riego. Los tres grupos se comparan con un grupo control (cuyas características no son muy claras), pero a los que se les daría una dieta basada en maíz normal (no transgénico) y agua libre de herbicida.
Los resultados obtenidos son espectaculares. En los tres grupos los animales mueren antes y desarrollan enormes tumores no reversibles. Las más afectadas son las hembras. Además del cáncer, se documentan daños graves en la glándula hipófisis, el hígado y los riñones.
¿Cuáles son los hechos? Desde que apareció publicado este trabajo ha estado sujeto a numerosas críticas de expertos en diversas partes del mundo, incluido México. Las críticas se orientan principalmente hacia los aspectos metodológicos. Además de que algunos juzgan los resultados como el producto de una aventura estadística, en nuestro país se han observado además deficiencias en el grupo control, en las dosis empleadas en los experimentos, en la inexplicable similitud de resultados obtenidos con el OGM y el herbicida solos, a lo que habría que agregar el elevado número de tumores no reversibles en el grupo control alimentado con maíz normal (30 por ciento).
Desde luego, no son comparables los resultados de un artículo ya publicado con las objeciones que se le puedan hacer a través de boletines de prensa. Pero la manera de resolver esta controversia es precisamente situando en el mismo plano las dos posturas científicas. Por ello cobra especial importancia, a mi juicio, el señalamiento de Luis Herrera Estrella, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional y una de las principales autoridades de nuestro país en esta materia, quien ha dicho que es necesario repetir el trabajo de Séralini con el fin de confirmar o desechar su validez.
Esta propuesta no debe provocar sorpresa, pues es una práctica habitual e indispensable en la ciencia, especialmente cuando se trata de resolver una controversia. Queda claro que la dimensión en la que se encuentra este debate es de naturaleza científica. El trabajo de Séralini es una importante señal de alerta sobre posibles daños a la salud de un tipo particular de grano (el NK603) y en rigor no puede generalizarse a todos los OGM. Sus resultados son controversiales y su validez deberá definirse, no por el voto popular o las encuestas, sino mediante nuevos trabajos científicos. Pero a menos que ya existan proyectos en marcha, tendrían que transcurrir dos años para reproducir los resultados de Séralini y su grupo. Y mientras esto ocurre, ¿qué hacer?
Hay otros hechos que deben ser considerados. Al menos desde 2009, se ha venido autorizando en México la liberación al medio ambiente del NK603, exactamente el mismo que está en el centro del debate citado. Se ha pasado de la etapa de análisis de riesgo, a la autorización (a Monsanto y otras empresas) de cientos de hectáreas en territorio nacional para el desarrollo de las fases experimental y piloto en estados como Sinaloa, Tamaulipas, Nayarit, Chihuahua, Coahuila, Durango, Sonora y Baja California Sur. Estos datos son públicos y pueden consultarse en la página de Internet de la Sagarpa.
Ante esto el gobierno mexicano no puede actuar como si nada estuviera pasando. Es necesario convocar a los expertos mexicanos a evaluar el trabajo del grupo europeo y fortalecer la investigación científica en el área de los OGM, con el fin de aprovechar sus beneficios, pero también para evitar los riesgos potenciales sobre la salud y el medio ambiente.
En mi opinión, si ante estos hechos se tuviera que tomar una decisión –y yo creo que debe tomarse–, si se empleara un criterio de tipo médico (y de acuerdo con la ley la Secretaría de Salud está facultada para hacerlo) debería actuarse con prudencia, y ante el riesgo de daños a la salud, deben suspenderse de inmediato las autorizaciones para la liberación de este tipo particular de maíz, y aplicar rigurosos sistemas de vigilancia y control sobre los campos de cultivo ya existentes, hasta en tanto no quede totalmente claro que no representan un riesgo para la salud humana.