onocí en 1985 el local situado en el número 4 de la calle des Anglais, así llamada por el convento de monjas inglesas benedictinas instalado en los terrenos cercanos a la actual plaza Maubert. En el siglo XVII, esos alrededores, aún deshabitados, eran casi parte del campo.
Las casas de lo que se llamaba París se aglutinaban más lejos que cerca de los castillos donde residía el poder. Eran todavía los años cuando los lugares también se movían y cambiaban de ubicación, las calles eran simples pasadizos sin números donde incluso el tiempo se perdía, extraviado en el juego de escondidillas de los edificios sin calles.
Cuando crucé por primera vez el umbral de este local, entonces más bien sórdido, fue para comprar hielo. Largo corredor oscuro, se alineaban las hieleras contra las paredes. Poco a poco, la tienda de hielos desapareció. Durante una quincena de años fue tienda de cartas postales, de muñecas viejas, de libros de ocasión, de estambres... ¿La existencia de los lugares no es acaso aún más enigmática que la rencarnación de los seres vivos?
Hace unos días, vi, colgado al exterior, un par de anteojos forjados, cuya talla les permite ser vistos desde la más antigua calle de París, la rue Galande, entonces salida de la capital francesa a Lyon, donde nace la des Anglais.
Jacques Bellefroid, con esa curiosidad de los verdaderos escritores, hoy como siempre tan raros, decidió preguntar el porqué de esos anteojos de gigante, puesto que no se trataba de una óptica.
El último propietario del local, al limpiar las viejas paredes, descubrió trazas de pinturas murales. Intervinieron de inmediato trabajos de restauración para rescatar los retratos de los parroquianos del cabaret del Père Lunette, realizados por pintores y caricaturistas. Verdadero tesoro que llevó a otro descubrimiento: el de la otra cara de la historia, la de su vida nocturna durante buena parte del siglo XIX. Los retratos forman un fresco a lo largo de las dos largas paredes que se abren a la calle y terminan en un patio. Pueden admirarse lado a lado a Zolá en una botella, una prostituta a quien su proxeneta tiende una cubeta de agua y un pescado, Louise Michel con su bandera roja, el Père Lunette, tras su bar, así conocido a causa de sus gruesos anteojos, Gambetta con la campanilla que utilizaba para acallar los gritos en la Asamblea, el sobrino de Napoleón III apodado Plon-Plon, y otras figuras como el trío de la mujer, el perro y el amante.
Con el tiempo, este cabaret alcanzó tal celebridad que Larousse lo incluye en su diccionario y príncipes y duques de toda Europa lo visitan con el pretexto de conocer los bajos fondos y, ¿por qué no?, encanallarse un poco al término de una tournée des Grands Ducs. Entre los ilustres visitantes se cuentan los hermanos del zar, Óscar II de Suecia y, sobre todo, el príncipe de Gales, futuro Eduardo VII, quien, en su testamento verídico y oficial dicta: Lego a mi amigo Père Lunettes mi sombrero de coronel de Uhlans y mi calzón de la Horse Guard para adornar su bar, donde antaño pasé tan buenos momentos
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Gracias a testimonios de escritores, Huysmans entre otros muchos, y periodistas, se sabe que en la sala del fondo, llamada el Senado, el patrón extendía rollos de pinturas y caricaturas donde quedaron representados personajes de la época, pero también escenas saturninas y báquicas, dignas de misas negras que no podían menos que atraer a los curiosos del arte erótico. Varios fueron los poetas que hicieron canciones en honor del cabaret y de sus horizontales
que tomaban esta posición cuando el alcohol las vencía y se recostaban en el banco de los acusados
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Ahora, las pinturas murales pueden admirarse: la alcaldía de París acaba de instalar ahí un espacio para apoyar los oficios del libro, ayudar y fomentar editoriales y librerías. Ah, si el Père Lunette viviera... Sin duda sería el rey de la Tournée des Grands Ducs que organiza el comité de estudios históricos del barrio latino a finales del mes.