l discurso que pronunció el presidente Obama en la Convención Demócrata, que lo eligió candidato para un segundo periodo presidencial, planteó diversos asuntos, desde los esfuerzos del pasado hasta las dificultades del futuro, pasando por la política exterior y la propuesta rival de los republicanos. Obama es un gran orador, elocuente, articulado, apasionado y conmovedor. En la convención puso en juego todo su encanto personal, que es mucho, y toda su inteligencia, que es todavía más grande, para afianzar su liderazgo político. No había más que ver los rostros de los asistentes, empezando por el de la esposa del vicepresidente Biden, para comprobar que sus palabras tenían el efecto buscado y que sus simpatizantes lo son de a de veras.
No fue el suyo un discurso de promesas, sino que planteó en forma directa, sencilla y concreta los grandes temas de la política como la actividad noble que es, y no como el cúmulo de vicios y mezquindades en que la hemos convertido; entre ellos destacan, a mi manera de ver, la esperanza, la libertad para elegir, la ciudadanía, pero sobre todo, la solidaridad, el valor en el que se funda un país. Ese mismo que hemos hecho a un lado para sustituirlo con el egoísmo, el interés personal que, nos han dicho los economistas metidos a sicólogos, es un motor de éxito mucho más efectivo que la empatía, o la capacidad de ponernos en los zapatos del otro. Pues bien, la evolución del mundo en las últimas tres décadas muestra hasta qué punto están equivocados quienes así piensan, o quienes con Margaret Thatcher han defendido la idea de que la sociedad no existe, sólo los individuos, y actuado en consecuencia. ¿Cuántas decisiones de política económica se han tomado en las últimas tres décadas con base en tan peregrina idea? No pude dejar de pensar en la desigualdad que caracteriza a todas las sociedades de principios del siglo XXI y que probablemente es resultado del imperio del egoísmo ultraliberal.
Obama hizo recordar a sus compatriotas que cada uno de ellos forma parte de un todo mucho más grande, y se refirió al país generoso que construyeron cuando se veían a sí mismos como integrantes de un proyecto inspirado por objetivos comunes. Conste que no habló de ideas ni de partidos políticos, sino de fines precisos: educación para todos los estadunidenses, empleos en una industria nacional, seguridad y prosperidad, bienestar. No mencionó explícitamente el nacionalismo, pero la reconstrucción nacional es la idea subyacente del discurso; cuando el presidente estadunidense apeló a la solidaridad de sus compatriotas estaba evocando el sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional: Como ciudadanos entendemos que América no es lo que se pueda hacer por nosotros, sino lo que podemos hacer juntos.
Desde esta misma perspectiva planteó, de manera elegante, el tema de los impuestos, sin mencionarlos explícitamente, pero todos entendimos cuando habló de la ciudadanía como una condición que integra derechos y obligaciones que se refería a la esencia de los impuestos como la aportación individual al bienestar general. Tal vez esto quedaría más claro si habláramos de contribuciones, como se hacía en el pasado, y ya no de impuestos, palabra cuyo significado original provoca siempre y naturalmente una reacción de rechazo, entre otras razones porque no sugiere de ninguna manera un acto voluntario. Dijo Obama que su país sólo funcionaba cuando los estadunidenses aceptaban las obligaciones que tenían hacia los demás y hacia las futuras generaciones. A partir de ahí subrayó el tema de la solidaridad, con lo que resultó la conclusión natural de su argumento: las oportunidades de unos dependen de las aportaciones de otros.
El presidente Obama también apeló al patriotismo cuando rindió homenaje a los veteranos de la guerra de Irak, y otra vez se refirió a la reciprocidad como principio básico de una sociedad que se guía por objetivos comunes: Cuando se quiten el uniforme (militar) los serviremos a ustedes como ustedes nos han servido a nosotros
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¿Qué escuchamos los extranjeros cuando habla el presidente de Estados Unidos? Primero, escuchamos las posiciones de un líder político cuya influencia puede inspirar la reorientación de las políticas de los gobiernos de otros países. De ahí que Luis Rubio, por ejemplo, se apresure a compararlo con Luis Echeverría (Reforma, 9/9/12), no vaya a ser que le entren ideas raras a Peña Nieto.
Sin embargo, hay que tener presente que este discurso era en primer lugar para consumo interno; fue además un acto partidista, cuyo público eran los demócratas, pero también los republicanos, que han elegido candidatos profundamente ideologizados, como lo refleja una plataforma conservadora radical que eleva los valores de los republicanos texanos a la categoría de propuesta nacional. Sus posiciones son diametralmente opuestas a las posturas de los demócratas en prácticamente todos los temas: desde la importancia del conocimiento como distinto de la fe religiosa, hasta el papel del gobierno en la economía y en la solución de problemas sociales como la vejez, la enfermedad y la educación de quienes han nacido en medios desfavorecidos.
El aspecto mismo de la Convención Demócrata acentuaba las diferencias entre un partido multicolor y diverso, integrado por las minorías que se han abierto paso a trompicones desde los años 60, y un partido predominantemente blanco y todo cristiano que, curiosamente y pese a ser tan igual, no habla de solidaridad, sino del triunfo del egoísmo.