onocí a Víctor Flores Olea en 1961 en la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, hoy facultad. En 1959 él había regresado de París, después de haber estado en Roma, donde hizo estudios de posgrado. Era, para sus alumnos, un profesor joven que había estudiado con muy distinguidos maestros italianos y franceses que nosotros, estudiantes, comenzábamos a leer en nuestros cursos del Grupo de Estudios Dirigidos de esa época.
A partir de 1961, año en que yo empecé mi licenciatura, Víctor era ya catedrático donde nos impartió, entre otros, un curso de introducción al estudio del derecho con Hegel y Marx como guía de nuestras lecturas. Pese a su juventud, pues apenas me lleva nueve años, fue de mis profesores más influyentes. Mucho de mi interés por el marxismo se lo debo a él, y más todavía su orientación crítica al marxismo oficial de raigambre soviética. Mi primer acercamiento con Ernest Mandel, entonces dirigente de la Cuarta Internacional, fue a través de su Tratado de economía marxista, traducido en parte por Flores Olea y algunos de sus antiguos alumnos. Años más tarde fui su ayudante de cátedra en gobierno y política en América Latina.
Cuando fue director de la facultad, de 1970 a 1975, me invitó a hacerme cargo del Departamento de Administración Pública, y fue en esos años, 1972, cuando se me dio, por concurso de méritos, nombramiento de profesor titular A de tiempo completo. Mi cercanía con Flores Olea no fue sólo de colaborador a director. Compartíamos en su casa grabaciones extraordinarias de Mahler, Stravinski y óperas sobre todo de Mozart, Puccini y Verdi. A ambos nos gustaban mucho los equipos de alta fidelidad e intercambiábamos información al respecto. Nadie interrumpía nuestras sesiones musicales, que a veces se extendían por horas. Mucho de lo que sé de música se lo debo también a él.
Antes de que fuera director coincidimos en Inglaterra, donde ambos vivíamos; él en Londres, por los rumbos de Sloane Square, creo que en Ovington Square, y yo en Manchester. En Londres conseguí boletos para un concierto, en el Royal Albert Hall, de Pete Seeger, un cantante estadunidense de oposición a la guerra de Vietnam y medio comunista o comunista. Lo mejor fue su versión de We shall overcome y de Guantanamera, canción que nos llegaba muy de cerca en aquellos tiempos de la canción de protesta y de Cuba revolucionaria. Me sentí muy orgulloso de haber podido invitar a mi antiguo profesor y ya entonces mi amigo, aunque quizá él hubiera preferido un concierto con la Sinfónica de Londres, que en esos años dirigía André Previn, y a veces Barbirolli. Bueno, yo quería quedar bien con él, como todo alumno que admire a sus maestros.
En mis años de estudiante de licenciatura Víctor, así como Francisco López Cámara y Enrique González Pedrero, eran un referente académico de primer orden. Los tres escribían en la famosa revista Política, que dirigía Manuel Marcué Pardiñas. No me perdía sus artículos, y muy dentro de mí deseaba emularlos, es decir, compartir la vida académica con la de articulista político de una revista o un periódico. Lo logré poco a poco hasta consolidar un espacio semanal primero en unomásuno y luego en La Jornada. En ésta, quién lo diría, coincidimos Flores Olea y yo muchos años después. Lamentablemente la revista Política desapareció, gracias a Díaz Ordaz, y desde entonces no ha habido otra equiparable.
La estatura intelectual de varios de nuestros maestros de entonces fue fuente de inspiración para mí y para algunos de mis compañeros y también amigos. Fueron modelo, y lo digo a título personal, de lo que queríamos ser tanto en la vida académica como en la del medio periodístico. Espero no haberlos defraudado.
Cuando Flores Olea fue diplomático y funcionario público perdimos contacto personal, pues nuestros ámbitos de acción se separaron. Sin embargo, sabía de él por lo que se decía de su trabajo o por lo que me contaban amigos comunes. Cuando abandonó el sector público, donde siempre se condujo con verticalidad y conservando su independencia intelectual y crítica, nos rencontramos y en no pocas ocasiones compartimos mesas, tanto redondas sobre política como de comidas con amigos comunes. Ya no éramos jóvenes y el tú sustituyó al usted característico de las relaciones profesor-alumno del pasado.
Víctor volvió a producir libros, cada vez más maduros y sustanciosos. El más reciente, Las crisis de las utopías, del cual le debo una reseña escrita, porque no pude acudir a su presentación oral, es una obra enciclopédica de gran envergadura y de indudable actualidad e interés en el campo de la ciencia política. Tal vez no tengamos coincidencias en todo lo que él sostiene en este libro, sobre todo en su confianza en los movimientos sociales, pero sin lugar a dudas esta obra es una referencia bibliográfica de nuestro tiempo, del México y el mundo del siglo XXI. Quizá mis experiencias activas en diversos movimientos sociales me ha hecho un poco escéptico.
En días pasados Víctor cumplió 80 años de fructífera vida y no puedo menos que celebrarlos pues a él, en especial a él, le debo mucho de lo que he aprendido y de las posiciones críticas y antidogmáticas que he venido sosteniendo a lo largo de los últimos 50 años, desde que fui su alumno.