oy concluye la convención del Partido Demócrata en Estados Unidos. El pasado jueves el Partido Republicano hizo lo propio. Con ello la campaña presidencial en Estados Unidos entra en su etapa final. El próximo 6 de noviembre los estadunidenses elegirán entre el presidente Barack Obama y el ex gobernador de Massachusetts Mitt Romney.
A primera vista parecería que Obama la tiene fácil. Primero, un presidente que busca relegirse suele tener éxito, aunque ha habido fracasos recientes (Gerald Ford, Jimmy Carter y George H. W. Bush). Segundo, los republicanos se pelearon duro en las elecciones primarias para ver quién era el más conservador. A la postre escogieron a Romney, un político no tan conservador como quisieran algunos republicanos. De ahí que Romney haya a su vez seleccionado al congresista conservador Paul Ryan de Wisconsin como candidato a la vicepresidencia.
Sin embargo, un examen detenido de la situación política en Estados Unidos apunta a una serie de factores que quizás no favorezcan la relección de Obama. Un factor sin duda es una economía raquítica y una elevada tasa de desempleo. Otro sería la secuela de los enfrentamientos políticos con la bancada republicana en el Congreso. El creciente déficit presupuestario y la deuda pública también influyen en el electorado. La guerra en Afganistán es otro elemento de desencanto.
Pero quizás el factor más negativo para Obama sea la lista de promesas no cumplidas que han enajenado a muchos que lo apoyaron con entusiasmo en 2008. Por lo tanto, el presidente tendrá que remontar un marcador poco favorable. Los comentaristas y encuestas señalan que si la elección fuera hoy, Romney ganaría por un pequeño margen. Calculan que cada uno tiene un apoyo seguro de alrededor de 47 por ciento y que entre el 6 por ciento restante Romney parece llevar la delantera.
En la convención republicana, la semana pasada en Tampa, los republicanos anunciaron su estrategia para derrotar a Obama: chamba para todos los desempleados. Por su lado, los demócratas insisten en que el país está progresando por el camino trazado hace cuatro años. El mensaje es: Vamos bien, pero hay que tener paciencia
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¿Cómo puede Obama conquistar el voto mayoritario de ese 6 por ciento del electorado que aún está indeciso? Hay quienes creen que no lo podrá hacer. Señalan que hace cuatro años el electorado estaba harto de los republicanos y del presidente George W. Bush y que el senador John McCain no pudo sacudirse el sambenito de que representaba más de lo mismo.
En 2008 Obama representó una cara fresca llena de optimismo que prometía un cambio de rumbo y estilo. Entusiasmó a los jóvenes (muchos de los cuales votaron por primera vez), amarró el voto hispano y de las mujeres. Pero no logró una mayoría entre los hombres blancos. Y aquí hay que insistir en que hay un sector de la población estadunidense que jamás votará por un candidato de raza negra.
En 2012 Obama ya no entusiasma tanto a los jóvenes, pero sigue teniendo una mayoría del voto hispano y de las mujeres. Su problema es que muchos de los hombres que votaron por él hace cuatro años hoy están desempleados y/o han perdido sus casas. Y los universitarios siguen acumulando deudas enormes debido a las colegiaturas descomunales.
Obama ya no puede reinventarse. Tendrá que recurrir a medidas que aseguren que la gente que lo apoya irá a las urnas en noviembre. Los republicanos ya están ideando obstáculos para impedir que voten personas que no poseen una identificación con fotografía. Esto ocurre en algunos estados.
Una política de incentivos para que voten por él sería aconsejable. Algunos amigos mexicanos quizás le sugieran que reparta tarjetas con un crédito en alguna tienda. Otros sin duda le insistirán en que recurra a las técnicas de fraude electoral que perfeccionaron en el siglo pasado los políticos de Boston, Nueva York y Chicago. En aquel entonces votaban los muertos y los vivos lo hacían varias veces. La consigna en inglés era: “Vote and vote often”.
A diferencia de 2008, Obama ha recaudado menos fondos que su contrincante. En 2010 un fallo de la Suprema Corte de Justicia autorizó a los llamados comités de acción política a donar de forma anónima grandes cantidades a las campañas políticas en Estados Unidos. Conocidos como súper PACS, han llenado las arcas del Partido Republicano.
El presidente Barack Obama enfrenta un enorme reto en estas elecciones. Ciertamente ha tenido logros importantes: evitó una depresión económica aún mayor, sentó las bases para un sistema de salud menos oneroso para el ciudadano común y enderezó el rumbo de la política exterior.
Pero muchos estadunidenses que lo apoyaron y que se encuentran dentro ese 6 por ciento de indecisos no creen que su actuación como presidente haya estado a la altura de su oratoria que tanto entusiasmo despertó hace cuatro años.
Es posible que el presidente Obama consiga un segundo mandato. Quizás sus consejeros tengan razón al diseñar una campaña que busca convencer al electorado de que el país va avanzando y que sólo es cosa de tiempo para cosechar los frutos de la enorme inyección de dinero e inversiones del programa de estímulos que logró que el Congreso aprobara.
El sistema electoral de Estados Unidos para seleccionar al presidente es indirecto. Cada estado tiene asignado un número de votos electorales según su población total. Si un candidato gana el voto popular en un estado, se lleva todos los votos electorales. Uno podría ganar el voto popular, pero perder la elección. Así ocurrió en 2000, cuando Al Gore obtuvo medio millón de sufragios más que George W. Bush, pero perdió por 271 a 266 votos electorales.
Hay estados que están firmemente en el campo demócrata y otros en el republicano. La elección se decidirá en una docena de estados que podrían decantarse por un partido u otro. Ahí es donde Romney y Obama van a concentrar sus esfuerzos.