a semana pasada, en su discurso de aceptación de la candidatura republicana, Mitt Romney mencionó que su padre, George Romney, había nacido en México.
Como yo no le había prestado demasiada atención a la campaña del republicano, la noticia me cayó como una verdadera sorpresa. George Romney –el famoso George Romney–, presidente de American Motors, gobernador del estado de Michigan en su época de oro, y precandidato a la presidencia de Estados Unidos, ¿mexicano?
Desde que leí la noticia le he dado vueltas al asunto y he caído en cuenta de que el detalle no tiene nada de insignificante: el abanderado del partido político que aboga por interponer un muro entre los Estados Unidos y México es en realidad producto de la interpenetración profunda entre ambos países.
La historia, en sus trazos generales, es así: George Romney nació en Colonia Dublán, Chihuahua, en 1907. Su padre, el señor Miles Romney, abuelo de Mitt, había sido uno de los fundadores de las colonias mormonas de Chihuahua.
Estamos, para esto, adentrándonos en la historia profunda de la (fascinante) religión mormona. En Estados Unidos los mormones habían sufrido persecuciones, debido a su proclividad a la poligamia. Estas persecuciones llevaron a los líderes del culto –Brigham Young, primero, y luego otros– a explorar la posibilidad de establecer colonias fuera de Estados Unidos. Como todo esto sucedía alrededor de las décadas de los 1870 y 80, cuando el gobierno de Porfirio Díaz se interesaba en poblar, desarrollar y pacificar
el norte de México (concluir las guerras con la apachería), se extendieron concesiones a los mormones –así como a otros colonos modernizadores de religiones e ideologías diversas–, protestantes, socialistas utópicos, menonitas…
Miles Romney y sus tres esposas (luego se casaría con otras dos) estuvieron entre los fundadores de las nuevas colonias de mormones que se establecieron en Chihuahua. En el Distrito de Galeana, los mormones pronto tomaron la delantera en el terreno económico: eran familias cohesionadas, emprendedoras, y con un fuerte sentido misionero. Tenían acceso a inversionistas, y su fuerte ética de trabajo, rechazo al consumo de alcohol y necesidad de cohesión interna reforzaban el espíritu empresarial de conjunto.
Pero ese mismo éxito económico hizo que los colonos mormones fueran objeto de críticas, aun antes del estallido de la Revolución en Chihuahua. Así, por ejemplo, los grupos católicos de Chihuahua criticaban a Porfirio Díaz por haber abierto paso a colonos protestantes, usando el nacionalismo mexicano como instrumento para abogar contra la competencia religiosa. En la década de 1890, por ejemplo, el periodista Silvestre Terrazas, que dirigía entonces la Revista Católica en Chihuahua, se dedicó a atacar a los mormones y protestantes en especial.
Mientras, éstos se escudaban en el liberalismo oficial para defender su derecho a la libertad de culto. No es casualidad que varias de las colonias mormonas llevaran los nombres de los grandes jefes del liberalismo mexicano: Colonia Juárez, Colonia Dublán (donde nació George Romney), Colonia Díaz, Colonia Pacheco.
Cuando estalla la Revolución Mexicana, los mormones se vuelven objeto de nuevos ataques –esta vez violentos– por campesinos y rancheros de la región de Casas Grandes, quienes, inspirados por la ideología anarquista del Partido Liberal Mexicano (PLM), buscaban expropiarlos. Para entonces los mormones se habían constituido en la fuerza económica más importante del distrito.
Además, las divisiones entre grupos revolucionarios –primero entre maderistas y magonistas, y luego entre villistas y los sucesores de los militantes del PLM– agravaron la vulnerabilidad de los colonos y muchos tuvieron que huir, perdiendo sus posesiones. Entre ellos iba el joven George Romney, de escasos cinco años de edad.
Pero hubo otros mormones que permanecieron en las colonias, o que volvieron a ellas en cuanto se calmaron los ataques. Varios incluso de la propia familia Romney. La mayor parte de ellos son ciudadanos mexicanos y estadunidenses, y han participado de forma contundente en la vida económica y social de ambos países. Así, por ejemplo, entrevistado por Héctor Tobar para la revista Smithsonian, Leighton Romney, primo lejano de Mitt (a quien no ha conocido), dice: “Tenemos muchas semejanzas con los mexicano-americanos; somos americano-mexicanos.”
Y, de hecho, se trata de un fenómeno bastante más amplio. Cada vez que ha habido alguna ola de intolerancia en Estados Unidos, se han producido nuevas camadas de “americano-mexicanos”. Algunos fueron negros, que huyeron de la discriminación racial; otros, mormones, huyendo por sus prácticas matrimoniales; hubo miles de miembros del Partido Socialista estadunidense que se pasaron a México durante la Primera Guerra Mundial, por no ir a una guerra en la que no creían, y ellos fueron seguidos por comunistas e izquierdistas perseguidos por el macartismo…. A todos hay que agregar los muchos estadunidenses que vinieron atraídos por México, sin ser expulsados de su país de origen.
La biografía de Mitt Romney es en sí misma una protesta elocuente contra la plataforma nacionalista y aislacionista de su partido.