elipe Calderón sale como entró, por la puerta de atrás. Hace seis años, impedido de ingresar al Congreso de la Unión por la puerta delantera, recorrer el largo pasillo hasta el estrado y desde ahí tomar posesión de un cargo que dudosamente obtuvo en las urnas, la Presidencia de la República, apresuradamente Calderón fue investido como titular del Poder Ejecutivo. Anteayer, en Palacio Nacional, el mensaje de su último Informe de gobierno debió verificarse a puertas cerradas y con el Zócalo resguardado por nutridas fuerzas policiacas y militares. Todo por el miedo a los ciudadanos.
Cuando jubilosos panistas comenzaron a ganar posiciones en los gobiernos municipales, estatales y federales, así como puestos de representación popular, allá por el lejano año de 1988, en los comienzos del salinismo, y consideraron que algunas de sus propuestas históricas eran adoptadas por el cuestionado Carlos Salinas de Gortari, el último ideólogo del panismo, Carlos Castillo Peraza, hablaba de la victoria cultural del Partido Acción Nacional (PAN).
La supuesta pureza panista, su idealismo, la férrea honestidad de sus dirigentes y militantes, la brega de eternidad
(al decir de Manuel Gómez Morín, fundador del PAN), se fueron desmoronando de manera directamente proporcional a la conquista del poder. El parteaguas inicial tuvo lugar en 2000, con la victoria de Vicente Fox. Su sexenio presidencial fue de una rapacidad presupuestal clara y evidente. El súbito enriquecimiento del dicharachero presidente, sus familiares y allegados, fue documentado minuciosamente por diversas investigaciones. Destacadamente en los trabajos periodísticos de Anabel Hernández son exhibidos los mecanismos de la corrupción foxista. La documentación conseguida por ella es apabullante.
¿Cómo reaccionaron en el PAN ante las evidencias de que Fox y gobernadores del mismo partido estaban practicando el capitalismo de compadres? Mirando para otro lado. Los principios fueron cayendo por el embeleso del poder y sus privilegios económicos. Su mochería, las buenas costumbres del ser mexicano que su conservadurismo decía defender, no les alcanzaron para frenar uno de los males endémicos heredados por el PRI: la depredación económica de los recursos económicos de la nación mexicana.
El tercer lugar del PAN en las preferencias electorales de la ciudadanía el pasado 1º de julio es un claro indicador de la debacle del otrora partido que deseaba construir una sociedad sin abusos de poder, crecientemente democrática, y transparencia en el ejercicio gubernamental. La derrota no vino desde afuera; se fue incubando en el interior del panismo porque no tuvieron las suficientes reservas éticas para aguantar lo descrito por el general y presidente Álvaro Obregón en los años veintes del siglo pasado: los cañonazos de 50 mil pesos, su equivalente en el México del siglo XXI.
Felipe Calderón, ante una audiencia cautelosamente seleccionada y por ello con disposición a palmearle cada uno de los anunciados como logros por él alcanzados, tuvo el atrevimiento de informar que en su administración pudo evitarse que el crimen organizado hiciera suyo el Estado mexicano. Olvidó, convenientemente, que si ese crimen fue escalando posiciones se debe a complicidades en propias instancias del Estado. Y por dos sexenios dicho Estado fue controlado por administraciones del partido al que pertenece Felipe Calderón.
Ante la escasez de avances reales en favor de la población del país, Calderón Hinojosa refirió el clima de absoluta libertad de expresión existente en México, incomparable con otras administraciones. El ensanchamiento en la libertad de expresión ha sido un logro de la sociedad civil, que fue abriendo espacios alternativos a los controlados por la clase política y económica. Las puertas no se abrieron desde dentro; el vendaval que las desatrancó vino de afuera. Una población crecientemente crítica, insatisfecha con los medios que no informaban, sino que se limitaban a ser eco de las líneas gubernamentales, fue construyendo espacios en los que el objetivo es servir a los lectores y lectoras. La mayor democracia informativa y analítica que ahora tenemos ha sido alcanzada a contracorriente de los regímenes priístas y panistas.
La democracia necesita de demócratas
, dijo en su discurso Felipe Calderón. No sabemos si ahora que salga de Los Pinos se dedique a tratar de entender cómo fue que la antidemocracia se anidó en el PAN. Porque el ensueño democrático se fue diluyendo en las filas panistas y en su lugar sentaron sus reales el neocorporativismo, el encubrimiento de unos a otros en las prácticas despóticas del poder, el nepotismo y los arribistas cuyo único mérito
es la cercanía con la cúpula burocrática.
No nada más Calderón sale por la puerta trasera; también se va por el mismo lugar un abultado contingente de funcionarios panistas cuya grisura es proverbial. Su ineficacia causó desastres en la administración pública, debilitó a un Estado de por sí desestructurado y vulnerable a las presiones de intereses ajenos a la democratización de la vida social en todos los órdenes. Tuvieron su oportunidad y la desperdiciaron.